Pedro Sánchez. El incumbent. Ha hecho una campaña hiperactiva. Ha ido a todos los programas que ha podido, tras años de opacidad. Esta euforia participativa ha animado a la izquierda, que no necesita mucho para ilusionarse, una vez más, con un candidato del PSOE. Los votantes progresistas hacen un esfuerzo de proyección: colocan en el candidato lo que quieren ver en él. Y ahora han querido ver en él precisamente lo mismo que él quiere vender: no solo es el voto útil, es el voto guay, moderno, frente a lo rancio de la oposición. El crecimiento de la ultraderecha le ha ayudado, claro. Pero creo que no se imaginaba que iba a convertirse en un meme, que la generación Z fuera a alabarlo. Ya no solo gusta a las madres, ahora también a sus hijas.
El presidente que mantuvo la ley mordaza, modificó el delito de malversación para beneficiar a sus socios políticos, el que se ha rendido a una monarquía autoritaria a cambio de ni siquiera un plato de lentejas, el que tiene a un ministro del interior prevaricador y represor en la frontera sur, el que colocó a su ministra como fiscal (una ministra colega de un poli corrupto que formaba parte de las cloacas del Estado y que ha espiado y extorsionado), el que ha tenido ministros que han dicho que “la vivienda es un bien de mercado”, el presidente con récords en decretos ley y opacidad y colonización de las instituciones… Pero ¡es tan guapo! Y los memes, los memes hay que reconocer que son buenos. Más sabe el perro sanxe por perro que por sanxe, ha tuiteado la cuenta oficial del PSOE. Ha ido al podcast de La pija y la quinqui. ¡Le gustan Los Planetas! La política, ¿qué es? Pues es esto.
Luego fuera de ese mundo la ciudadanía piensa otra cosa, claro. Pero no piensan ellos mismos. Es falsa conciencia. Son los medios, los bulos, Pablo Motos y Ana Rosa Quintana. Cuando la izquierda ganaba y lideraba las encuestas, estos presentadores también estaban ahí. Ahora que la izquierda va a perder, es cuando importa su influencia.
Alberto Núñez Feijóo: Jugó la carta de que era un humilde gestor de provincias durante demasiado tiempo. No dejaba de decir cosas del estilo “aquí en Madrid las cosas funcionan de otra manera”, que daba una imagen de provincianismo. Es muy difícil encontrarle una ideología que vaya más allá de la “gestión”. ¿Sus convicciones? El Estado. Es un tecnócrata que quiere ir de campechano y no le sale. Tampoco es exactamente un tecnócrata. Es un burócrata, un eterno estudiante de oposición a TAC. Feijóo es Rajoy con excels. No se le escapa ninguna idea original, quizá porque no las tiene, quizá porque cree que no las necesita: llegará al poder como el representante del antisanchismo, y teniendo en cuenta el odio que despierta Sánchez, cualquiera medianamente competente puede liderar ese sentimiento. Por eso Feijóo no va a los debates: no lo necesita. Es un mal comienzo, precisamente después de unos años en los que el presidente ha despreciado abiertamente a la prensa. Mientras Santiago Abascal, Yolanda Díaz y Pedro Sánchez debatían en TVE, el candidato del PP daba una entrevista al diario deportivo As, donde dijo cosas como “En el racismo vamos a ver qué se puede hacer”.
La estrategia de la izquierda frente a Feijóo va a ser parecida a la que tuvo frente a Rajoy, pero radicalizada. A Rajoy se le llamaba neoliberal, cuando era un conservador corporativista de casino de pueblo. A Rajoy, la palabra liberal le suena a libertino, a persona a la que le gusta el vicio. No tiene ni idea de quién es Milton Friedman. A Feijóo, como va a tener que apoyarse en Vox, lo acusan de ser ultraderecha, cuando en otros países sería una mezcla de socialdemocracia anticuada y derecha democristiana ordoliberal aburrida.
Feijóo está haciendo una campaña pésima. Ha intentado emular el pasotismo de Sánchez, que te miente en la cara y no le importa. No le sale. Contó una mentira en directo y la hive mind analista desempolvó sus libros sobre la mentira en política que llevaba cinco años sin usar. Un diputado de Más Madrid dijo que Feijóo no solo es un mentiroso sino que quiere “destartalar el régimen de objetividad pública sobre el que se asienta la esfera democrática”. Tenía los apuntes del trumpismo muertos de risa durante años y ahora podía rescatarlos. También dijo que era un “nihilista irredento que pretende socabar [sic] las bases de verdad compartidas”. No sé. Feijóo lo que dijo fue que el PP sí revalorizó las pensiones con el IPC. Quizá la reacción es un poco exagerada.
Yolanda Díaz. La enésima metamorfosis del 15m cuqui post-Carmena. Una tía chulísima. El estilo del Zapatero más cursi, la izquierda cultural que cita a Eduardo Galeano y Martín Hache, que dice cosas como “los cuidados” y reivindica el amor en la política. Pero detrás de Sumar está la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia que ya conocemos: Podemos, Izquierda Unida (Yolanda es militante del Partido Comunista). Su campaña ha sido desconcertante. La candidata de la “salud mental”, la que ha prometido que si gana trabajarás un día menos a la semana, ha dicho que duerme dos horas en campaña. Durante años se ha vendido como alguien de izquierdas que también viste bien, comunista y sofisticada, se han discutido sus bolsos y zapatos, en las papeletas electorales parece la imagen de Maybelline; pero en un vídeo de campaña aparece planchando porque dice que le “relaja”. Su experiencia como abogada laboralista, su cercanía a los sindicatos, su buena relación con la patronal, sus intentos de regular el mercado de trabajo denotan que tiene algo más que ofrecer que un par de vaguedades de izquierda pija. Su origen es la izquierda material, pero eso ya no vende. Tampoco sé si vende su discurso de amor y compasión en un clima tan crispado. También resulta extraño que diga que si gana las elecciones acabará con las horas extras no pagadas: ha sido ministra de trabajo en los últimos tres años. Las promesas de los incumbent siempre suenan falsas: ¿por qué no lo hiciste antes?
Santiago Abascal. Derecha echada al monte. Escisión friki-falangista. En el último año ha tenido un papel demasiado importante en el relato de Vox la “mano ultraderecha” de Abascal, Jorge Buxadé, de ideología falangista. Le gustan las conspiraciones. La Agenda 2030. La globalización anglosajona protestante. They’re turning the frogs gay. La sirenita de Disney ahora es negra. Recuerda al Otegi que se lamentaba de que hubiera hamburgueserías americanas en el País Vasco. En España nunca habrá fascismo porque existen los curas.
Vox ya no lanza dog whistles, o silbatos de perro, los mensajes codificados que los más radicalizados y politizados saben entender; ahora es perfectamente explícito. Señala a los inmigrantes, quiere vender algunas ciudades españoles como si fueran banlieues franceses, llama degenerados y enfermos mentales a los trans. No quiere que existan dudas de su posicionamiento.
A Vox solo le interesa la guerra cultural. Su ideología más allá de los símbolos se mueve entre una especie de desregulación neoliberal fruto de cuatro lecturas superficiales de Ayn Rand, un nacional-catolicismo proteccionista y una nostalgia rancia del imperio. Su fuerza es solo retórica. No van a “abolir la vida”, como dice la izquierda cultural, cuya única estrategia de movilización es avisar de que la democracia va a llegar a su fin. Su principal contribución es una contaminación del debate público. El PP no va a adoptar sus medidas políticas, pero sí está comprando su marco, sus memes. Que te vote Txapote. El Falcon. El tipo de retórica política de los compartidos por WhatsApp. Hay quien defiende estos esloganes improvisados como una especie de “sentir” del pueblo. Pero un partido político no debería institucionalizar todas las tonterías que defienden sus votantes.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).