Cruza una pierna e intenta acomodarse. Cruza la otra y busca su lugar en la butaca. Se rasca la cabeza. Remueve el interior de la mochila. Apoya los codos en las piernas. Se coloca en la orilla del asiento. Luego se vuelve a hundir en él. Algo le susurra a su acompañante. Pasan los minutos. Rendidos, abandonan la sala inundada de oscuridad. Por convención, se suele pensar que el cine lleva a los espectadores a algún lado –“más allá del arcoíris”, como se canta en El mago de Oz (1939)–, pero no siempre es así. El cine todavía conserva su misterio, algo espectral, que a veces acoge y otras rechaza. Esa es la experiencia cinematográfica. También su riesgo. Recién premiada con el Puma de Plata a mejor película en la edición XIII del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM), El prototipo (2022), de Bruno Varela, propone un trance, pacto que algunos aceptan y otros no. Ese dilema es fundamental en la exploración del artista audiovisual e investigador.
El filme parte de oscuras referencias a Valis (1981) de Philip K. Dick, la más clara de ellas: cada que una película se ve, es diferente. Solo se trata de un préstamo literario para pensar en un primer momento en la forma de ver el cine y después en las hendiduras, a veces microscópicas y otras evidentes, de las imágenes y su entramado o montaje. El prototipo es una película godardiana que prolonga y radicaliza el proyecto fílmico de Varela, que se ha dedicado a interrogar al cine, su pertinencia como artefacto para pensar más que entretener, así como su pretendida muerte o vitalidad. Aquí resuena el comentario del autor de ciencia ficción, ya que la tesis del cineasta es que el cine es orgánico, es un cuerpo coherente, pero no responde a las convenciones, sino que las cuestiona. Hay destellos de todo esto en sus películas anteriores (Manifiesto México, 2013; Tiempo aire, 2014; Placa madre, 2016; Monolito, Mano de metate, 2018) y están muy presentes en este filme experimental. Más que vanguardia, se trata de un cine de retaguardia, como el mismo Varela afirma, una propuesta que se desmarca del terreno cinematográfico habitual.
Con respecto al primer movimiento mencionado, El prototipo lleva a pensar que la manera de ver el cine varía, no siempre es la misma. Ahora habituados al servicio a la carta de las plataformas e internet, las películas se ven por partes, de manera fragmentaria; ningún juicio moral atraviesa esta costumbre, es probable que responda a la fragmentación propia del cine, a la operación básica del montaje. La película de Varela está hecha de imágenes de distintas fuentes, por ejemplo documentales, de archivos familiares y de hallazgos o found footage, imágenes encontradas que se presentan en un contexto distinto. Su montaje es discursivo, discontinuo; a través de sus injertos, donde imágenes tan distintas se sueldan unas con otras, da cuenta de un mundo por construir, de una exploración intelectual, de poner en ejecución una práctica específica. Al ver la propuesta del director, se piensa en la imposibilidad de apretar el botón de pausa para detenerse y entender a cabalidad lo que se está viendo. Incluso hay una especie de frustración: no hay botón para regresar la película al verla en la sala de cine.
Ahí se esconde una misteriosa verdad: la cinta y las condiciones de su proyección delimitan la comprensión y el entendimiento. Flores, manchones de color, danzantes con máscaras e imágenes de diversos lugares de Oaxaca pueblan la película. Sus texturas varían, pero algo las uniforma: todas tienen grietas y cavidades, ya sea por el desgaste o su propia materialidad.
Eso permite abordar el segundo orden del filme. En uno de los subtítulos del metraje –usados no como traducción, sino como acotaciones provocadoras– se lee que la palabra película proviene del vocablo piel. La piel de estas imágenes en formato de 16 mm está horadada, su erosión está a la vista, en su merma habita el misterio de la representación, la naturaleza fantasmagórica del cine que hace visible lo que ya pasó, que ensaya su repetición. ¿Qué hay detrás del enigma de las imágenes que dan la apariencia de realidad? ¿Son algo más que materia? ¿Es posible penetrarlas, pasar a través de ellas? Como si de una epidermis se tratara, la fina capa de la película es frágil, pero ello no facilita que se les pueda asir o entender del todo.
No hay un afán de llevar al espectador a algún sitio en El prototipo. La narrativa es por convenio y acuerdo –quizá del mercado– una manera de transportarse metafóricamente a otro lugar, pero no solo eso, también es imaginación, secreto y enigma. La película de Varela reflexiona sobre cómo las imágenes exhiben sus grietas para proteger su misterio. Felizmente, todavía se puede imaginar e interrogar con el cine, pese a que somos como Dorothy en El mago de Oz, cuando, en su intento por aprehender, el misterio más allá del arcoíris se lamenta: “why, oh why, can’t I?” ~
es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.