Con una treintena de libros publicados, Ali Ahmed Said Esber, a través de su pseudónimo y alter ego, Adonis, es la pluma árabe más reconocida en el mundo de la poesía y uno de los intelectuales levantinos más recurridos cuando de explicarse el universo musulmán y árabe se trata. Poeta por sobre todas las cosas, pero también ensayista, traductor, crítico literario, historiador, periodista, editor y contador de historias (a la más pura usanza oriental), Adonis es referente ineludible de las letras en la región. Desde la primera edición en español de la traducción del clásico poemario Canciones de Mihyar el de Damasco (Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1968), la obra del autor siriolibanés ha gozado de una influencia constante aunque poco difundida en Iberoamérica. Entre París, donde radica, Beirut, su ciudad adoptiva, y Siria, su país natal, hablamos con quien es considerado como el modernizador por antonomasia del lenguaje poético árabe al respecto de su vida, su obra y su pensamiento cuando se encuentra próximo a cumplir 80 años.
“No es el mito el que se convierte en una especie de historia sino la propia Historia la que es una especie de mito”
De acuerdo con la mitología griega, Adonis era un dios de sempiterna juventud y escultural belleza del que se enamoró perdidamente Afrodita. Según el mito, Adonis murió mientras cazaba un jabalí, a traición, herido por sus filosos colmillos. Sin embargo vivió por siempre, a través de las rojas anémonas que formaron cada una de las gotas de sangre que derramó y que luego fluyeron hasta convertirse en un río. Hoy, el nombre de Adonis sigue siendo sinónimo de vida y muerte en el cercano oriente y el río que lleva su nombre (también llamado río Ibrahim) continúa recorriendo las montañas de la Siria costera hasta desembocar en el Mediterráneo libanés. De origen cananeo, el nombre Adonis quiere decir “mi señor”. Su culto, común a todas las culturas semíticas desde Fenicia hasta Sumeria, fue mitificado por los helenos y vinculado a los ciclos anuales de cultivo y renovación de la vegetación.
Ali Ahmed Said Esber nació en 1930 en Qasabin, un pequeño pueblo rural al noroeste de Siria. El día exacto no lo sabe, “porque en aquella época las fechas no eran importantes sino más bien los acontecimientos”, pero le gusta celebrarlo la noche del 31 de diciembre, en coincidencia con la renovación característica de su nombre adoptivo. Hijo de una familia campesina y pobre, heredó de su padre el gusto por la poesía, sublimándolo. Comenzó a firmar como Adonis después de que las revistas y periódicos a los que mandaba sus primeros trabajos le rechazaran, convirtiéndose, según el autor, en su muy personal jabalí. Antes de morir entre sus colmillos, el creador en ciernes decidió transmutarse dando origen al poeta que hoy le sobrevive. Porque Adonis, aunque muerto, vive por siempre, en este caso a través de Ali Ahmed Said Esber y su obra.
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¿Qué relación hay entre Ali Ahmed Said Esber y Adonis? ¿Son acaso dos entidades aparte?
Adonis y Ali Ahmed Said Esber son ya la misma persona. El artista, el creador, se amalgamó casi de forma completa y perfecta con la persona, hasta el punto de la no disociación. Uno sin el otro ya no es ninguno. Incluso en el pasaporte ya conviven los dos; agregué legalmente el Adonis a mi nombre. Resultaría obtuso hablar de uno o de otro porque al final del día no son más que la misma cosa.
¿Qué queda del Adonis de Qasabin en el de París? ¿Qué diferencias o similitudes hay entre ambos?
Del Adonis pobre, hijo de campesino, ese de Qasabin, me queda el interés por descubrir el mundo, por cuestionar, por proponer, por conocer. Con el de París al final de cuentas hay pocas diferencias, si no es que ninguna. El de París es más maduro, ha vivido, pero continúa, como todos los poetas, siendo un niño, porque si dejara de serlo entonces moriría.
¿De qué manera influyó el bagaje social y familiar de Ali en la conformación de Adonis?
Siendo de orígenes humildes las cosas nunca fueron fáciles para mí, sin embargo supe hacerme camino. De mi padre, con quien tuve una relación como la que se tiene con un maestro, más que personal casi profesional, aprendí todo; de él heredé mi afición por los libros, por la poesía, por la lectura, por la duda intelectual. Gracias a él desarrollé mis aptitudes creativas y eventualmente me inscribí en la escuela, para de ahí saltar a la universidad e inclusive al mundo y convertirme en quien soy. De mi madre obtuve la necesidad afectiva, la parte emocional, lo irracional, todo lo que hace falta para tener un balance entre opuestos. Por eso creo que, indistintamente del bagaje social o cultural, toda persona nace poeta o al menos tiene ese potencial, ese don en bruto; basta pulirlo y asumirlo para poseerlo.
Adonis está por cumplir ocho décadas de vida, ¿qué le falta por hacer?
Para mí lo importante es escribir, seguir haciéndolo como todos los días. Esa ha sido mi vida y así quiero que siga siendo; aunque no de una manera metodológica ni siguiendo un ritmo sino cuando me nace, entre los cafés y la calle, el río y el metro, viendo a la gente y viviendo la vida. Enamorándome, eso es lo que más disfruto y para eso es que estamos vivos. Escribir, viajar, beber, departir con mis amigos y mi gente. Porque así se conoce más de uno mismo y de la cultura propia, porque así se descubre el mundo interior y el ajeno.
¿De qué se compone la vida de Adonis más allá del mito literario?
De mi familia. De mi esposa, mi amor eterno, Khalida, con quien llevo casado toda la vida, la que posee el temple y le sobra corazón; y de mis dos hijas, de quienes también estoy enamorado, una la pintora, otra la artista conceptual.
No es ningún secreto que el nombre de Adonis ha estado en la lista de candidatos al premio Nobel de literatura durante años, es inevitable cuestionarse qué opinión le merece aquello.
El Nobel es un premio en el que hay demasiados compromisos, muy político, completamente carente del valor que alguna vez pudo tener como expresión del peso literario o poético de algún autor. Sin embargo, he de reconocer que su compensación económica es un gran aliciente, un motor que impulsa a quien lo gana, que le permite seguir escribiendo sin más, creando. Y ese es, creo yo, suficiente motivo para seguir teniendo fe en él.
“Nunca me he sentido la propiedad de una persona de la misma manera en que ninguna persona me ha poseído nunca”
Adonis es dicharachero y alegre, sus manos y su cara coleccionan arrugas. Gusta de llevar el pelo –entrecano– un poco largo, sus ojos son color miel y tiene una mirada dulce. Le encanta hacer reír, contar chistes y chocar la mano después de hacerlo. Su jovialidad es contagiosa, lo mismo que su risa. Vive en la Rive Droite del Sena pero le encanta pasearse por la Gauche, entre el Quartier Latin y el boulevard Saint-Michel. Como aperitivo prefiere el Campari y para acompañar cualquier comida un buen tinto de Burdeos o Arak (al-Rayan) si se encuentra en sus tierras. Acaba de regresar de China, en donde recibió un premio por su trayectoria, además de acordar la traducción al mandarín de varias de sus obras, y está próximo a hacer una gira por Italia. Adonis va y viene, regresa y se vuelve a ir, vive sin rendir cuentas ni pedirlas a nadie. Pero su vida no siempre fue así, la libertad se la ha ganado a pulso.
Después de pisar la cárcel por desavenencias con el régimen político sirio, Adonis llegó al Líbano en 1956 con lo puesto, sin papeles ni recuerdos. Decidió irse para no volver porque ya Damasco le resultaba insoportable, hipócrita, estandarte de la doble moral, furtiva y fea. En Beirut se reinventó, cimentó las bases de su carrera y se entregó a la poesía y a la investigación; atrás quedó su militancia política pero no su fascinación por la misma. Ya como libanés vivió en carne propia los horrores de la guerra civil hasta que no pudo más y tuvo que exiliarse, una segunda vez, en Francia. Ahí vive desde 1985, tras huir de la invasión israelí, dando la espalda a todas las atrocidades pero al mismo tiempo llevándolas consigo.
¿Qué representa para usted el exilio?
Para mí hay dos tipos de exilio, el geográfico y el de pensamiento. El exilio geográfico es mucho más ligero, resulta casi imperceptible cuando se le enfrenta al exilio del pensamiento que es el exilio de sí mismo, de la emoción y del sentimiento. Ese exilio que llega incluso cuando uno es libre de moverse de un lado a otro, pero no de hacer ni deshacer. Ese exilio es muy personal, tanto que resulta insuperable y, muchas veces, terminal y fulminante. Por eso creo que yo, de cierta manera, nací exiliado pero he ido poco a poco superando ese exilio a lo largo de mi vida.
¿Y su exilio geográfico? ¿Echa de menos su tierra, sus afectos?
A lo largo de veinte años no pude poner pie en Siria porque el gobierno me lo impedía, si lo hubiera hecho me hubieran refundido en la cárcel de nueva cuenta. Durante todo este tiempo, por ejemplo, no pude ver a mi madre, que seguía viviendo en el pueblo en el que nací. Tampoco pude asistir al entierro de mi padre. Fue un trago amargo. Sin embargo, una vez pasado este periodo de gracia, cuando cambiaron los tiempos y llegó un nuevo régimen, aunque autoritario, deferente, regresé a mi país natal y desde entonces lo hago cada año. Al igual que al Líbano, al cual nunca dejé realmente: sigo conservando mi departamento en Beirut, ahí voy cada vez que quiero o que me hace falta. Por eso es que no extraño mucho, nada, porque todo lo sigo teniendo, lo mejor de los dos mundos.
¿Cómo vivió la guerra civil en Líbano?
Yo salí del Líbano triste, desconcertado y ciertamente muy dolido porque después de la invasión israelí la situación se volvió insostenible; a pesar de que experimenté el conflicto de cerca desde el inicio, llegó el punto en el que no pude más. La confrontación entre las diferentes facciones se hizo insufrible, las divergencias ideológicas se les salieron de las manos. Recuerdo todavía cuando las milicias me forzaron a dejar mi casa en el barrio cristiano de Achrafiye por el simple hecho de ser musulmán, aunque nunca he sido practicante. La guerra hizo que los hombres se transformaran en animales. Fue algo desgarrante, había quien coleccionaba manos, narices u orejas de contrincantes. Fue una guerra fratricida que destruyó lo mejor de la naturaleza humana, la rebajó a escombros.
¿Hay acaso mucho de animal en la naturaleza humana?
En la cultura árabe los perros son poco estimados, repudiados incluso. El sólo nombrarlos representa el peor insulto posible. Dicen los textos sagrados y la tradición que son sucios, aves de mal agüero. Si uno de ellos lamiese un plato habría que lavarlo cuando menos siete veces para que quedase limpio. Eso es una verdadera pena porque se desprecia el carácter tan noble que tienen estos animales, su fidelidad y franqueza. Lamentable si consideramos que muchas veces los perros son mejores que las mismas personas.
¿Qué podría compartirnos de su experiencia en prisión?
Mi experiencia en la cárcel fue desastrosa pero formativa. Me di cuenta de que necesitaba, a través de mis ideas y de mi obra, redefinir al mundo. Aprendí que era indispensable un cambio radical en las sociedades árabes y humanas en general para poder romper el ciclo de hastío y mediocridad que las limita; para dar el salto hacia la modernidad, para evolucionar. Fue una caída estrepitosa, un golpe enorme del que me levanté más fortalecido que nunca y dispuesto a no dejar de luchar. Me separó de Siria de manera definitiva y marcó mi destino, mi enamoramiento con Líbano y mi despertar.
¿Qué tan costosa resulta la libertad?
La libertad tiene un precio alto; un precio que uno debe y tiene que pagar para vivirla, para ser y para estar. Yo así lo he experimentado aunque no se puede en absoluto comparar con el precio que han debido pagar otros muchos para obtenerla, para poder respirar. Así sucede con la mujer, pieza fundamental en la vida del hombre, presente en mi obra y en mi pensamiento pero en muchas ocasiones malentendida y ciertamente poco valorada en el mundo árabe.
“Si nos alejamos de la poesía nos alejamos de nosotros mismos. Qué es la poesía sino el amor, sólo el amor”
En 1957, junto con el poeta y crítico libanés Yusuf al-Jal, Adonis funda en Beirut la revista Shi’r (Poesía). La edición mensual, desaparecida una década después, se convirtió en un punto de inflexión para el mundo literario y poético árabe. En Shi’r se traducen por vez primera obras de Juan Ramón Jiménez, García Lorca y Paz. Paralelamente, el autor publica sus dos trabajos más reconocidos, Canciones de Mihyar el de Damasco y Lo fijo y el movimiento. En 1968 funda la revista Muwaqif (Situaciones) que representa su voluntad continuada por indagar en la experiencia creativa del ser. Durante estos años de definición, Adonis establece el propósito que le acompañará a lo largo de toda su carrera: renovar la poesía árabe, abordando su tradición pero dándole una lectura actualizada. Recrear el lenguaje, sobrepasando el marco de los autores clásicos, haciendo del hombre el objeto final del poema, asumiendo críticamente la cultura local y aprovechando la experiencia poética y literaria universal.
Es indudable la influencia del sufismo en el desarrollo intelectual y literario del mundo árabe y musulmán, incluso en el suyo propio. ¿Qué papel juega hoy en día esta practica mística en el ejercicio poético?
El sufismo es la sublimación del pensamiento dentro del mundo árabe, el misticismo, la conexión filosófica. Desafortunadamente ahora se encuentra sumamente desarraigado, es una práctica que se ha reducido al morbo turístico, que es perseguida por la política y condenada por la sociedad. En detrimento, claro está, del espíritu y del pensamiento, del desarrollo que debiera iluminar al mundo árabe en medio de esa oscuridad en la que se encuentra inmerso.
¿A quién admira personal, literaria y poéticamente?
Yo admiro a mucha gente, a muchos poetas y poetisas; a las mujeres, a la gente creadora. Pero nunca podría confesarte los nombres de las mujeres de las que me he enamorado, las que me han inspirado, eso siempre permanecerá en secreto, es mejor así, muerto. En cuanto a vivos, los poetas estadounidenses me parecen nada, malísimos, que poco aportan, al igual que los ingleses. Admiro sin embargo a los de lengua francesa, aquellos que tienen algo que decir; quienes en verdad respetan las formas creativas, la poesía, su libertad de expresión. De entre ellos particularmente a Yves Bonnefoy.
Y sus influencias creativas en quién las deposita
En Heráclito, en Nietzsche, en Ibn Arabi y, en general, en todos los autores que conforman el mundo clásico de la poesía árabe.
¿Qué representa la poesía para Adonis? ¿La considera superior a otras disciplinas literarias, artísticas?
Resulta imposible definir la poesía. No es más que un medio de expresión de las ideas y del pensamiento, por eso es que están íntimamente ligadas aquellas con éste. El poeta es un creador y la poesía un proceso creativo, en el cual me desenvuelvo de forma plena y con el que sin duda alguna me siento mucho más cómodo que con cualquier otro. Para mí no hay arte o estilo artístico como tal sino que hay artistas que son los que se expresan, los que crean. De ahí que no haya una corriente o una disciplina más importante o mejor desarrolla-da, más pura o superior a las demás. Eso sí, he de confesar que no me gusta leer novelas, se me hace muy pesado, me da pereza. Nunca puedo leerlas en orden, ni creo que deba hacerlo; es más, nunca las termino de leer. Se me hace el recurso literario más flojo, por eso no me caen tan bien los novelistas.
“Un verdadero escritor es aquel que inventa su propia lengua y su propia forma, la trasgresión y la manera de expresar su pensamiento y su vida”
Con ocasión del homenaje que en Francia hizo la casa editorial Gallimard a Octavio Paz en voz de varios poetas, Adonis escribió acerca del mexicano: “él es el otro que es yo mismo”. Una larga historia de amistad empezada y perpetuada en París, y en francés, unió a ambos autores a lo largo de muchos años. Fue a través de Vuelta que Paz abrió las puertas de Iberoamérica al pensamiento crítico y dialéctico de Adonis; la revista fue un trampolín para sus poemas y ensayos. En Paz, Adonis se veía y se ve reflejado, como a través del espejo. Porque como Paz, Adonis revuelve a sus compatriotas y los confronta con su propia historia y destino. Pero la relación de Adonis con las letras castellanas no termina ahí, alcanza a Lorca y a Cervantes. Del granadino recoge las impresiones de Nueva York en su Epitafio para Nueva York (Hiperión, 1987) y del manchego el papel de la mitología y la locura en la vida diaria. Con todos comparte su amor y necesidad por la lengua.
¿Cómo nace su relación con Octavio Paz?
Le conocí hace muchos años, entre los sesenta y setenta en París. Nos presentaron en algún encuentro literario, entre colegas, y a partir de entonces nos hicimos muy amigos. Siempre hablamos en francés aunque lo cierto es que entre nosotros no había necesidad de idioma alguno porque nos entendíamos más allá de las restricciones del lenguaje. Compartíamos una forma de ver la vida, una visión, una perspectiva. Luchábamos por las mismas cosas y teníamos los mismos intereses. Creo que a la fecha no ha nacido el poeta que
cubra el vacío que él dejó. Con Paz compartí siempre mi deseo por revolucionar la cultura, por darle un nuevo espacio y dinámica a la poesía; las ganas de desproveerla de reglas y reescribirla. Siento que lo mismo que yo he deseado para el mundo árabe él siempre lo quiso para México y América Latina. Siempre tuvimos el mismo espíritu. Lamento mucho que ya no esté entre nosotros, le extraño.
¿Más allá de sus vínculos personales, considera que existen más similitudes que diferencias entre América Latina y el mundo árabe?
Las similitudes entre América Latina y el mundo árabe son incuestionables: la estructura familiar, el entramado social, el papel del padre y la figura de la madre, las relaciones de amistad y el vínculo con el poder, hasta el rol que juega la religión. Resulta innegable la herencia cultural, no sólo a partir de la creación de los califatos de Andalucía sino también e incluso de manera más importante a raíz de la emigración de decenas de miles de sirio libaneses a América durante los últimos años del Imperio Otomano y a todo lo largo del siglo XX.
Es imposible no pensar en Lorca cuando uno lee su Epitafio para Nueva York. ¿Fueron conscientes esas coincidencias?
Leer a Lorca es reconfortante porque nunca pierde su fuerza; su poesía anima, toca, sensibiliza. Estoy consciente de las grandes similitudes entre Poeta en Nueva York y Epitafio para Nueva York; la manera en que ambos describen la ciudad, su crudeza narrativa, su estilo poético y la forma en que fueron concebidos y pensados. No puedo negar que el mismo efecto que la ciudad tuvo en Lorca lo tuvo en mí, que al leerle me sentí representado y al escribir sobre el tema me influyó. Porque a pesar de que entre uno y otro poema hay más de 40 años de diferencia, Nueva York a lo largo de ese tiempo nunca cambió. De hecho nunca lo ha hecho, como ciudad sigue siendo fría y calculadora, mortal incluso.
Sus libros han sido traducidos a una decena de idiomas y usted mismo se ha encargado de llevar al árabe la poesía de muchos de sus colegas, en particular la obra completa de Saint-John Perse. ¿Qué importancia le merece la labor del traductor? ¿Y el papel de la lengua?
El papel de cualquier traductor es de suma importancia, en sus manos está la creatividad para poder transformar una obra, adaptarla, interpretarla y no destruirla. Yo disfruto mucho el ejercicio y siempre trato de abordarlo de forma inteligente, nunca traduciendo palabra por palabra sino dándole sentido a cada verso, como si se tratase del idioma original. Considero que a pesar del tiempo y de la distancia entre pensamiento y poesía no debe haber separación sino convivencia; uno nutriéndose del otro y viceversa, siempre arropados por la lengua. Para mí la lengua es mi patria, mi refugio y mi sustento. En particular la lengua árabe, en la que siempre he escrito y nunca dejaré de escribir porque tiene cadencia y ritmos, es melódica y enamora. La lengua es el instrumento más importante que pueda tener un poeta o un traductor; es su punto de partida y su destino.
“Entre más entras en contacto con el otro más te descubres a ti mismo”
En su obra más reciente traducida al español, El Libro Primera Parte (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006), Adonis hace lujo de su profundo y estudiado conocimiento de la sociedad, la cultura y la historia árabes, tanto antes como después de la llegada del Islam. Un trabajo que tardó en terminar casi una década y que se publicó, a lo largo de tres entregas, en un periodo de tres años, El Libro echa mano de un particular recurso literario: Adonis simula ser el comentarista o anotador de un antiguo manuscrito hallado por azar y atribuido al extinto poeta medieval Al-Mutanabbi. El poema hace un recuento minucioso y brutal de la historia del mundo árabe musulmán, a través de la política y la religión, complementado con un repaso por las 28 grafías del alfabeto árabe. Con El Libro, considerado por el autor como su obra cumbre, Adonis acerca al lector a su mundo, a su gente, a su historia, a su pasado y a su presente. A través de sus cientos de páginas, El Libro descubre un universo desconocido por muchos y, desafortunadamente, repelido por otros de éste lado del Atlántico y del Mediterráneo.
Mahoma es el profeta inequívoco del Islam, su pilar fundamental y, como en toda religión, uno de sus principales mitos. ¿Histórica y socialmente, qué relevancia tiene en la vida actual del mundo árabe?
Mahoma fue una especie de revolucionario y uno bastante exitoso, pero mediocre porque se rebeló contra la ideología predominante en su época sólo con el propósito de volver al pasado. Se opuso a la imposición del cristianismo como forma de vida y pensamiento, levantándose en armas para reinstaurar los valores vinculados con lo inmediatamente anterior, con el judaísmo, con lo que él valoraba como importante. En la actualidad las sociedades árabes viven una época de gran apatía, un oscurantismo obnubilado por la interpretación arcaica de la vida y la religión. Una cerrazón y un desconocimiento absoluto del arte, de la literatura, de la poesía, de los grandes maestros y de la importantísima herencia cultural de nuestra civilización.
¿Qué tan real es la presunta escisión que se vive entre Occidente y Oriente?
Entre Oriente y Occidente siempre habrá interpretaciones cruzadas y malos entendidos porque las apreciaciones y juicios de valor se basan en estereotipos, se construyen sobre la ignorancia mutua, el desprecio adelantado de la otredad.
¿Existe en verdad una incompatibilidad entre democracia e Islam?
Sin duda alguna estoy de acuerdo con la incompatibilidad entre la democracia y los regímenes árabes. La indivisibilidad entre Estado y religión, entre la iglesia y la forma de gobernar en las sociedades de los países árabes hacen inviable la existencia de un gobierno verdaderamente democrático como los que observamos en Occidente, basado, como el francés, en la igualdad, la legalidad y la fraternidad. Ante la posibilidad de que la religión eclipse por completo al poder, observamos regímenes autárquicos y antidemocráticos, dictaduras y mano férrea. Todo ello es preferible, incluso para mí, a la llegada al poder del extremismo religioso, de esa visión retrógrada que gobierna nuestras sociedades y domina nuestra cultura.
¿Cómo lee el conflicto árabe israelí? ¿Qué perspectivas futuras tiene el problema palestino?
El conflicto árabe israelí no tiene a la vista una solución, probablemente se extienda por años, incluso décadas. No hay una voluntad verdadera de las partes por ponerle punto final a esa guerra que ha durado tanto y que se ha llevado consigo las vidas de miles de personas. El pueblo palestino es sin duda el que más ha sufrido estas atrocidades, es un caso único en el mundo, y el más lamentable. Sesenta años siendo refugiados, no queridos, rechazados incluso por sus pueblos hermanos, quienes los utilizan como estandarte político pero al final del día no se interesan en absoluto por su bienestar ni por la resolución de su
desastrosa situación. Los palestinos son víctimas del tiempo, de la historia y de las circunstancias. Palestina es una tragedia sin remedio. ~
(Ciudad de México, 1977) es diplomático, periodista y escritor; su libro más reciente es “África, radiografía de un continente” (Taurus, 2023).