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Fuente: Air National Guard / ANG Public Affairs

El regreso de Biden

El resurgimiento de Joe Biden, contra todo pronóstico, demuestra que aún sirve hacer política: construir puentes y consolidar alianzas.
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Joe Biden, exvicepresidente de Estados Unidos, hizo historia el martes pasado cuando ganó, contra todo pronóstico, la mayoría de estados y el mayor número de delegados disponibles en el supermartes, la fecha más importante del calendario de votaciones primarias rumbo a la elección presidencial de noviembre. La gran jornada de Biden incluyó no solo un triunfo contundente en Virginia y Carolina del Norte, sino victorias en Massachusetts y Minnesota, estados que su misma campaña había dado casi por perdidos semanas atrás. Nadie, ni siquiera el propio candidato en su versión más optimista, podría haber imaginado semejante resultado. De pronto, después de su victoria en Carolina del Sur hace menos de una semana, Joe Biden no solo ha tomado un segundo aire, sino que se dirige, con toda probabilidad, a la candidatura presidencial del partido.

Es evidente que el ala moderada del partido, políticos y votantes, decidieron respaldarlo con una disciplina y coordinación asombrosa. ¿Cómo explicar el fenómeno, inédito, al menos tal como ocurrió, en la historia moderna de la política estadounidense? Más allá del análisis minucioso del voto demócrata en el supermartes (los afroamericanos, piedra angular de la coalición del partido desde hace décadas, se inclinaron en masa por él, lo mismo que los blancos con estudios universitarios) hay que subrayar la operación política detrás del golpe de timón. En algún momento después de la elección de Nevada, el equipo de Biden abrió los ojos y decidió hacer política. Aunque no se conocen los detalles aún de cómo y cuándo se operó el movimiento que ocurrió, está claro que Biden, quien lleva décadas en el tedioso esfuerzo de construir puentes y consolidar alianzas, empezó a dialogar con sus rivales en la contienda demócrata para sumarlos a su causa en el momento preciso.

El primero en caer fue Pete Buttigieg, exalcalde de South Bend, Indiana, y figura emergente en el partido demócrata. Biden lo convenció de dejar la contienda y sumarse a su equipo. Después ocurrió lo mismo con Amy Klobuchar, la senadora de Minnesota sin cuyo apoyo habría sido imposible que Biden ganara ese estado el martes. A esos dos demócratas moderados se sumaría Beto O’Rourke, quien le dio su respaldo (y su popularidad en Texas) el lunes por la noche. ¿Resultado? Biden no solo ganó el estado de Klobuchar sino también Texas, el segundo más importante de la jornada. El equipo de rivales había funcionado a la perfección.

¿Qué hizo en esos mismos días Bernie Sanders? ¿Se acercó a Elizabeth Warren, su par ideológico más evidente, para convencerla de respaldarlo antes del súper martes (Warren tenía posibilidades de ganar Massachusetts, pero incluso en el mejor escenario su candidatura parecía improbable)? ¿Consiguió el apoyo formal de Tom Steyer, el multimillonario californiano que le ha manifestado admiración en cada oportunidad? ¿Logró presentar algo semejante al despliegue de solidaridad de Biden, para demostrar que el ala más progresista del partido también había cerrado filas con él, como los moderados lo habían hecho con su rival? Nada de eso. Se dedicó a lo que se ha dedicado desde hace años: concentrarse en su propio mensaje y su propia persona. Es él contra el establishment, con éste como un nido de corrupción y conspiraciones, incluidos sus rivales, los votantes de sus rivales y la prensa (¿Suena conocido?).

El problema para Sanders y muchos de sus simpatizantes es que la política no es un juego de islas. Sanders prefirió ir con los suyos y solo por los suyos. Con la única y notable excepción del gran apoyo que le han dado los latinos, Sanders nunca pudo realmente ampliar su coalición de votantes. Así es muy difícil ganar.

No todo está escrito entre los demócratas. Sanders y Biden ahora estarán solos en los escenarios de debate. Con horas de diálogo y confrontación por delante, Sanders podría regresar. Pero le será complicado, en gran medida, de nuevo, por sus propios errores. En las próximas semanas, el siguiente gran estado en juego (además de Michigan) será Florida. Ahí, Biden supera a Sanders por más de cincuenta puntos en las encuestas más recientes. Es el costo de elogiar a la dictadura de Fidel Castro en plena campaña presidencial. En la política, las decisiones, las declaraciones y las omisiones aún tienen consecuencias.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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