Philip K Dick
Christopher Dombres

Dos hombres en el castillo:una conversación electrónica sobre Philip K. Dick

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Rodrigo Fresán: Estos últimos meses estuve releyendo —y leyendo por primera vez algunos textos suyos— a Philip K. Dick y lo primero que me sorprendió es el hecho de que su obra no haya envejecido en absoluto, teniendo en cuenta que él solía decir que escribía acerca de lo que iba a pasar en los próximos meses, sobre un futuro casi-presente. Creo que ahí están su gracia y su talento: proponer una ciencia-ficción donde la ciencia no importa demasiado (y es casi siempre accesoria e imperfecta, funciona mal o no funciona) y la ficción no es tal. Me parece que hay suficiente evidencia ya para afirmar que la idea del futuro —nuestro presente— está mucho más cerca de lo que pensaba Dick que de lo que sostenían los clásicos del género, ¿no? Dick se ha convertido en un gran escritor realista/naturalista, que es lo que en realidad él siempre quiso ser antes de verse obligado a ganarse la vida escribiendo “novelitas” futuristas.

Roberto Bolaño: Recuerdo con mucho cariño a Dick. Yo creo que es el escritor de los paranoicos, del mismo modo que Byron fue el escritor de los románticos. Incluso su biografía tiene ciertos matices byronianos: es un hombre de vida amorosa agitada y, políticamente, está con las causas perdidas. En ocasiones con las causas más extremas o las que la gente considera que son las más extremas. Y es curioso que uno de los grandes escritores del siglo XX (algo en lo que creo que estamos de acuerdo) sea precisamente un escritor “de género”. Un escritor que para ganarse la vida (un término horrible este de ganarse la vida) se pone a escribir y publicar novelas en editoriales populares, a un ritmo endiablado, novelas que discurren en Marte o en un mundo en donde los robots son algo normal y rutinario. En fin: la peor manera de labrarse un nombre en el mundo de las letras, como diría un escritor francés de finales del siglo XIX. Y sin embargo Dick no sólo se labra un nombre en la literatura sino que se convierte en punto de referencia de otras artes, como el cine, y su prestigio sigue creciendo. ¿Tú recuerdas la primera novela que leíste de él? La mía fue Ubik y el martillazo que recibí fue considerable.

Fresán: Es cierto eso de Dick y las causas políticas. Tiene algo de working class hero lo suyo —no sólo en el aspecto de “escritor trabajador”, sino que buena parte de sus ficciones giran en torno al hombre trabajador y esclavizado, a la práctica buena o mala de un oficio, al espanto de ciertas burocracias y a errores mecánicos o problemas de funcionamiento… En mi caso la primera fue El hombre en el castillo, en Minotauro, claro. Recuerdo que acababa de volver a Buenos Aires después de unos cuantos años viviendo en Caracas, y el efecto fue desconcertante. Todavía regía la dictadura militar —era 1979— y recuerdo que me costaba un poco discernir dónde terminaba el libro y dónde empezaba la realidad. La sensación se acentúa todavía más cuando se leen varios Dicks seguidos: la sospecha que te despierta en cuanto a lo que es verdadero y lo que es falso. Me parece que es una sospecha que trasciende la vulgar paranoia y está más cercana al pensamiento religioso. En este sentido —no sé qué te parece— creo que Dick es el escritor perfecto para los que no creen en Dios pero quisieran que existiera alguna inteligencia superior que explicara todo este despropósito, ¿no?

Bolaño: Sí, sin duda Dick es en gran medida un escritor con una preocupación religiosa. Hay páginas de Dick en donde está claro que a él, al autor, le gustaría creer en Dios, pero también hay páginas en donde Dick escucha, literalmente, el ruido del universo que se muere de forma irremediable. Se oye en Tiempo de Marte. Una musiquilla de las esferas que sólo oyen los seres más débiles entre los débiles, las víctimas y los enfermos. En este sentido Dick jamás hubiera podido ser un escritor de utopías, algo a lo que su escritura profundamente moral podía haberlo llevado. Ni siquiera de distopías. Dick escribe sobre La Entropía, con mayúsculas. Lo curioso es que al mismo tiempo, en paralelo a este tema mayor, discurren otros, más terráqueos, digamos, pero profundamente inquietantes, como el de las realidades superpuestas de El hombre en el castillo, o como su aseveración de que la historia, y con ella la realidad, terminó en el año 60 o 70 después de Cristo y que todo lo que ha venido a continuación es disfraz o realidad virtual y que de hecho estamos inmersos en pleno Imperio Romano.

Fresán: Tal vez la necesidad de Dick de creer en otros planos de la realidad —me atrevo a pensarlo como, sí, una necesidad y no una condena— tenga un motivo mucho más sencillo o, si se lo prefiere, banal: la opción de pensar que en otra dimensión Dick sería un gran escritor, el escritor más importante de todos. Pero tal vez lo más inquietante de todo sea la incapacidad de Dick para funcionar dentro de los parámetros del género al que hizo evolucionar tanto. Son muy conocidos sus problemas con sus colegas y con los fans de la ciencia-ficción, que no entendían lo rebuscado de sus tramas y lo consideraban una especie de terrorista drogado que no respetaba ninguna de las leyes implícitas y acaso nunca del todo declaradas del género.

Bolaño: No, no creo que Dick soñara con ser el mejor escritor en una dimensión paralela a esta. En Dick la salvación está en la amistad, en el sexo, en la aventura compartida, no en la escritura, ni mucho menos en lo que formalmente se llama “buena escritura” y que no es otra cosa que una serie de convenciones más o menos aceptadas por todos. Ahora bien, es muy probable que Dick experimentara esa sensación de lucidez con respecto a su propia escritura y que en algunos momentos (momentos de debilidad y vanidad que todo el mundo tiene) viera como algo injusto su destierro en la literatura de género, en la estantería de los libros populares y baratos. Pero esto es algo que le ha ocurrido a muchos buenos escritores. En la tradición norteamericana hay ejemplos en donde el silencio (el caso de Emily Dickinson) o el desdén (Melville, por ejemplo) son mayores que el silencio y el desdén buscado y sufrido por Dick.

Fresán: Recuerdo que el otro día me contaste que navegabas por Internet por varios sites dedicados a Dick y no pude evitar preguntarme qué pensaría Dick de todo esto: computadoras, el mundo invisible de la Red que está aquí y no está al mismo tiempo… El modo en que la realidad lo viene “plagiando”… Me pregunto también si no se habrá muerto en el momento justo y si acaso los verdaderos escritores de ciencia-ficción se mueren —o serán desconectados— cuando la realidad comienza a parecerse demasiado a las tramas de sus novelas. En este sentido, Dick era un profeta poco interesado —a diferencia de lo que ocurre con los idiotas de Clarke y Asimov— en acertar compulsivamente acerca de lo que vendrá. En algún lado leí que Dick dijo que “la mala ciencia-ficción predice mientras que la buena ciencia-ficción parece que predice”. A Dick le preocupaba mucho menos el futuro (como escenario) que una especie de presente atemporal liberado de todo rigor cronológico. Incluso sus partes futuristas parecen casi una obligación editorial, ¿no? Y por acá —para entrar en otro posible tema— tengo otra frase de él que siempre me impactó: “El cuento trata de un crimen y la novela trata de un criminal”.

Bolaño: Pero más allá de su desdén por el futuro, Dick es también un profeta. Un profeta callejero, diríamos un profeta lumpen, sin el prestigio de un Norman Mailer, un Arthur Miller o un John Updike. Y sin el aura de un Salinger (los lectores de Dick y Salinger suelen ser jóvenes, pero los de Dick son jóvenes freaks). En cuanto a los relatos y novelas, no se ve una gran diferencia: hay novelas de Dick que no son más que una sucesión de relatos, como lo es también el Moby Dick de Melville. Sus cuentos, por otra parte, son increíblemente buenos. En lo que respecta a que algunas de sus novelas no parecen seguir un patrón lógico, yo creo que hay que tener en cuenta que muchas de estas novelas están escritas por encargo y bajo la influencia de anfetaminas, que son novelas alimenticias que probablemente Dick escribía en menos de un mes, sin planteamientos previos ni estructuras, y que en realidad son improvisaciones. Pero las grandes novelas de Dick, como El hombre en el castillo o Valis o Tiempo de Marte o Ubik o Dr. Bloodmoney, son de una coherencia extrema; lo que no carece de mérito, pues Dick no opera desde el orden sino desde el desorden. En este sentido su novela de hierro sería Valis, que es una de las últimas, y en donde, entre otras muchas cosas, Dick aborda directamente lo cerca que se encuentra de la locura. Y lo hace con la lucidez y con la elocuencia de un gran artista. Aunque también hay que tener presente que en muchas ocasiones la lucidez y la elocuencia son términos excluyentes.

Fresán: Es muy cierto eso de Dick y de la locura como estética: sus novelas acaban siendo, formalmente, casi una representación estética de lo que significa el “estar loco”. Me parece que —si nos ponemos musicales— Dick escribe más “variaciones” que “improvisaciones”: siempre parte de una misma aria central que tiene que ver con las preguntas: “¿Qué es real? ¿Qué no lo es?”, y te va envolviendo en esa melodía repetitiva y constante… Párrafos atrás hablabas de Dick como alguien no preocupado por una “buena escritura”… y no estoy tan seguro a pesar del evidente apresuramiento de sus textos. Creo que esa velocidad desesperada le da algo raro y muy personal y que, en un punto, te hace sentir en carne propia la adicción química de Dick como si fuera por transferencia. (A Dick le gustaría esto: la literatura como sucedáneo de la droga, y creo que escribió algún cuento donde los invasores adoptan la formas de un libro forrado con la piel de un animal extraterrestre, no recuerdo bien, pero la historia acababa un poco como el Tlön de Borges, a quien, si lo pensamos un poco, Dick se parece tanto en más de un sentido.) Pero en cualquier caso a eso me refería cuando te mencionaba los riesgos de leer varios Dicks seguidos: hay algo virósico en su escritura que no tiene nada que ver con el tipo de virus que también son Proust o Nabokov o Salinger. Mientras que estos últimos te contagian una forma de escribir, Dick te contagia una forma de pensar.

Bolaño: Igual que Burroughs. En algunos momentos, Dick se parece a Burroughs. Ambos, a la manera norteamericana, en el fondo muy pragmática, están interesados más por la revolución, por el “estado de la revolución”, es decir por la resistencia, que por la literatura. Es en este sentido en que yo creo que a él no le interesa escribir bien, algo que en un escritor se da por sobreentendido. Dick va camino de ser un clásico y una de las características de un clásico es ir mucho más allá de la buena escritura, que no es otra cosa que una cierta corrección gramatical. “Colocar las palabras adecuadas en el lugar adecuado es la más genuina definición del estilo”, dice Jonathan Swift. Pero evidentemente la gran literatura no es una cuestión de estilo ni de gramática, como también sabía Swift. Es una cuestión de iluminación, tal como entiende Rimbaud esta palabra. Es una cuestión de videncia. Es decir, por un lado es una lectura lúcida y exhaustiva del árbol canónico y por otro lado es una bomba de relojería. Un testimonio (o una obra, como queramos llamarle) que explota en las manos de los lectores y que se proyecta hacia el futuro. ¿Y qué es lo que Dick proyecta hacia el futuro, en qué consiste el mecanismo de su bomba de relojería? Básicamente en preguntas. Preguntas rarísimas y peregrinas. Y en una sensación de malestar, de alteridad, que muy pocos han logrado plasmar.

Fresán: No había pensado en el nexo Burroughs/Dick, pero sí, ahí está. Sobre todo en lo que a luchar contra el Sistema se refiere y en sus fijaciones metaparanoicas con Nixon, la CIA, el FBI, un Estado policial, en ese costado político-alucinógeno. Y, no sé por qué, pienso en qué hubiera sido de Dick de haber nacido en Argentina o Chile. Probablemente habría sido uno de los desaparecidos o, mejor todavía, se habría convertido en el auténtico “hombre en el castillo”: un artista gurú, un punto de peregrinación… Me parece, insisto, que a Dick lo que menos le interesa es el futuro como territorio porque ya se siente excluido del presente. El futuro sólo puede significar peores noticias, la tecnología jamás le despertó la menor esperanza y, curiosamente, su novela más “feliz” —con final más feliz— es Dr. Bloodmoney, donde la humanidad recupera una especie de primitivismo campesino fuera de las grandes ciudades. La mirada de Dick es siempre la mirada de un noble horrorizado por la decadencia (todos esos adictivos productos comerciales a los que alude) y, cosa rara, ayer vi por primera vez la versión fílmica de El Gatopardo y, volviendo a lo que te decía acerca de Dick como agente contaminante e invasor, me propuse verla como si fuera una película de ciencia-ficción dentro del subgénero de planeta agonizante y especie en extinción. Y dirás que estoy loco, pero funciona… Y me hizo recordar en algo a Tiempo de Marte, en algo a El hombre en el castillo. Tal vez esté delirando un poco… Tal vez deba dejar de leer a Dick por un tiempo… –

EL RETORNO DEL REPLICANTE

Buenas noticias: la prestigiosa editorial Minotauro ha comprado buena parte de la dispersa y mal traducida al español obra de Philip Kindred Dick (1928-1982) y se propone ordenarla y, por fin, presentarla como se merece.
Los primeros dos títulos lanzados al mercado durante el pasado año/efeméride 2001 —Lotería solar y Valis— son emblemáticos dentro del universo del hombre que inspiró Blade Runner, El vengador del futuro y Minority Report (esta última dirigida por Steven Spielberg, con Tom Cruise de protagonista), a todo el movimiento cyberpunk, y a quien El show de Truman y Matrix y el Martin Amis de La flecha del tiempo roban descaradamente y sin siquiera decir gracias.
Lotería solar (de 1954) es su primera novela estrictamente de ciencia-ficción y —más allá de sus rasgos primerizos— ya muestra ciertas obsesiones inconfundibles: la idea de planetas enteros sometidos a voluntades extraterrestres y juegos sádicos, telépatas, organismos artificiales, personalidades múltiples y mesías falsos. Una perfecta entrada a un universo sin salida.
Valis (de 1981, y hasta ahora conocida en español como Sinaivi) es cosa seria: uno de sus últimos libros publicados en vida, punto de partida de su “Tetralogía religiosa” que se completa con The Divine Invasion (1981), The Transmigration of Timothy Archer (1982) y la coda/introducción Radio Free Albemuth (escrita en 1976 pero publicada recién en 1985). Valis es un libro inclasificable que ha llegado a ser definido como el Tristram Shandy de la ciencia-ficción: ¿crónica de una posesión cósmica?, ¿autobiografía alternativa?, ¿tractate para una nueva religión?, ¿pedido de auxilio de un escritor enloquecido por años de bombardeo químico a su sistema nervioso y comida para perro a su aparato digestivo?, ¿roman à clef con la participación de Linda Ronstadt, Emmylou Harris, David Bowie y Brian Eno entre muchos otros?, ¿mensaje en la botella de un náufrago paranoico seguro de estar siendo observado por la KGB y el FBI luego de haber tomado contacto con el “rayo rosado” de una inteligencia superior o de su hermanita gemela muerta? Todas y cada una de estas definiciones son aplicables a lo que es, indiscutiblemente, una obra maestra dentro de cualquier categoría literaria. Un libro que, en el torrente de su delirio, suena más perturbadoramente lúcido y cercano con cada día que pasa, y el futuro —tal como lo entendíamos hasta antes de la odisea sin espacio de este 2001— va quedando cada día más y más atrás, lejos. ~

–R. F.

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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