“Tocayo, me retraso un pelín.” Recibo el mensaje esperado, y, lejos de contrariarme, me hace al personaje más entrañable, más cercano, como si el hecho de llegar tarde desmintiese en algo su apariencia de hombre intachable. A Lorenzo Silva (Madrid, 1966) siempre me lo imagino escribiendo o con las manos al volante, pegando acelerones, volantazos, adelantando a los demás, remontando un atasco creativo o de tráfico (muchas de sus páginas han salido de su cabeza mientras conducía), luchando contra los relojes, llevando a todas partes su oratoria pulcramente modulada (recordemos que vistió la toga de abogado durante doce años), precisa y a la vez amplia, expansiva, llena de meandros y subordinadas que jamás le ocultan el horizonte al que quiere llegar. Finalmente lo veo abrirse paso entre los veladores de la terraza del Café Gijón con una sonrisa en la cara y una disculpa en los labios. Prologamos esta cita de un 8 mayo con un abrazo que ancla sus raíces veinte años atrás. Hablamos un buen rato y, en algún momento, enciendo la grabadora.
Estás de aniversario: Bevilacqua y Chamorro cumplen veinticinco años. Seguro que más de una vez te has preguntado qué habría sido de tu vida sin la irrupción de estos personajes.
Sí, sí que lo he pensado… Bueno, digamos que antes de que se publicara la primera entrega ya tuve una cierta experiencia de éxito con La flaqueza del bolchevique, que es un libro que ha tenido mucha fortuna, se ha traducido a bastantes lenguas, se hizo una película y una obra de teatro. Pero sí, podría haberme quedado en uno de esos autores de un solo libro y no haber logrado un hueco tan grande. Lo que a mí me reportó Bevilacqua en las dos primeras entregas (la primera fue muy bien, y la segunda fue casi un fenómeno paranormal) fue una ampliación súbita del perímetro lector. Soy consciente de que gracias a eso no pocos de mis otros libros han llegado también a muchísimos lectores.
El éxito está en la mirada de los demás.
Sí, sí, así es…
Y también tiene peajes: promociones agotadoras, demasiadas noches fuera de casa, el escrutinio ajeno, etc. Alguna vez me has dicho que la escritura es como un sacerdocio.
El éxito comercial te somete a una serie de tensiones. Digamos que cuando tú escribes, y yo lo hago desde hace más de cuarenta años, las expectativas que tratas de satisfacer son artísticas y son tuyas, son muy personales, son muy individuales. El escritor se mide consigo mismo y contra su propia desconfianza hacia su trabajo y lograr escribir algo que no te avergüence ya es bastante difícil. Y si tienes un éxito comercial te echas otra mochila a la espalda, que es la expectativa de que tus libros, que tienen que pasar ese primer filtro, porque si no serás un desgraciado, además tienen que gustar a otros en cantidades apreciables, la unidad pasa a ser la decena de mil. Eso es una presión añadida, qué duda cabe. Yo he intentado que esas expectativas no me perturben, pero lo primero es que lo que esté escribiendo suponga un desafío creativo. Luego el éxito te altera la vida desde el punto de vista de la intendencia: a mí me ha llevado a viajar mucho, hay a quien le pesa viajar, por suerte yo puedo dormir en cualquier sitio y además he aprendido a viajar con nada, hago y deshago la maleta en cinco minutos, pero he tenido que aprender a organizarme para partir la vida y separarla un poco, sobre todo para que la escritura, aunque yo soy capaz de escribir mientras viajo, no se vea perjudicada. A lo largo del año intento tener dos o tres meses como mínimo para llevar una vida monacal y dedicarme por entero a la escritura.
Supongo que tú sacas los libros que quieres y cuando quieres…
Sí, es un privilegio que me ha dado Bevilacqua…
¿Pero el hecho de que tu trabajo lo vaya a recibir tanta gente condiciona su contenido o escribirías lo mismo de tener tan solo dos mil lectores?
Yo creo que haría el mismo libro y que llevo todos estos años escribiendo lo que quiero escribir para quien quiero escribirlo. En la novela negra, por ejemplo, hay muchos lectores que quieren tiros, evisceraciones, explosiones permanentes, persecuciones… Yo sé que a muchos de esos lectores los voy a defraudar: los he defraudado durante estos veinticinco años y los seguiré defraudando hasta la muerte, lo siento, pero mis novelas no se basan en eso. Luego hay otros lectores que tienen las cejas excesivamente enarcadas para lo que yo hago: escribir sobre policías, sobre guerras, hacer novela juvenil, incluso, son cosas como de bajo nivel para ellos, pero es que yo escribo de esas cosas porque me interesan y no voy a dejar de hacerlo. Siempre tengo muy presente una frase de Chandler, que no sé si está en una carta, me he leído todos los papeles de Chandler tantas veces, en ella le dice a alguien que escribir lo que el público espera no tiene sentido, que es una actitud absurda para cualquier creador, que lo que uno tiene que intentar es conseguir que a la gente le interese lo que uno hace. Ese es el desafío. Hay que intentar tener con los lectores un espacio de entendimiento, pero con algunos no lo vas a tener, pues qué le vas a hacer… Yo he abordado en algunas de mis novelas temas sensibles, que están muy ideologizados en España, por lo que tengo que asumir que cualquier abertzale que entienda la violencia de eta, cualquier independentista que entienda que una sociedad puede votar un referéndum de independencia con leyes secretas contra la mitad de la población y saltándose todas las demás leyes y cualquier partidario de Franco se sentirá incómodo con mis libros, porque en ellos aparecen esas realidades y no de un modo favorable. Yo no estoy para caerle bien a un independentista virulento frustrado ni a un etarra en prisión ni a un nostálgico de Franco. Me parecen calamidades que han asolado la sociedad en la que vivo, y las novelas no son artefactos ideológicos ni discursivos, pero naturalmente hay una mirada sobre las cosas y la mía hacia eso no es indulgente. Y añado: he perdido lectores. Y los he perdido de manera consciente, claro, qué le vamos a hacer.
Has mencionado Cataluña y el País Vasco, y ahora seguiremos por ahí, pero por cerrar este capítulo: tú eres un autor muy prolífico, tienes más de ochenta libros…
Hay libros de artículos, de viajes, algún álbum infantil… Pero sí, siguen siendo muchos [sonríe].
Y por eso siempre se te ha percibido como un autor mayor de lo que eras [se ríe]. Me ha hecho gracia eso que has dicho de que tú habías estado en el desierto, porque no te ha dado tiempo…
Claro, es que yo empecé a escribir con trece años y no publiqué mi primer libro casi hasta los veintinueve, pero había escrito media docena de novelas y decenas de cuentos y una obra de teatro y libros de poesía… Con el tiempo libre que uno tiene de adolescente, imagínate lo que se escribe [se vuelve a reír].
Y desde el principio, en general, has tenido muy buenas críticas, tanto en el ámbito periodístico como en el universitario (Santos Sanz, por ejemplo, siempre pondera tus libros), hay una edición de El alquimista impaciente en Austral, etc. ¿Crees que ser un superventas te ha impedido la entrada a otros sitios: el premio Nacional…?
No lo sé, puede ser. Yo creo que a mí lo que me ha afectado mucho es el género. Hacia el género policiaco hay un prejuicio enorme en la academia mundial, no solo española, aunque en esta sea muy muy acusado. Ahora mismo hay una doctoranda que está haciendo una tesis doctoral sobre Bevilacqua, y me dijo que le había costado encontrar un director que quisiera tutelar un trabajo de investigación sobre un autor vivo y que encima fuera de género. Yo sé que hay mucha reticencia frente a eso, pero también ha habido y hay cabezas singularísimas que están muy por encima de la academia mundial respecto a la flexibilidad mental y la apertura de miras. Son personas muy honestas y muy valientes. Ricardo Senabre, catedrático de teoría de la literatura en la Universidad de Salamanca, era el gran sabio de teoría literaria en España, y fue el primero que reseñó una novela mía de género policiaco. Has citado a Santos Sanz Villanueva, pero Pozuelo Yvancos también lo hace; Fernando Gómez Redondo, catedrático de Alcalá de Henares, medievalista, ha escrito una cantidad de cosas sobre Bevilacqua que para mí son abrumadoras, y leyéndolo como literatura, que es lo que es, que es de donde nace, yo no soy policía ni reportero de sucesos. Soy alguien que leía a Proust y a Joyce y a Kafka, y que en un momento determinado se encontró con Raymond Chandler. Si no, posiblemente tampoco escribiría novela policiaca… Pero no lo sé. Y el premio Nacional: yo he estado en el jurado, y creo tener razones muy muy fundadas para estar bastante seguro de que nunca lo voy a ganar. He visto cómo funciona un premio nacional por dentro y he visto cómo se vota a la contra y cuáles son los equilibrios de poder que hay. Y te digo una cosa: no me afecta. Es un premio que, como digo, es vulnerable a los equilibrios de poder de la sociedad española y yo no escribo para ser aprobado por ellos.
¿Y la Academia?
La Academia es un club muy pequeño de unas personas que deciden en función de sus afinidades muy particulares, y además, probablemente, también hay que tener un perfil que yo no tengo. Tampoco cuento con ello.
Volvamos a Cataluña y al País Vasco, tan presentes en tus últimos libros, aunque el Estatut ya aparecía en La reina sin espejo (2005) y su estela continúa en La marca del meridiano (2012). Para mí todas las novelas de Bevilacqua son como una única novela, una radiografía de los últimos veinticinco años de la historia de España.
Sí, sí, hay una vocación de retratar la evolución de la sociedad española, sin ninguna duda.
Pero estas últimas entregas (El mar de Corcira, 2020, y La llama de Focea, 2022) se han vuelto mucho más políticas. También más aceradas.
Sí, así es. Te diré que no va a ser la tónica de la serie en adelante, pero aquí era necesario. Es decir, cuando hablamos tanto del terrorismo vasco como del independentismo catalán en su vertiente violenta, que la tuvo, y en su vertiente… [se piensa el adjetivo] ultramontana, porque realmente se han echado al monte, cuando yo hablo de esos dos conflictos, cuando hablo de la vivencia de mis personajes dentro de ese conflicto (he conocido a gente en la lucha antiterrorista y esa ha sido su Bildungsroman, su formación como policías y seres humanos, y también a quien ha estado en contextos complicados en Cataluña, ya sea cuando había un terrorismo violento, ya en esta última época en la que incluso se ha azuzado a la población para que odie a las fuerzas del orden que representan lo español), ese conflicto tiene dimensiones criminales. El independentismo catalán ha asesinado gente, ha puesto bombas, y más recientemente, aun sin matar, ha hecho una serie de maniobras que son delito en cualquier sistema jurídico: alzarte de manera tumultuaria contra el orden legal y malversar fondos públicos es delito en todas partes, ya luego se podrán tocar los códigos penales y todo lo que tú quieras. Y además, personas que estaban en esas órbitas han participado en otros delitos, por ejemplo, en la corrupción. Tanto al calor del nacionalismo vasco como del catalán ha habido corrupción. En el País Vasco se ha perseguido bastante menos porque, entre otras cosas, ha imperado una omertà que además estaba garantizada por la violencia, pero en el caso de Cataluña ha habido corrupción incluso vinculada al crimen organizado internacional. Un alcalde nacionalista fue condenado por connivencia con la mafia rusa. Todo eso es una historia criminal que a mí me interesa y que además implica a mis personajes, y el trasfondo es político, ¿cómo lo voy a evitar? El novelista está para meterse donde hay historias. Ya sé que prácticamente toda la sociedad española es antimilitarista, ya sé que prácticamente toda la progresía española tiene a gala que todos los militares son unos fascistas a los que no hay ni que mirar a la cara, ya lo sé, pero a mí eso me importa un pepino. Yo voy a buscar las historias donde creo que están y donde creo que no están los narradores.
Bevilacqua es un personaje que yo asocio mucho contigo.
Eso le pasa a todo el mundo porque está escrito en primera persona.
No, no, yo creo que tiene mucho de ti… Pero vaya, yo creo que su mirada se ha ido volviendo más crítica a la vez que la tuya.
Bevilacqua tiene de mí lo que le aprovecha: somos de la misma generación, hemos vivido en barrios parecidos de Madrid, tenemos una formación intelectual parecida, que es la que podía tener cualquier chaval que iba a la escuela pública en los años ochenta, yo no he estado ni en Eton ni en el Liceo Francés, y a partir de ahí todo son diferencias (bueno, él también se ha divorciado): él es un funcionario público, él puede hacer sentir el poder del Estado a las personas; yo soy autónomo, vivo a la intemperie; él durante mucho tiempo se ganaba la vida de manera ajustada, yo me he ganado la vida bien desde que salí de la universidad, si voy a hacer la compra no miro lo que valen los tomates; él está pendiente de la jubilación, yo no, a mí no me dejan jubilarme… En los años noventa un guardia civil era un desgraciado, ganaba la tercera parte que un albañil cualquiera… Yo llevo yendo a Cataluña desde el año 91, cuando fui a trabajar como auditor para hacer una auditoría fiscal, no fui de turismo ni a ver la Sagrada Familia, fui a trabajar, y luego he vivido siete años allí. En la Cataluña del año 2005, que es a la que viaja Bevilacqua en La reina sin espejo, aunque había nacionalismo, un cierto antiespañolismo larvado, un cierto menosprecio de lo castellano, lo andaluz, lo extremeño, que nadie se ponga angélico ahora, era una cosa muy moderada donde tú no veías que hubiera actos de confrontación ni de fractura social. El nacionalismo catalán había hecho unos cálculos con los que ganaba posición política y posición social a cambio de comportarse con una cierta urbanidad. Pero claro, si tú avanzas en el tiempo, ya en La marca del meridiano se va viendo cómo por debajo de todo eso había personas que claramente ya estaban jugando a la ruptura como aventura ideológica y romántica basada en su situación personal, porque, que me perdonen otra vez, no tiene la misma tranquilidad personal un funcionario de la Generalitat o un pensionista que un señor que está trabajando en un polígono del Baix Llobregat; y ya La llama de Focea es con Barcelona ardiendo, es decir, ya es peguémosle fuego a nuestra propia ciudad antes que reconocer que hemos fracasado; y a partir de ahí ya sí que se juega, por parte de sectores de la sociedad catalana, a la hostilidad, a la grosería, a la descortesía, a la ofensa, al menosprecio… A ver, Lorenzo, tú, como yo, has leído, y has leído cosas que se publican desde allí, yo he leído en una novela catalana celebradísima “coge un páramo, ponle una tiranía: eso es Castilla”, y de ese libro se han comprado miles de ejemplares con dinero público para repartirlo en los colegios. Eso ya es una agresión. Eso ya es rencor, eso ya es odio, eso es hacer que se sienta mal cualquiera que tenga que ver con Castilla, empezando por muchos que viven en la sociedad catalana, es mandar un mensaje: o tú reniegas de esto o tú no eres de nuestro club. Y con esto no se puede contemporizar como si fueran bromas o pequeñas travesuras. Son los dientes del lobo asomando para intentar romper una sociedad y por la vía del reventón imponer un proyecto ideológico. Si la sociedad está dividida cincuenta-cincuenta, ese proyecto no es un beneficio para el conjunto de la sociedad. Solo va a tensionarla, a enrarecerla, a degradarla y a debilitarla, incluso económicamente, como ya se ha visto.
Como dices, has vivido siete años en Cataluña. Tu mujer, Noemí Trujillo, también escritora, es catalana, y vuestra hija pequeña también lo es. No sé si el mudaros a Madrid tuvo que ver con esa tensión de la que hablas.
No, yo trabajo en mi casa, no he tenido que aguantarle tonterías a nadie, pero sí que he visto las tensiones de las que hablo, esas que dicen que no existen y que son invenciones de los mesetarios que nunca han estado allí.
¿Y qué tensiones has visto?
Pues de todo. Gente que no se atreve a hablar de política en la oficina o en las reuniones familiares…
¿Pero tú como personaje público has llegado a vivir alguna situación desagradable?
Normalmente no van a tus actos, pero alguna vez sí que me ha pasado. Pero no me vine por eso. Yo tenía dos hijos en Madrid y llevábamos siete años viajando mucho. Yo podía coger doscientos aviones al año, y con una niña pequeña… Lo decidimos por pura comodidad familiar, y fue mi mujer la que se lo planteó. Pero sí te digo que con lo que ha sucedido en Cataluña de 2015 para acá me alegro de haberme mudado. Yo habría tenido allí a dos niñas escolarizadas, una muy pequeña, y no sé qué habría pasado, pero hay hijos de amigos míos guardias civiles a los que han molestado en el colegio los profesores, se han encarado con niños en medio del entorno escolar por lo que hacían sus padres. Eso ha pasado. Los casos se han archivado porque nadie ha querido hacer sangre, igual que ha habido indultos, pero eso es muy grave.
En una entrevista aparecida recientemente en el XL Semanal dices que siempre has sido “muy rojo”.
Soy de izquierdas, sí, nunca lo he ocultado.
Te lo comento porque hay una gran parte de la izquierda que le achaca al PP el problema de Cataluña por haber recurrido el Estatut.
Bueno, ha contribuido a agravarlo. Creo que es claramente incoherente impugnar artículos de un estatuto que mantienes vigentes en comunidades que gobiernas, pero pasarle toda la factura al pp es ignorar la inquina, la mala fe y el cálculo que ha exhibido el independentismo catalán a lo largo de todos estos años. Hay sectores del independentismo, lo han dicho ellos mismos, que han buscado muertos.
¿Estás a favor de los indultos?
Me remito a lo que he escrito: cuando hay un conflicto en el seno de una sociedad, el encono, la inclemencia no lo suelen resolver: lo suelen agravar. Siempre llega un momento, y es mejor que sea cuanto antes, en el que hay que echar mano de generosidad y debemos ser indulgentes. Por lo tanto, la medida del indulto es filosóficamente correcta para resolver un conflicto en la sociedad. Tengo más dudas en si el indulto se puede otorgar a personas que persisten en hacerte sentir su voluntad de conflicto, de ruptura, de imponerse, de menospreciarte. Creo que el indulto sí que exige por lo menos una cierta respuesta constructiva, y quizá eso sea lo que falló aquí, aunque yo creo que a la larga los indultos no han sido malos. Es mejor indultar a alguien que no lo merezca que llenar las calles de policías para confrontar con la población.
En relación con el País Vasco tienes un libro de no ficción, Sangre, sudor y paz, y también la novela El mal de Corcira. Asimismo, estuviste preparando una serie sobre ETA. ¿Qué pasó con ella?
Que nadie la quiere hacer. Parece que el relato audiovisual sobre eta está constreñido a unos parámetros que me parecen interesantes pero que no son los únicos posibles. Si todo el relato se queda ahí, vamos a ofrecerles a las nuevas generaciones una visión muy fragmentaria que les va a llevar a sacar conclusiones erróneas. La ficción audiovisual sobre eta siempre se sitúa en el entorno del dolor que el terrorismo causa en la sociedad vasca y en el dolor de las familias de aquellos que dan el paso de unirse a la lucha armada; y en los últimos tiempos se ha abierto un poco el foco para ver también el dolor de los vascos que fueron víctimas de la violencia de sus propios vecinos. Sobre todo eso hay mucho cine, ficciones televisivas como La línea invisible, que profundiza sobre la vida de Txabi Etxebarrieta, que es el primer homicida de eta. Mira, ese es un buen ejemplo. En ella sale también Pardines, el guardia civil al que asesina y del que sabemos muy poco. Es un chaval simplón que tiene una novia y no sabemos más, mientras que Txabi Etxebarrieta escribe poesía, es un hombre atormentado, sale en barca, el mar, la naturaleza, es un hombre complejo. Vemos a su familia, su dolor. Y oye, que me parece una buena historia, y está bien contada, y Barroso lo hace muy bien, pero creo que en conjunto nos estamos perdiendo otra cosa. Te voy a poner dos ejemplos: ¿qué hay del dolor de esa pobre chica a la que con veintidós años y dos hijos le asesinan al marido y dos días después le dicen que tiene que desalojar la casa cuartel y volver más pobre que una rata a su pueblo de Jaén? ¿Quién está contando esta historia? Nadie. Porque a nadie le interesa. ¿Esa historia no es humana, no tiene valor? ¿Qué menoscaba, qué reduce el valor de esa víctima? Que me lo expliquen. ¿Qué es lo que tiene que la haga menos que la madre de Txabi Etxebarrieta? Otro ejemplo: en la mayoría de las ficciones eta aparece y desaparece, no sé, como por ensalmo, ¡abracadabra! No, no, eta tiene una génesis muy compleja donde se fusiona un nacionalismo étnico decimonónico de corte reaccionario con el revolucionarismo marxista-leninista-maoísta de Mayo del 68 y monta un potaje explosivo que genera el único movimiento antisistema exitoso de Europa occidental, que logra erradicar el Estado de partes del territorio, de Guipúzcoa y de Navarra, y eso es muy complejo, es más que unos cuantos chicos que se juntan a hacer ejercicios espirituales en una casa de Guetaria, que además tiene que ver con la Guerra Civil, con el papel del nacionalismo en aquellos años, con su derrota… No me lo estoy inventando, yo he hablado con etarras que eran hijos de gudaris y que te cuentan cómo ese avasallamiento hacia sus padres contó a la hora de su compromiso con la lucha armada. Y otra cosa que no se cuenta es por qué acabó eta. ¿Acabó porque de repente unos señores que llevaban cuarenta años asesinando gente por la espalda, transeúntes, niños, mujeres embarazadas, lo que pillaran, con tal de hacerlo de la manera más cómoda y segura posible (por ejemplo, los que mataron al líder nazi Reinhard Heydrich solo lo mataron a él, se plantaron delante del coche, se jugaron la vida y le pegaron los tiros, y luego los mataron a ellos, pero claro, si tú pones una bomba en la calle, a ver quién pasa…), esos señores, digo, de repente se volvieron todos demócratas? Además, demócratas de izquierdas, feministas, ecologistas, veganos, gay friendly… Han pasado de matar niños a ser el tope de la gama de la izquierda biempensante. No, señor. A todos los que no eran así, que eran muchos, y que dirigían la izquierda abertzale con una pistola encima de la mesa, los metió en la cárcel la guardia civil. A Txeroki, a Thierry, a Txapote, a Ata, a todos esos las Manos Blancas y los discursos de paz de Otegi les daban lo mismo, hubo que cazarlos uno por uno y meterlos en la cárcel, y entonces ya Otegi pudo maniobrar. ¿Eso tampoco lo vamos a contar? Ya te digo que no. Parece que molesta ese éxito de la sociedad española. Para desactivar a eta se han aplicado procedimientos judiciales que siempre han acabado en Estrasburgo, que es el tribunal más garantista de derechos humanos que existe en el planeta, y apenas ha habido –dejo al margen los casos del gal y otros excesos de esa misma época– tres o cuatro condenas por torturas leves de personas que lo pueden contar.
Habrá quien diga que con Bildu y su apoyo al gobierno…
Te puedo decir que he intentado sacar proyectos de estos con el pp al mando y tampoco han salido adelante. Es una historia de éxito que cualquier país contaría, pero aquí solo hay recursos públicos para contar lo que están sufriendo los condenados por lo de Alsasua, porque quienes respaldan lo que hicieron sí que se toman en serio lo del relato.
En Púa, tu recién publicada novela, un thriller que, en cierto modo, supone un giro en tu carrera, aparece uno de tus temas favoritos: la línea de sombra que separa el bien y el mal, el peso de nuestras decisiones.
Todos tenemos una naturaleza compleja en la que se mezclan oscuridades y luces, un potencial de dañar y una capacidad para la inconsciencia y para el error. Cuánta gente no se ha convertido en una calamidad para el prójimo por razones que creía que eran nobles. Oye, vamos a liberar Euskal Herria por la vía de poner bombas en las casas cuartel, y acabas matando a dos gemelas de tres años. ¿Qué causa queda ennoblecida con eso? El que lo hizo, Henri Parot, dijo que si hubiera tenido más explosivos habría volado España entera.
También se homenajea sin mencionarlos a Kafka, a Proust y a Virginia Woolf.
Muy fácil de ver…
¿Qué te han enseñado?
Me lo han enseñado todo. Uno es el autor que determinó lo que leía mientras hacía el bachillerato. Yo leí todo lo de Kafka con dieciséis años. Eso ya me dejó averiado para los restos y me tuve que dedicar a la literatura y no seguir la tradición militar de mi familia [se ríe]. Él me aportó la mirada por debajo de la superficie, la sustancia real de las cosas. Y luego leí a Virginia Woolf, que me la encontré también en esa colección maravillosa del Libro Amigo de Bruguera, me encontré Las olas y el libro me fascinó. Lo que me gustaba especialmente era esa capacidad de desmenuzar los caracteres humanos, en ella se mezclan la emoción y la razón de una manera perturbadora.
Tiene una sensibilidad que hace daño.
Sí, eso es. Pero también busca la verdad. Y en el caso de Proust, pues lo mismo, pero de una manera más diletante, aunque en absoluto banal. Él es quien dice, al final de El tiempo recobrado,algo así como que la única manera de escribir es viajar a esa oscuridad que hay dentro de nosotros y que nadie más conoce. Ahí es nada. ~
es periodista y editor.
En 2023 ha publicado el poemario Noticias
del otro mundo (Reino de Cordelia).