El Festival Internacional de Cine de Los Cabos regresó a la normalidad presencial después de dos años de emisiones virtuales, con una compacta pero intachable programación de 36 filmes repartidos en 10 secciones, aunque solo una de ellas es competitiva. En su decimoprimera emisión, Los Cabos confirmó que es el festival nacional más amigable de todos: sus funciones se concentran en un solo lugar, todas inician a mediodía y la curaduría internacional es impecable. Si uno tiene el tiempo suficiente para ver cuatro o cinco películas diarias durante los cuatro días completos del festival, puede terminar revisando más de la mitad de su programación, algo que es imposible en Morelia o Guadalajara. Hay otra razón importante para no perder de vista el festival de Los Cabos: al ocurrir al final del año, nos permite hacer un balance definitivo en cuanto a cine mexicano se refiere.
En la Competencia Los Cabos, conformada por siete películas producidas por México, Canadá o Estados Unidos, se presentaron dos filmes con participación mexicana: Blanquita (2022), coproducción con Chile dirigida por Fernando Guzzoni, sólido thriller político del que dimos cuenta hace un par de meses aquí mismo, y El suplente (2022), coproducción argentina dirigida por Diego Lerman, un buen drama social sobre un profesor sustituto de literatura que llega a impartir clases en una preparatoria pública en un barrio bravo de Buenos Aires. Lerman no rehuye la fórmula bien conocida del maestro milagroso, aunque hay una convicción contagiosa en la descripción del entorno social en el que se mueve el profe suplente del título y sus nada privilegiados alumnos. La película terminó ganando el Premio Cinecolor, el segundo galardón en importancia del festival, porque el Premio Los Cabos se lo llevaría Falcon Lake (2002), cinta franco-canadiense de Charlotte Le Bon.
De cualquier manera, ni Blanquita ni El suplente pueden calificar como cine mexicano, por más que haya habido dinero nacional en su producción. El balance del cine mexicano en Los Cabos hay que buscarlo en otras secciones. En concreto, en Encuadres mexicanos, conformada por tres filmes nacionales que en algún momento de su realización fueron apoyados por el Fondo Fílmico Gabriel Figueroa, y por las cintas mexicanas estrenada en la sección La Baja Inspira o en algunas de las funciones especiales. Esto suma cinco filmes nacionales con distintos niveles de logro, ninguno de ellos, por fortuna, vergonzoso.
Hubo dos claras decepciones. En primera instancia, La caída (México-Argentina-EU, 2022) que, aunque dirigida por la argentina Lucía Puenzo, partió de un proyecto personalísimo de su actriz protagónica, la siempre bienvenida Karla Souza. “Inspirada en hechos reales”, la película nos presenta la siniestra cultura de complicidad y silencio alrededor de un caso de abuso sexual cometido por un entrenador mexicano de clavados, rumbo a los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
La “güera” Mariel (Souza, por supuesto), una veterana clavadista de la plataforma de diez metros, quiere despedirse de su ciclo olímpico ganando una medalla, pero tiene que lidiar con su propia consciencia cuando empiezan a aparecer denuncias de abuso sexual que señalan a Braulio (el ubicuo Hernán Mendoza), su inseparable entrenador desde que ella tenía 15 años. El tema no podría ser más pertinente, pero el guion, firmado por cinco pares de manos, traiciona cualquier buena intención al transformar a Braulio en un monstruo sin matiz alguno, al grado que ni todo el talento de Mendoza puede evitar que su Braulio termine convertido en una suerte de caricaturesco villano reventón. Puenzo sí dota de genuina tensión a esta previsible crónica del despertar moral de la clavadista interpretada por una muy convincente Souza, aunque el climático desenlace simbólico resulte más contradictorio que cualquier otra cosa.
También decepcionante, aunque acaso en menor medida, resultó Corazonada: la leyenda del Mexican Dream (México, 2022), de J. M. Cravioto, inspirada también en otro escándalo real: el fraude planeado, ejecutado, aunque al final de cuentas descubierto, en contra de Pronósticos Deportivos en 2012. Un par de funcionarios menores, asociados con el equipo de producción del “Corazonada” –es decir, el Melate– realizaron un engaño que parecía perfecto a través del montaje de la grabación previa del sorteo que, se supone, debía ser completamente en vivo. La historia tiene todos los elementos necesarios para ser una regocijante comedia negra, pero Cravioto carece de la crueldad suficiente para que la sátira hinque el diente en los sueños guajuiros de sus pobrediablescos personajes.
Por fortuna, hubo mucho mejor mexicano que celebrar en Los Cabos 2022. En Amores incompletos (México, 2022), segundo largometraje de Gilberto González Penilla, presentado fuera de competencia en la sección La Baja Inspira, seguimos al anciano José (el exgalán telenovelero Alejandro Camacho), quien descubre que su esposa recién fallecida (Patricia Bernal en cameo, aunque presente luego en todo el filme, voz en off mediante) lo engañó hasta en tres ocasiones en diferentes lugares de la idílica Baja California –a saber, en Ensenada, Loreto y Todos Santos. Picado en su orgullo, realmente molesto por su virilidad lastimada, José deja atrás a dos hijos ya creciditos (Edwarda Gurrola y Hoze Meléndez) y toma su auto para recorrer la península e ir a conocer a los amantes de su mancornadora mujer.
Amores incompletos funciona en varios niveles complementarios, sin contradicción alguna: travelogue existencial de un hosco viudo a quien la vida secreta de su esposa le viene a cambiar el sentido a toda su vida, encantador filme turístico para promover que la gente vaya y visite la Baja y no solamente las playas y los hoteles lujosos de Los Cabos y, last but not least, una hilarante master class de cómo debe ejecutarse el gag. Si la comedia es acción y tiempo –es decir, ritmo–, González Penilla demuestra aquí el dominio que tiene sobre el género: no hay gag que no funcione, porque el joven director sabe en qué momento cortar una escena, cómo encuadrar la reacción de este personaje y cuánto tiempo debe mantener la cámara después de que algo gracioso sucede, además de contar con un impecable timing en su dirección de actores.
Alejandro Camacho, debutando insólitamente en la comedia a los 68 años de edad, es particularmente gracioso porque su personaje nunca busca la gracejada fácil. Pragmático aguafiestas durante toda su vida, defensor de decir siempre la verdad a toda costa, José aprenderá que, de vez en cuando, “una mentirita ayuda” a vivir bien, a vivir mejor, a vivir feliz. De hecho, si se piensa un momento, Amores incompletos es una justa secuela, menos cínica, más empática, de la también muy divertida opera prima del cineasta, Los Hámsters (2015), en la que conocimos a otra familia muy diferente, aunque también muy acostumbrada a la mentira. ¿Será González Penilla un autor en ciernes? Eso parece.
La que sí es una autora hecha y derecha es la versátil Claudia Sainte-Luce, que presentó su cuarto largometraje, El reino de Dios (2022), en la sección Encuadres Mexicanos. Desde su debut, con Los insólitos peces gato (2013) –una de las mejores cintas mexicanas en lo que va del siglo–, Sainte-Luce ha saltado de género en género con una seguridad envidiable: del melodrama familiar (Los insólitos…) al drama autobiográfico-confesional (La caja vacía, 2016), el thriller psicológico (El camino de Sol, 2021) y la comedia existencial (la aun inédita en México Amor y matemáticas, de 2022). En el camino, Sainte-Luce ha conservado la misma empatía por sus personajes y la misma generosidad ante sus dilemas, grandes o pequeños.
En la multipremiada El reino de Dios –presentada en Berlín 2022, ganadora en Gijón 2022 y triunfadora absoluta, con cinco premios Mezcal en Guadalajara 2022–, el protagonista es el inquieto chamaquito Neimar (Diego Armando Lara Lagunes), quien está a punto de hacer su Primera comunión (Mariscal, 1969). A diferencia de lo que sucedía en aquel célebre melodrama religioso, Neimar no es ningún Juliancito Bravo ni aparece acá ningún providencial Paco Malgesto a salvar el día. El naturalismo directo, sin afeites de ningún tipo, domina en la puesta en imágenes de Sainte-Luce y de su fotógrafo Carlos Correa, mientras que la cuidadosa dirección de actores de la cineasta no permite que la sencilla historia se deslice hacia ninguna especie de chantaje sentimentaloide.
A lo largo de la película vemos a Neimar empezar a crecer y a madurar, lo que significa que tiene que entender lo que significan las pérdidas irreparables –la muerte de su abuela, por ejemplo– y cómo, al mismo tiempo, nada se pierde para siempre. Empieza expresando sus dudas (“Todavía no he sentido a Dios”) para terminar rebelándose heréticamente ante el silencio divino –bienvenido al club, Neimar. Todas estas decisiones, todos estos acontecimientos, son mostrados por Sainte-Luce sin énfasis alguno en la forma –ese plácido fluir de las imágenes– ni en el fondo –¿para qué tanto brinco dramático, estando el suelo veracruzano de Tlalixcoyan tan parejo?
Como desde el inicio de su carrera, Sainte-Luce logra de nuevo la engañosa alquimia de que su cine sea tan simple y sencillo que parece que cualquiera podría hacerlo. Por supuesto, esto es mentira: nadie hace un cine tan aviesamente simple como ella. Por lo menos no en México.
En las antípodas se encuentra Home is somewhere else (México-E.U., 2022), emotivo documental animado –o animentary, como se bautiza a sí mismo en los créditos– dirigido a cuatro manos por el documentalista Carlos Hagerman y el director de cortometrajes y animador Jorge Villalobos. He aquí tres historias, hábilmente entrelazadas, sobre tres familias mexicanas indocumentadas viviendo en Estados Unidos, siempre con el terror a flor de piel a la deportación inmediata.
Con la narración del poeta y rapero José Eduardo Aguilar, El Deportee, cual nueva versión del chicano Edward James Olmos de Fiebre latina (Valdez, 1981), pasamos del primer episodio, el de la niña de once años Jasmine, nacida en Estados Unidos de padres indocumentados, la única ciudadana de su familia, quien viaja a Washington a luchar por sus derechos, al segundo, la historia de dos hermanas, Evelyn y Elizabeth, la primera ciudadana americana, la segunda ciudadana mexicana, separadas no solo por la frontera y las leyes, sino hasta por sus propios objetivos existenciales, pues Evelyn vive en Yucatán con su abuela y Elizabeth lucha por construir su vida en California. Llegamos así al tercer y último episodio, el del propio narrador, un joven mexicano criado en Utah que es deportado a un país de origen que desconoce después de haber sido detenido sin razón alguna.
Las tres historias son diferentes, aunque en las tres nuestros protagonistas compartan los mismos temores y el mismo dolor. Las auténticas voces de los personajes –de Jasmine y sus papás, de las ingobernables hermanas Evelyn y Elizabeth, del desafiante slam-poet El Deportee– acompañan cada episodio en sus diferentes estilos de animación: dibujos que parecen provenir de los crayones de una niña en el primero, dibujos clásicos en colores pastel en el segundo, animación de corte más moderno en el tercero. Un vibrante mosaico de cine animado en tres inolvidables historias y una sola emoción verdadera.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.