El estado de la guerra: Reflexiones desde Kiev

Timothy Snyder escribe desde Kiev sus impresiones de la guerra y la importancia que tiene para Estados Unidos la victoria de Ucrania.
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Saludos desde Kiev. He pasado los últimos días en Ucrania, en la capital y en las regiones meridionales de Odesa, Mykolaïv y Kherson, intentando hacerme una idea del estado de la guerra. Escribiré más sobre esa experiencia, pero pensé que sería un buen momento para compartir mi sensación más general. 

Es un momento crucial, en parte por lo que está ocurriendo, y en parte por nuestro propio sentido del tiempo. Un año y medio es un periodo incómodo para nosotros. Nos gustaría pensar que puede concluir rápidamente, con esta o aquella ofensiva o arma. Cuando la guerra no termina rápidamente, saltamos a la idea de que se trata de un “punto muerto”, que es una situación que dura para siempre. Eso es falso, y sirve como una especie de excusa para no averiguar qué está pasando. Esta es una guerra que se puede ganar, pero solo si tenemos la paciencia suficiente para ver sus contornos y oportunidades.

Los avances de Rusia en esta invasión se produjeron casi en su totalidad durante sus primeras semanas, en febrero y marzo de 2022. Esos avances fueron posibles en gran medida gracias a que Rusia se había apoderado de la península de Crimea en su anterior invasión de Ucrania en 2014. A lo largo de 2022, Ucrania ganó las batallas de Kiev, Jarkiv y Jersón, y recuperó aproximadamente la mitad del territorio ganado por Rusia. 

En la primera mitad de 2023, Rusia emprendió una ofensiva en la que no ganó casi nada, salvo la ciudad de Bajmut. En la segunda mitad de este año, Ucrania ha emprendido una contraofensiva que ha tomado mucho más territorio que la ofensiva rusa, pero que (todavía) no ha cambiado la posición estratégica general (aunque podría hacerlo). En Rusia, Yevgeny Prigozhin, el líder del grupo mercenario que tomó Bajmut, intentó dar un golpe militar. Él y Putin llegaron a un acuerdo, y después Putin lo mató. En un acontecimiento relacionado, Sergei Surovikin, probablemente el general ruso más capaz, ha sido relevado de su mando. Rusia no tiene ahora ningún potencial ofensivo importante. Su estrategia consiste en seguir sembrando el terror entre la población civil hasta que los ucranianos no puedan aguantar más. Eso, al menos a juzgar por mi experiencia, no es un enfoque sostenible. Por otro lado, Rusia ha tenido tiempo de fortificar ampliamente una larga defensa en el este y el sur, y de prepararse para las ofensivas ucranianas. Eso dificulta mucho las ofensivas ucranianas.

Ucrania quiso avanzar el año pasado, antes de que se construyeran las fortificaciones. Carecía de las armas necesarias, y Elon Musk optó por cortar las comunicaciones con Ucrania. Esa medida probablemente prolongó la guerra. Como la decisión de Musk se basó en la interiorización de la propaganda rusa sobre la guerra nuclear, y acompañada de la repetición de dicha propaganda, hizo más probable una guerra nuclear. Si hombres poderosos transmiten el mensaje de que basta con hablar de guerra nuclear para ganar guerras convencionales, entonces tendremos más países con armas nucleares y más guerras convencionales que pueden escalar hasta convertirse en nucleares. Ucrania se ha resistido a esta línea de alarmismo ruso, afortunadamente para todos nosotros.

Ucrania no tuvo las armas que necesitaba el año pasado en parte por la misma razón: los estadounidenses permitieron que la propaganda rusa desplazara al cálculo estratégico. Sin embargo, a estas alturas, la parte norteamericana ha comprendido en general que la amenaza nuclear rusa era una operación psicológica destinada a ralentizar la entrega de armas. Estados Unidos y sus socios europeos han dado armas a Ucrania, lo que ha sido absolutamente indispensable. Sin embargo, el ritmo es lento. Los aviones de combate están llegando, pero con un año de retraso para la ofensiva actual. Así que los ucranianos intentan ahora una ofensiva en condiciones que los oficiales de Estado Mayor estadounidenses encontrarían desafiantes. Los estadounidenses dan por sentada la superioridad económica, la destrucción previa de la logística y la supremacía aérea, pero nada de eso describe la posición ucraniana. Los ucranianos ni siquiera tienen superioridad numérica, y mucho menos del tipo 3-1 o 5-1 que sería la recomendación estándar para una ofensiva.

Los combates de este verano han sido muy duros y muy costosos para Ucrania, más duros y costosos, creo, de lo que tenían que ser. Hoy mismo he visitado a soldados heridos en un centro de rehabilitación; entre los muchos sentimientos que esto me ha despertado había algo de culpa por el hecho de que mi pueblo podría haber hecho más para proteger a estas personas. (Si quieres protegerlos, considera hacer un donativo a Come Back Alive, United24 o United with Ukraine).

Dicho esto, los avances territoriales ucranianos de este verano han bastado para desencadenar un aluvión de llamamientos al alto el fuego por parte de voces afines al Kremlin. Si tenemos en cuenta la forma en que parecen funcionar los medios de comunicación, estos llamamientos (en lugar de los acontecimientos sobre el terreno) a veces parecen ser la noticia. Los artículos de opinión favorables al Kremlin dan por sentado que Ucrania no avanza, cuando en realidad sí lo hace. Los aliados del Kremlin exponen sus argumentos apelando al sufrimiento ucraniano, pero nunca citan a los ucranianos, ni los datos de las encuestas que muestran un apoyo abrumador a la guerra.

No hay ninguna razón para creer que el Kremlin se sentiría limitado por un acuerdo de este tipo en ningún lugar; ni siquiera empezó a atenerse a los términos del acuerdo tras su última invasión, y al invadir de nuevo Moscú ha violado todos sus acuerdos con Ucrania (al tiempo que ha dejado claro que no considera que Ucrania sea un Estado). Los propagandistas rusos que se dirigen al público ruso no ocultan que el objetivo es la destrucción de la nación ucraniana, y que un alto el fuego solo serviría para ganar tiempo. Ahora que el farol nuclear se ha agotado en gran medida, Moscú ha cambiado su enfoque, y trata de hacer creer a la gente que no está pasando nada en el campo de batalla. La esperanza de Moscú es motivar a los aliados de Ucrania para que la contengan el tiempo suficiente a fin de que Rusia cambie el equilibrio de fuerzas a su favor. 

Ucrania está desplegando su capacidad de ataque de largo alcance para destruir aviones y logística en territorio ruso, condición necesaria para ganar la guerra. Se trata de un fenómeno incómodo, ya que los socios occidentales no siempre piensan concienzudamente en cómo se puede poner fin a una guerra como esta. Termina cuando una de las partes gana. La cuestión es quién gana y en qué condiciones. 

Los aliados estadounidenses opinan, con razón, que, para ganar, Ucrania debe romper las líneas rusas. Pero no hay tantas tropas que enviar al frente en oleadas, y desde una perspectiva ucraniana esas vidas deberían ponerse en riesgo cuando el campo de batalla se haya conformado. La noción de avance es también demasiado limitada. Incluso dejando a un lado el valor de la vida, que es de lo que trata esta guerra, la historia militar demuestra que las victorias en el campo de batalla son la etapa final de un proceso más amplio que comienza con la logística. 

Esta guerra ha aportado una teoría totalmente nueva de lo que significa una guerra defensiva: luchar solo en el propio territorio. Eso no se corresponde con el derecho internacional y nunca ha tenido ningún sentido. Es un poco como animar a un equipo de baloncesto pero creer que debe jugar sin pasar nunca del medio campo, o animar a un boxeador pero afirmar que no puede dar un puñetazo después de que lo dé su oponente. Si en guerras pasadas se hubiera tenido esa idea, ninguno de los socios de Ucrania habría ganado ninguna de las guerras que se enorgullecen de haber ganado. 

La preocupación explícita es que Rusia podría “escalar”. Este argumento es un triunfo de la propaganda rusa. Ninguno de los ataques transfronterizos de Ucrania ha hecho otra cosa que reducir la capacidad rusa. Ninguno ha llevado a Rusia a hacer cosas que no estuviera haciendo ya. La noción de “escalada” en este contexto es un malentendido. Al tratar de destruir la logística rusa, Ucrania trata de poner fin a la guerra. Ucrania no hará en Rusia la mayoría de las cosas que Rusia ha hecho en Ucrania. No ocupará ni se apoderará de territorio, no ejecutará a civiles, no construirá campos de concentración ni cámaras de tortura. Lo que se le debe permitir, para tener alguna posibilidad de detener esas prácticas rusas en Ucrania, es que tenga la capacidad de ganar la guerra. Con cada pueblo que Ucrania recupera, vemos la desescalada más importante: lejos de los crímenes de guerra y el genocidio, hacia algo más parecido a una vida normal.

La victoria será difícil, pero es el concepto relevante. En este momento no conozco a ningún ucraniano que no haya perdido a un amigo o a un familiar en esta guerra. Mis amigos de ahora suelen tener un cierto círculo oscuro alrededor de los ojos y una tendencia a mirar a media distancia. Y, sin embargo, el nivel de determinación es muy alto. En los pocos días que llevo aquí ha habido ataques con misiles en las dos ciudades en las que he pasado la noche o cerca de ellas, un ataque asesino ruso contra un mercado y un intento ruso de cortar las exportaciones ucranianas de grano con misiles y aviones no tripulados. Es la vida cotidiana, pero es la vida cotidiana ucraniana, no la nuestra. Los ucranianos luchan; nosotros financiamos una parte. Sin embargo, lo que la resistencia ucraniana protege va mucho más allá de Ucrania.

Los ucranianos defienden el orden jurídico establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Han llevado a cabo toda la misión de la OTAN de absorber y revertir un ataque de Rusia con un porcentaje ínfimo de los presupuestos militares de la OTAN y cero pérdidas de los miembros de la OTAN. Han hecho mucho menos probable una guerra en el Pacífico demostrando a China que las operaciones ofensivas son más difíciles de lo que parecen. Han hecho que la guerra nuclear sea menos probable al demostrar que el chantaje nuclear no tiene por qué funcionar. Ucrania también lucha por restablecer sus exportaciones de grano a África y Asia, donde millones de personas se han visto amenazadas por el ataque de Rusia a la economía ucraniana. Por último, pero no por ello menos importante, los ucranianos están demostrando que una democracia puede defenderse.

Los ucranianos nos están proporcionando un tipo de seguridad que no podríamos alcanzar por nosotros mismos. Me temo que estamos dando por sentados estos logros en materia de seguridad. (En mis momentos más cínicos, temo que algunos de nosotros, quizá incluso algunos candidatos presidenciales, estemos molestos con los ucranianos precisamente por lo mucho que nos han ayudado). 

Esta guerra no terminará por un acontecimiento repentino, pero tampoco se prolongará indefinidamente. Cuándo y cómo termine depende en gran medida de nosotros, de lo que hagamos, de cuánto ayudemos. Aunque no nos importaran en absoluto los ucranianos (y deberían importarnos), conseguir que esta guerra termine con una victoria ucraniana sería, con diferencia, lo mejor que los estadounidenses podrían hacer por sí mismos. De hecho, no creo que, en la historia de las relaciones exteriores de Estados Unidos, haya habido nunca una oportunidad de lograr tanto para los estadounidenses con tan poco esfuerzo por su parte. Espero que aprovechemos esa oportunidad.

TS Kiev 7 de septiembre

Publicado originalmente en el Substack del autor.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

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Timothy Snyder (1969) es un historiador estadounidense, profesor en la Universidad de Yale, especializado en la historia de Europa Central y del Este y en el Holocausto. Su libro más reciente en español es 'Nuestra enfermedad. Lecciones de libertad en un diario de hospital' (Galaxia Gutenberg, 2020).


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