Foto: Museokeskus Vapriikki, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

Productividad

Para aumentar la productividad del país, hay que aumentarla desde abajo, facilitando las pequeñas inversiones productivas a cargo de sus dueños.
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Se puede producir más con los mismos recursos. La relación entre ambas cantidades se llama productividad. La mayor productividad favorece la abundancia de productos disponibles o el ahorro de recursos escasos.

Hace 10,000 años, en la vida nómada, los alimentos vegetales se obtenían estirando la mano. La productividad por hectárea era baja (hacían falta muchas hectáreas para alimentar una población mínima), pero alta por hora de trabajo.

La agricultura multiplicó la productividad por hectárea, pero redujo la productividad por hora de trabajo: hubo que trabajar más y reducir el tiempo libre.

Marshall Sahlins (Stone age economics) identifica la vida recolectora, pescadora y cazadora con los mitos sobre una antigua Edad de Oro, de abundancia, libertad y gratuidad. Se puede añadir la expulsión del Paraíso recolector (en el Jardín del Edén) y el castigo por alimentarse del Árbol del Saber: la agricultura.

La vida urbana multiplicó la productividad por hectárea y redujo todavía más el tiempo libre. Hoy, la disyuntiva es cruel: tener más tiempo o más cosas. Lo común es que la gente prefiera más cosas, aunque le quede poco tiempo para disfrutarlas.

Un prejuicio simplón supone que siempre es bueno aumentar la productividad. Pero ¿cuál productividad? Producir con mayor rapidez cosas inservibles es un desperdicio. Producir en mayor escala, cuando no hay mercado, es absurdo. Producir destruyendo la ecología puede ser un buen negocio particular, pero no social. Producir ahorrando mano de obra con mejores instalaciones y equipo tiene sentido donde falta personal y abunda el capital, como sucede en las regiones ricas. Pero no donde falta capital y abunda el personal, como sucede en las pobres.

En los censos económicos (tablas que estratifican los establecimientos por el número de personas que ocupan), se observa claramente que los grandes producen más que los pequeños, no sólo en cantidad, sino en proporción al personal que ocupan (tienen mayor productividad laboral); pero producen menos que los pequeños en proporción a la cantidad de recursos que invierten (tienen menor productividad del capital).

Es obvio que los grandes no pueden remediar el desempleo, sino los pequeños. Solución ignorada por la fantasía de que lo grande es más productivo desde cualquier punto de vista.

Para aumentar la productividad del país, hay que aumentarla desde abajo, facilitando las pequeñas inversiones productivas a cargo de sus dueños. Los microempresarios le sacan más partido a su escaso capital que las grandes empresas al suyo. Por eso pueden pagar intereses agiotistas que harían quebrar a las empresas grandes. En cambio, no pueden pagar los mejores salarios que pagan las grandes.

El gigantismo del gobierno, las empresas y los sindicatos tiene un modelo mental grandioso del progreso. No es un modelo generalizable, aunque se ha generalizado como aspiración social: llegar a ser como los altos ejecutivos y funcionarios. Pero se trata de un error.

Convertir a los campesinos tradicionales en agricultores modernos sería arruinarlos: no hacen falta tantos en el mercado agrícola moderno. En cambio, pueden mejorar sus ingresos produciendo ropa, artesanías y otras manufacturas ligeras exportables al mercado urbano; sin emigrar ni abandonar las actividades agropecuarias para su propio consumo.

La solución microempresarial tiene tres dificultades:

1. Los trámites de aplicación pareja, que se legislan sin distinguir grandes, medianos y pequeños; y se aplican destructivamente a los pequeños, como si fueran grandes. Imponerles eso no les deja más salida que la evasión fiscal.

2. La falta de medios de producción mejores, pero baratos: diseñados para aumentar la productividad en pequeña escala, como propone Fritz Schumacher en Small is beautiful.

3. Y la falta de microcréditos sin trámites ni garantías, a tasas de interés mayores que las normales. En lo cual, afortunadamente, se ha avanzado, con errores corregibles.

a) Los microcréditos baratos son un error: no hacen tanta diferencia y requieren mucha administración y controles para evitar abusos.

b) Los microcréditos indulgentes también son un error. Los microempresarios son buenos pagadores. El Grameen Bank reporta una puntualidad de 95% a 98% (Wikipedia: Microcredit).

Publicado en Reforma el 27/VIII/23.

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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