En su tan citada “anti carta” a Borges, Macedonio Fernández –otro faro de la estirpe del celebrado Felisberto Hernández, que no quería producir sin parar y ser relevante constantemente– le dice “como te encontré antes de echarla al buzón tuve el aturdimiento de romperle el sobre y ponértela en el bolsillo”. A su vez, en el borrador de una misiva de 1946 a Borges (no enviada como la de Macedonio), el uruguayo le agradece al autor de Ficciones la publicación de un cuento en Los Anales de Buenos Aires y le explica el origen brasileño de su nombre, añadiendo “de cualquier manera es el que he usado siempre y le agradecería hiciera la aclaración en el número siguiente”, aunque firmaba otras cartas con varios apodos que su interés en la psicología experimental no podría explicar.
Es arduo exagerar el valor de la exhaustividad, erudición y proyección de los ocho años de trabajo crítico de Ignacio Bajter que resultan en esta magistral y celada compilación de las cartas –con o sin sobre– de Felisberto. El entusiasmo del editor por las cartas es exuberante y abre caminos para conversaciones e investigaciones pendientes que, como muchos relatos (no meros “cuentos”) del autor, seguirán generando más preguntas que respuestas. El entendimiento que tenía el enamoradizo “Felisbertotérico” –así cierra una carta de 1946 a “Paulinotas”, o Paulina Medeiros, escritora feminista con quien tuvo una importante relación– de las ideas y dimensiones humanas de sus corresponsales nunca le aburría. Gracias al editor, que comprueba haber leído cada documento, todo se va conectando para encender las lámparas de varias décadas de correspondencia.
La empresa no fue fácil. Si la brillantez del sucinto prólogo hace pensar que todo escritor necesita un Bajter, el subtexto del armazón de Correspondencia reunida también hace creer que todo interesado en la literatura latinoamericana extravagante de los nuevos “raros” debe tener este libro como paradigma de investigaciones desafiantes y logradas. Bajter trabajó en doce archivos, uruguayos y estadounidenses, más otro francés. Su “modelo” para la transcripción, “non-errata”, marcas diacríticas, notas (varias ilustradas) y anexos (todos íntegros) encontraron su forma, dice, en la Erik Satie. Correspondance presque complète (no por nada pianista como Felisberto), las cartas de Kafka y, como amuleto, la renovadora edición por Jerónimo Pizarro del Livro do desassossego de Pessoa.
La ejemplar honestidad intelectual del editor le hace seguir a Felisberto tan de cerca como permiten los archivos; y así termina produciendo una especie de “involuntaria novela autobiográfica” según Ida Vitale, que expone su trayectoria y vicisitudes con detalles novelísticos, porque como indica el prólogo, “cualquier ajuste a un criterio unívoco acabaría desviando la voz, distorsionando así la lectura”. La minuciosidad está en las Notas y, como demuestra la correspondencia en sí, no es suficiente examinar los textos escritos (la editorial Sin Fin es generosa con las ilustraciones y fotos), porque siempre les queda a los lectores recontar lo escrito, recapitular las imágenes y bromas para tratar de proveer una trama a esos mecanismos, armar cómo fueron hechosy definir su efecto único. El autor es, asevera Bajter, “alguien que no deja de llegar y está todavía por conocerse”.
No hay una gran tradición iberoamericana de conservar las cartas de escritores (las excepciones son Reyes, Henríquez Ureña, Lezama Lima y Cortázar), preferencia acrecentada por caprichos personales, destinatarios (en las de Felisberto aparecen escritores, referencias esteticistas a Torres García o Vaz Ferreira, algún crítico e íntimos), el atractivo de restrictivos fondos bibliotecarios extranjeros, o el temor editorial de revelar indiscreciones que afecten las ventas. Consecuentemente el riesgo de Sin Fin al publicar las de Felisberto es un inmenso beneficio para los lectores, conozcan o no al autor. En la larga tradición anglófona de publicar cartas, Evelyn Waugh, que creía que la correspondencia se debe concebir como una conversación no un diario, prevenía: “Cuidado con escribirme, siempre contesto…”; mientras John Updike decía: “Dios no contesta cartas”. En verdad algunas se contestan por sí solas, como las de Felisberto.
Si numerosas cartas no recuerdan pasajes específicos de su prosa sí perpetúan el imaginario que se asocia con ella. Así, en una carta a su futura esposa Amalia Nieto le avisa: “No te extrañes de la letra; es porque la pluma tiene frío o a la fuente le queda poca tinta.” Abre la carta con “9-8-36. Domingo a las seis de la tarde y en cama porque hace un frío muy intenso” y se despide con “Tu eterno Felisberto, loco de amarte y adorarte hasta más allá del último infinito…” Todas las 292 cartas, postales y esquelas, además de dar cuenta de la materialidad de la escritura, están numeradas y en orden cronológico, cada una contextualizada en las escrupulosas Notas (pp. 395-558) que son un breviario en sí. El trabajo de filigrana en Correspondencia reunida se convierte así en un modelo de madurez y sensatez crítica, en que los comentarios sirven como tramas secundarias en vez de marcos, discretamente impartiendo conocimientos singulares, traqueteando cuando Felisberto debe ser defendido.
Si ese ayudamemoria no bastara, lo que el editor llama modestamente “Noticias biográficas de interés para esta correspondencia, la “Cronología 1917-1958”, los índices onomásticos y temáticos, más la ubicación de las fuentes satisfarán a los más exigentes impulsos profesorales de corregir. ¿Y las “Non errata”? El introito explica que son “la solución ante una ortografía inestable […] una especie de campo semántico del error”, y una memorable se encuentra en una carta de 1943 que se refiere a relatos de “un señor Borjes”. Quizá la mejor explicación de su metodología es que, con esas anotaciones, “esta edición se aleja, así, de las escuelas que tienden a desestimar aquello que no se ajusta a la regla académica”.
Felisberto falleció en 1964, pero si de 1948 en adelante escribió poco, Bajter sostiene que en el período posterior a 1941, que incluye el influyente ciclo parisino (1946-1948), “escribió todo lo que acabó proyectándolo como un narrador excepcional del siglo XX latinoamericano”, dilucidando así la brecha posterior a 1958 y la admiración por él de escritores tan distintos como Rosario Ferré, García Márquez y dos más afines a él, Calvino y Vila-Matas. Más que una biografía compuesta de misivas, la Correspondencia reunida es un relato en tiempo real, con un yo auténtico y sin la verbosidad o retórica que hace percibir las cartas como diversión u obligación (véase las de “amor” de Neruda). El autor de la “novela nueva” Tierras de la memoria (1943-1944; 1965) y de los relatos de Nadie encendía las lámparas (1947), para nombrar dos de sus obras representativas, no solo transfería las piruetas vanguardistas de su prosa a las cartas, sino que con Macedonio, Palacio, Garmendia, Adán, Emar y varios coetáneos alentó, según Bajter, “una trama intelectual donde emerge una literatura nueva, aquella que también buscaba Juan Carlos Onetti, contraria a ‘la literatura de puestas de sol’”, según ironiza Felisberto en una reveladora carta de 1939 a Nieto. En tiempos de mensajes algorítmicos banales estas cartas recuerdan por qué es saludable volver a la inspiración de los impresos. ~
(Guayaquil, Ecuador) es crítico literario. Su estudio Los peajes de la crítica latinoamericana aparecerá próximamente.