He sido una seguidora asidua de los textos de Eliane Brum en El País sobre la crisis ambiental de la Amazonia. Siendo yo una habitante de la parte alta de una de las regiones tropicales del mundo, padezco la misma asfixia que dejan sentir sus textos cuando se vocifera la necesidad de convertir las selvas tropicales en “áreas productivas”. Las selvas tropicales son naturalmente las áreas más productivas del mundo de las que depende la sociedad humana global y sufren una amenaza real cada que las políticas públicas se dirigen a la “producción sustentable de palma de aceite” o a “convertir las selvas en productoras de árboles frutales y maderables”.
El libro más reciente de Brum, La Amazonia. Viaje al centro del mundo, podría haber sido escrito en cualquier selva tropical del mundo. A nivel global, la Amazonia aloja un poco más de la mitad de las selvas tropicales, lo demás se distribuye en todos los continentes atravesados por la zona de convergencia intertropical (figura 1), en donde las torrenciales lluvias han convertido esas latitudes en un laboratorio para la creatividad de la vida. A pesar de cubrir solo el 7% del territorio del planeta, las selvas contienen entre el 50 y el 80% de la biodiversidad del mundo.1

Figura 1. Distribución de las selvas tropicales del mundo.
Gráfico de elaboración propia con datos de la IA de la FAO
y Global Forest Watch.
A estos exóticos y diversos ecosistemas, la mirada extractivista europea llegó para transformarlos en territorios productores de bienes exportables como el plátano, el ganado, la soya, la palma de aceite o el café. Lo que este modelo siempre omite es lo que se pierde cuando convertimos las selvas tropicales en pastizales para ganado, en campos para el cultivo industrial o lo que les sucede a las comunidades humanas y al ecosistema cuando sus caudalosos ríos son represados.
Las selvas tropicales del mundo no solo son el sustento de las comunidades humanas que en ellas habitan, son además el reservorio y trampa de una gran cantidad de co2 y producción de humedad que, a través de la evapotranspiración de sus árboles, forman lo que conocemos como “los ríos voladores”,2 agua que emana a la atmósfera de esos territorios tropicales y viaja largas distancias regulando el clima global.3 Los ríos voladores de la Amazonia viajan por toda la región de Sudamérica y más allá provocando lluvias en lugares que de otra manera serían áridos.


Figura 2. En las selvas tropicales mexicanas, al igual que
en las selvas de todos los trópicos del mundo, complejos
y diversos ecosistemas naturales son transformados en
grandes extensiones de monocultivo, que desmantelan la
funcionalidad de estos ecosistemas para contribuir a formar
los llamados “ríos voladores”. Fotos de la Selva Lacandona
(arriba) y la región de una plantación de palma de aceite en
Marqués de Comillas (abajo), ambas regiones en Chiapas.
La prosa de Eliane Brum gime mientras mira incendios desde su casa, porque ella ha decidido mudarse a la selva para defender la cuerpa amazónica que está siendo ultrajada. A lo largo de su texto apuesta por el uso del lenguaje incluyente bajo el entendido de que es el patriarcado –los hombres blancos y barbados que llegaron de Europa a colonizar al mundo tropical– el que ha dañado el territorio. Su narrativa es elocuente y atraviesa el centro de una tensión contemporánea de la economía ecológica.4 ¿Podemos seguir llamando “servicios ambientales” o “recursos naturales” a las funciones ecológicas que han evolucionado a lo largo de miles de años, y que de hecho nosotros mismos hemos usado para sobrevivir, como es la regulación climática planetaria? ¿O tendríamos que replantear nuestro modelo civilizatorio? Porque los pueblos amazónicos, como muchos otros pueblos originarios, más que servirse de la naturaleza, son naturaleza, lo que cambia por completo la manera en que nos aproximamos al resto de la vida en la tierra.
Con una narrativa cargada de emociones, Brum nos guía por los saberes de los pueblos amazónicos que nunca fueron pobres, sino que se volvieron pobres cuando llegó “el desarrollo”. Un concepto que, por igual a un funcionario del Banco Mundial, a un militante del Partido del Trabajo brasileño o a un político de Morena en México, podría parecerles alienígena. ¿Cómo es posible que una persona se vuelva pobre cuando el desarrollo llega a la región que habita?
En varios de sus capítulos Brum relata historias, casi siempre trágicas, sobre cómo se cristaliza esta paradoja. Quizás el más doloroso de los casos sea el de la izquierda brasileña que construyó la hidroeléctrica de Belo Montepara catalizar el desarrollo regional, con la misma lógica que lo hizo la dictadura militar en los años ochenta. ¿El costo? Cuarenta mil desplazados por las inundaciones debidas a la represa. Confinados a vivir en la urbe,5 después de haberse acostumbrado a recibir todo de la tierra, los desplazados estaban ahora obligados a buscar dinero con que sostenerse. La pregunta inevitable es: si eran pueblos originarios, o pueblos amazónicos, ¿cómo es que alguien más tenía la propiedad de la tierra?
En el capítulo “El balón de futbol”, Brum ilustra el método para perpetuar el despojo de los grileiros, llamados así porque metían papeles falsos en una caja con grillos para que sus heces los hicieran parecer como antiguos. Brum relata lo que sucedió en todos los trópicos del mundo: el poder político se encargó de hacer legal el despojo, produciendo pobres cuyos sobrevivientes serán empleados por las formas de producción de las que fueron despojados. Un bucle perfecto descrito por Marx en la segunda mitad del siglo XIX.6
Este punto me lleva a hablar de las lecciones no aprendidas de la evolución, que bocetó el propio Darwin y que el biólogo evolutivo David Sloan Wilson ha retomado en toda su obra.7 Wilson ha dedicado la mayor parte de su vida académica a extender los principios evolutivos descritos por Darwin a los procesos evolutivos que afectan a las sociedades humanas, y a explicar cómo, si no diseñamos políticas públicas que maximicen el bienestar social y del planeta, nos condenamos a nosotros mismos a la extinción, de la misma forma que muere un organismo incapaz de controlar las células cancerosas en crecimiento. En sus textos Wilson detalla el modo en que las sociedades que cooperan selectivamente resultan más exitosas que aquellas en las que domina la competencia interna. Derrumba el concepto económico del laissez-faire y defiende el diseño de la regulación para el bien común como el proceso que aplica, en el ámbito social, lo que ocurre a lo largo de millones de años en cualquier sistema biológico. Wilson por supuesto dedica páginas a la mala interpretación neodarwinista que replican algunos científicos sociales, quienes claman que la evolución aplicada a las sociedades humanas no producirá sino racismo. En el primer capítulo de su libro This view of life, Wilson explica que fue una falsa interpretación de finales del siglo XIX la que enraizó el temor a usar conceptos evolutivos en procesos sociales.
¿De qué manera se relaciona todo esto con el libro de Brum? En que son precisamente la ecología y la evolución las que nos enseñan que, en efecto, la Amazonia y el resto de las selvas tropicales son el centro del mundo, los pulmones que respiran y que regulan con su exhalación el clima de la tierra. ¿Qué sistema vivo convertiría sus pulmones en un dispensario de ganado, palma de aceite o soya? Ninguno sano. Solo aquel que ha sido invadido por células cancerosas de las que perdió control.
El libro de Brum sale a la luz en un momento de caos global en el que el presidente de Estados Unidos ha abandonado las instituciones diseñadas justamente para resolver los problemas globales y que, dicho sea de paso, apenas estaban en sus primeros gateos. ¿Por qué personajes como Donald Trump dejan este tipo de instituciones? Precisamente porque, para sus políticas públicas de desarrollo, el sistema a defender es el propio cáncer, cuando en realidad el sistema a defender debería ser la tierra.
En el título original de su libro, Brum utiliza dos palabras de origen indígena: banzeiro y òkòtó. La primera se refiere a esos giros donde los ríos de las selvas se vuelven feroces y òkòtó a un símbolo de una espiral que se dirige hacia el infinito de manera impredecible. Estas palabras evocan el dinamismo de los sistemas complejos adaptativos del ecólogo y economista ecológico Buzz Holling,8 que propone que todo sistema ecológico, económico o social se encuentra transitando de fases de estabilidad y cosecha a fases de caos y desecho de las formas que no le aportan al propio sistema. Bajo esta óptica también evolutiva, solo aquellos sistemas que logran en sus ciclos de caos desechar aquellas formas de vida, prácticas, genes y especies que no contribuyen al beneficio de todo el sistema, persisten. Esto es la sustentabilidad sensu Holling, la capacidad del sistema de quedarse con las formas que incrementan su adaptabilidad y desechar las que la reducen.
Al respecto, David Sloan Wilson retrata la sociedad extractivista como el cáncer y clama por construir la ética de la tierra, un cuerpo de conocimiento para el cual desarticular funciones ecológicas clave –como las proporcionadas por las selvas tropicales– es condenar al planeta a perder la funcionalidad que nos permitió florecer como civilización. Los bosques tropicales son mucho más productivos para la humanidad restaurados y maduros que convertidos en terrenos “productivos”. El reto es que la gente que vive en ellos tenga la posibilidad de crear sus medios de vida sin destruir la selva. ¿Podrá lograrse esto?
Un interesante ejemplo es la propuesta de la organización de conservación The Nature Conservancy que gestionó el otorgamiento de concesiones territoriales de restauración ecológica a las comunidades rurales de la Amazonia, pagadas principalmente por bonos de captura de carbono, que compiten económicamente con los usos que deforestan la selva.9 En este mundo donde el extractivismo nos ha dominado, estas propuestas representan un cambio mínimo pero positivo, que –acudiendo al lenguaje evolutivo– podría esparcirse y de alguna manera vencer el cáncer que nos invade.
Está por verse si estas prácticas escalan, pero su aparición es, sin duda, una pequeña luz que replica con esperanza tragedias como la descrita por Brum en su libro más reciente. ~
- N. Myers, “Threatened biotas: ‘Hot spots’ in tropical forests”, en Environmentalist, vol. 8, 1988, pp. 187-208.
↩︎ - A. D. Nobre, El futuro climático de la Amazonia. Informe de evaluación científica, São José dos Campos (SP), ARA/CCST/INPE/INPA, 2014. Disponible en línea en ccst.inpe.br.
↩︎ - T. Liu et al., “Teleconnections among tipping elements in the Earth system”, en Nature Climate Change, núm. 13, 2023, pp. 67-74.
↩︎ - IPBES, Summary for policymakers of the methodological assessment of the diverse values and valuation of nature of the Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES), julio de 2022. Disponible en ipbes.net.
↩︎ - C. E. de Araujo y R. Lima, “Resistencia popular a la hidroeléctrica Belo Monte: sujetos colectivos y reivindicaciones socioambientales al Estado brasileño”, en Nueva Antropología, vol. 31, núm. 88, 2018, pp. 95-115.
↩︎ - C. Marx, El capital. Crítica de la economía política, Economía, vol. 1, 1867 (2014), Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1016 pp.
↩︎ - Véanse como ejemplos sus libros This view of life. Completing the Darwinian revolution y Prosocial. Using evolutionary science to build productive, equitable, and collaborative groups, este último en colaboración.
↩︎ - C. S. Holling, “Understanding the complexity of economic, ecological, and social systems”, en Ecosystems, agosto de 2001, pp. 390-405.
↩︎ - “BID Invest y The Nature Conservancy unen fuerzas para promover soluciones basadas en la naturaleza en la Amazonía” disponible en idbinvest.org. ↩︎