Hace ciento sesenta años, el 17 de octubre de 1849, murió el poeta mazoviano Federico Chopin, inventor de un universo musical de consistencia y hermosura tales que resulta triste que tras tanto tiempo sea casi totalmente desoído por el común de los mortales. Triste pero no sorprendente, pues lo mismo les ocurre a las obras de Bach, Mozart, Beethoven, Schubert y un etcétera de dimensiones archifantásticas. Para la mayoría de la gente esta música, que algunos considerarán vetusta, sigue siendo futura e incomprensible.
Aunque en un mundo al revés podría ser así, es falso que la música suponga un lenguaje universal. Quizás haya más hablantes de esperanto (entre cien mil y dos millones durante el último siglo, según Wikipedia) que personas dispuestas a estudiar y atender la inteligencia sin palabras, superior a muchas filosofías, que plantea, por ejemplo, la Chacona en re menor de Bach o la Polonesa-Fantasía de Chopin.
El primero de marzo de 2010 se cumplirán dos siglos del nacimiento de este descubridor del piano, creador de melodías y armonías interminables –sin las cuales para mí la vida se vería dramáticamente empobrecida. Así como en México celebraremos el bicentenario de la Independencia, el año será una oportunidad para el recuerdo y la difusión del legado chopinesco.
Otro aniversario redondo, incidental si se quiere, es el de la publicación del breviario Chopin (México, Fondo de Cultura Económica, 1959, 280 pp.) de Jesús Bal y Gay (1905-1993), compositor y musicólogo gallego transterrado en nuestro país durante la Guerra Civil. Su exilio de veintisiete años –llegó en 1938 y volvió a España hasta el 65– nos trajo tantos beneficios culturales que analizarlos requeriría un libro largo.
Quise releer Chopin el mes pasado y de paso evaluar si valía la pena solicitarle al Fondo una edición conmemorativa de este fino ensayo biográfico leído hace más de veinte años, pero extravié mi ejemplar no sé cuándo. La última reimpresión data de 1993 y ya no se consigue. En la librería de avenida Universidad de esa institución me dijeron que la sucursal de Guadalajara conservaba algunas copias, cinco o seis, que podía uno encargar a través de la filial de la Condesa en la ciudad de México, convertida en matriz de ese tipo de operaciones. Pero como me asaltó una urgencia feroz resolví lanzarme esa misma tarde a las librerías de viejo del bulevar Miguel Ángel de Quevedo y por suerte lo encontré en la cuarta que visité. Era el único ejemplar, un poco maltratado.
La edición incluye cuando menos una errata anodina. En una cita de una carta que aparece en la página 134 encajaron una ge en in(g)erencia (como si de la acción de un experto en injertos gramíneos se tratara y no de la intervención que injerencia significa). Como a cualquier libro en trance de reedición, le hace falta una manita de gato y una puesta al día, en particular con respecto a un pasaje en que se menciona la conocida imagen de Chopin que alguna vez se creyó que era un daguerrotipo sacado en 1849, unos meses antes de su muerte. Curiosamente en el índice de ilustraciones del breviario y en la lámina correspondiente se señala que es una fotografía; ya se sabe, en efecto, que lo es y que, por cierto, hubo también un daguerrotipo, menos conocido, tomado a Chopin, se dice, hacia 1846 (lo estimo más temprano, parece un hombre menor de treinta). Se ve que el Fondo actualizó el dato sobre la fotografía genuina en dicho índice y en la lámina al preparar esta última reimpresión pero omitió hacer lo mismo en la página 160 del texto, acaso porque sus editores no se molestaron en revisarlo o los célebres duendecillos editoriales les jugaron una trastada.
Precisamente sobre la Polonesa-Fantasía, opus 61, epopeya musical de belleza abstrusa e inenarrable, apunta Bal y Gay (p. 254) que según Franz Liszt, contemporáneo de Chopin, la obra quedaba “fuera de la esfera del arte por su contenido patológico”. Si eso afirmó de esta pieza un compositor tan respetable como Liszt, gran pianista además a quien Chopin dedicó en vida sus primeros doce Estudios, no queda más remedio que reconocer, con Van Gogh, que la tristeza durará para siempre. En su descargo debe concederse que Liszt no dispuso de la distancia que nos ha dado el tiempo para juzgar esas páginas tan intrépidas que contienen uno de los pasajes más sublimes de la música jamás concebidos.
Pisando terreno un tanto técnico, había olvidado un párrafo del libro (pp. 233-234) en que Bal y Gay explica por qué el segundo Scherzo, opus 31, que todo el mundo asume que se encuentra en la tonalidad de si bemol menor, en realidad está en re bemol mayor. La confusión nace de que la pieza arranca en si bemol menor, lo que Chopin emplea como una especie de broma (o scherzo) tonal. Después de leer lo relativo a este hecho, me extrañó advertir que nada semejante observa Bal y Gay, cuando la comenta, sobre otra de las obras maestras del poeta polonés. En vista de ello, aventuraré aquí, pese a su aparente nimiedad, una nota polémica.
En todos los catálogos, aun en el de la Sociedad Chopin y en el del Instytut Fryderyka Chopina de Varsovia, en todas las grabaciones, en todas partes, se consigna que la Fantasía, opus 49, se halla en la tonalidad de fa menor. Pero pasa algo parecido que con el Scherzo previo, y casi por las mismas razones que aduce Bal y Gay: ¡La Fantasía en fa menor está en la bemol mayor! Posiblemente Chopin la bautizó como “fantasía” justo por tratarse de una obra en la bemol mayor (tonalidad más bien frívola y ordinaria) que tiene la fantasía de estar en fa menor (tonalidad mucho más solemne y elegante).
En torno al bicentenario de Chopin, en España o Latinoamérica, alguien debería acometer la traducción y publicación de sus cartas. La más amplia recopilación de las mismas, ya que muchas se perdieron, circula en polaco, francés, alemán, inglés, cuando menos desde hace veinticinco años. La versión alemana con que cuento, que incluye doscientas misivas del compositor traducidas del polaco y del francés, está fechada en 1984 (Frédéric Chopin Briefe, edición y prólogo de Krystyna Kobylańska, S. Fischer Verlag, Frankfurt, 536 pp.). Nada hay aún similar en nuestra lengua.
En fin, desde este espacio te lo pido: ¡Fondo de Cultura Económica, reedita por favor el Chopin de Jesús Bal y Gay, y hazlo con la dignidad que se merece! ~
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.