La acusación fue enunciada y todo cambió. El linchamiento llegó absoluto y sin preguntas de por medio. Porque alguien así lo merece. Solo que la acusación era falsa.
En El hombre amansado (Literatura Random House, 2022), la más reciente novela de Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957), la vida del periodista Erasmo Aragón se derrumba luego de una falsa acusación sexual de parte de una chica salvadoreña. Aragón pierde el trabajo, toma ansiolíticos, se aísla. La absolución parece ser otorgada a alguien más, a otro Erasmo, porque él queda marcado, con un miedo que cubre cada aspecto de su vida. Lo paraliza. Busca sosiego en otro país y se enfrenta a una cultura ajena, a un clima que le congela el espíritu del ayer. En Estocolmo, avanza por ese entorno que lo obliga a enfrentarse a ese individuo que fue acusado y que se debate entre lo que quiere, debe, y puede hacer. Busca encontrar un equilibrio entre lo que la sociedad le pide y lo que él siente. ¿O que alguna vez sintió y ya no más?
No es la primera vez que a los lectores se les revelan aspectos de la psicología y motivaciones de Aragón. En El sueño del retorno (2013) y Moronga (2018), Castellanos Moya ya había explorado otros conflictos de ese protagonista, con quien comparte, y a la vez no, algunas características. En esta trilogía construye relaciones, encuentros inesperados que poco a poco van mostrando las múltiples facetas del protagonista que yacen ocultas incluso para él mismo. Castellanos Moya fue invitado en el Festival Hay 2022 en Querétaro, donde conversé con él.
El protagonista, Erasmo, vive en una profunda soledad. ¿A qué se debe?
La soledad se acentúa en Erasmo en este libro porque la situación de acusación y de derrumbe psíquico que padece en Moronga, la novela anterior, determina que haya consecuencias en su conducta, en su forma de relacionarse con el mundo. Porque si él ya era paranoico y tenía una tendencia a extremar el miedo, ahora lo vive mucho más intensamente. La paranoia y el miedo aíslan. Dan una enorme sensación de soledad porque luego de haber sido linchado públicamente, él tiene un enorme miedo de relacionarse con el mundo. Tiene miedo de que en cualquier momento va a hacer una acción que va a ser catalogada de incorrecta, inapropiada, que le puede traer consecuencias. Hace consideraciones sobre lo que puede pasar. El qué dirán que se convierte en el gran juzgador. Lo paraliza. No toma iniciativas teniendo las posibilidades.
¿Qué es lo que acaba amansado?
Sobre todo, el hombre que se ve sometido a un patrón ideológico que va contra sus impulsos, su forma de ser anterior. Que esa forma de ser previa fuera mejor o peor no es importante. Él tenía una forma de ser que, en las nuevas condiciones sociales, las nuevas condiciones de vida en las que se encuentra, ya no funcionan. Y entonces debe padecer un amansamiento. El amansamiento es el linchamiento.
En la novela, una joven acusa falsamente de abuso sexual al protagonista. ¿Por qué lo hace?
Eso viene de Moronga. La chica creció en un burdel en Guatemala, su madre era prostituta, la mujer de un narcotraficante al que apodaban Moronga, y la chica vio cómo el narcotraficante asesinaba a su mamá. Entonces la chica no puede ser. Nosotros venimos de países trastornados. Cuando tú pones a alguien trastornado en una sociedad más o menos trastornada, no sabes las reacciones que puede haber. Esta chica fue adoptada por una familia de Estados Unidos y todo era falso. Su nombre, por ejemplo. Ellos nunca supieron que ella venía de un mundo tremendo, cruel y sórdido. Cuando su hermano, que era de las Maras, muere en una confrontación a causa del protagonista de la novela, ella le echa la culpa a Erasmo. ¿Por qué? Porque ella aprendió que eso es lo que sirve en la vida.
La historia ocurre en 2010, 2011, años antes de que surgiera el movimiento #MeToo. Algunas pensadoras y activistas subrayan que a las víctimas de abuso sexual a menudo no se les cree y que si ocurre algo como lo que ocurre al hombre amansado, es el costo que se paga por un bien mayor. ¿Qué opinas?
Eso seguramente está basado en realidades, en juicios constructivo que quieren hacer bien. El problema es que la ley no funciona a través de excepciones. La ley debe contemplar a todos los ciudadanos bajo el mismo rasero. Eso es similar a decir que no importan las víctimas colaterales de los bombardeos de Estados Unidos en Afganistán. Yo creo que los movimientos de las feministas o de las minorías, son una respuesta a una realidad de violencia y son muy positivas. Pero creo que con la ley no hay que dejar resquicios.
Y cuando a las víctimas no se les cree, ¿no está fallando la ley?
Hay que reformar la ley. Porque si cada quién se empieza a tomar la ley por sus manos, lo que tenemos es una sociedad de caos. Lo que hay que hacer es que estos movimientos tengan la suficiente fuerza para que la ley pueda cubrir todos los casos. Mira lo que está ocurriendo en España con los abusos de los curas a los muchachos y todo el movimiento que se da. Hay un proceso de comenzar a considerar cuáles son las carencias de la ley de toda esta gama de abusos que hay en términos de sexualidad, de familia. Cuando yo crecí, era normal que tu padre te pegara. A mí no, pero a mi hermano le pegaban. En el colegio te pegaban con la regla. Eso ya está regido. Ese es el ámbito que permite que todo funcione de una forma más ordenada. Porque si tú no lo institucionalizas a través de la legislación, cada uno quiere tomar la justicia por sus manos. De ahí vienen los linchamientos, las injusticias que después se lamentan.
Viviste al menos diez años en México. ¿De qué forma te marcó ese periodo?
Vivía en los márgenes de la literatura. Me ganaba la vida como periodista. Conocía a muy pocos escritores mexicanos. No hice una vida literaria. Mis primeros diez años en México fueron durante la guerra civil en El Salvador. Toda mi energía estaba puesta en la guerra. Luego vine otros tres años, por ahí del 2001, 2002, y me involucré más en la vida literaria. Pero igualmente mi trabajo era de periodista. Lo que ofrece la Ciudad de México para un escritor que viene de Centroamérica es una enorme apertura de horizontes. Me acuerdo de la primera vez que llegué a la Ciudad de México y caminaba por la Alameda y bajé a la librería del Sótano y no podía dar crédito que hubiera tantos libros. Venía de Canadá, había estado estudiando allá y paré en la Ciudad de México. No conocía. Esa fue la primera vez, tenía veintiún años. Iba a Nicaragua porque era al aniversario de la revolución sandinista, a finales del 80. Me impresionó lo que vi en México y dos años después me vine a vivir acá. En la Ciudad de México está el debate, el flujo de ideas, la confrontación de mentalidades, creaciones. Es un lugar que te nutre. No puedes tener esa perspectiva si vives en una ciudad centroamericana. Eso no quiere decir que escribas mejor. Pero te abre la mente.
Erasmo se va a Suecia y experimenta una confrontación con otras realidades. ¿Por qué era importante llevarlo a otro lugar, otra cultura?
La confrontación existe porque es un personaje que debe estar en la errancia. Debe estar incorporándose a un mundo que no es él. Cuando tú te tratas de integrar a un mundo que no es el tuyo, hay confrontación. O te amansas. Él se amansa en sus acciones, pero su viejo pensamiento sigue pasándole la factura porque le crea una situación esquizofrénica. Ya no quiere pensar como antes. Hace todo el esfuerzo, por el miedo que ha tenido, por detener sus pensamientos. Ya no debe de pensar de esta manera.
Erasmo queda con muchos miedos después de esa falsa acusación. Ha habido varios casos públicos muy debatidos. Se han generado miedos, ambivalencias. ¿Cómo descifras tú el presente en ese contexto?
Hay dos o hasta tres niveles en esto. El miedo es una de las emociones fundamentales del hombre. Nietzsche lo decía en Zaratustra. El miedo motiva mucho de nuestra conducta. El miedo es la consecuencia del mecanismo del control de la sociedad que se tiene a través de lo que ahora llaman “surveillance”, todo este sistema de control de la sociedad a través de la tecnología. Es el vivir en una sociedad prácticamente totalitaria que te da libertades, valga la paradoja. Lo sabemos todos. Acabó nuestra vida privada, no hay secretos para quien espía, el Estado, las trasnacionales, las grandes corporaciones. Saben todo sobre nosotros. Hay un miedo generalizado. Y aparte de eso, le sumas los miedos particulares como este. En varios países he escuchado a personas, así, entre amigos: “Yo no me meto con nadie, lo pueden acusar a uno de algo”. Me quedo como paralizado. ¿Qué está pasando? Yo ya no salgo, me dicen. Pero, ¿cómo te van a acusar si tú no les haces nada? Uno no sabe, me dicen. Puede haber alguien que me acuse. A mí me parece un poco exagerado, pero la sociedad cada vez más funciona a través de esos mecanismos de control que generan miedo.
Todas estas cosas están en función del control de la sociedad, pero lo que logran es que nadie piense en el problema fundamental: la concentración de la riqueza. Nadie se cuestiona eso. No hay una lucha contra el capitalismo salvaje que vivimos. Se asumió que así debe de ser, que el 1 % de la población debe tener el control de todos los medios. Hay que poner atención a las luchas a las que lo meten a uno porque muchas son cortinas de humo para que no pensemos en la cosa esencial.
es periodista y narrador. Ha vivido en Bélgica, Estados Unidos y Noruega. Es autor de las colecciones de cuento Y sin querer te olvido (Felou, 2014) y Silencios al sur (Felou, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al francés y al neerlandés.