Luis González y González nació el 11 de octubre de 1925 en San José de Gracia, Michoacán. Unos meses más tarde se inició la rebelión cristera y la gran mayoría de los habitantes de San José –los josefinos– la apoyó. En marzo de 1927 las fuerzas del gobierno federal tomaron el pueblo y la población se vio forzada a abandonar el sitio y sus propiedades. Por cerca de dos años, Luis y sus padres –Luis y Josefina– vivieron en casa de unos parientes en Guadalajara, ciudad donde Josefina González Cárdenas había estudiado en la Escuela Normal del estado de Jalisco.En 1929, con la rendición de los cristeros, las fuerzas federales se retiraron y se les dio permiso a los josefinos para regresar a sus hogares. Se originó un largo periodo de reconstrucción durante el cual la casa de Luis y Josefina González, que milagrosamente no había sido destruida por los “invasores”, sirvió como sede del Colegio Guadalupe, hasta entonces la única escuela del pueblo.
Durante varios años, los cristeros vivieron amenazados por una serie de asesinatos selectivos de sus antiguos líderes. Durante esta época, conocida como “los rescoldos”, los josefinos desarrollaron una profunda desconfianza por todo lo que oliera a gobierno, pues se encontraban en un entorno aún muy violento. Una de las escenas más vívidas de su niñez fue cuando atestiguó cómo un grupo de hombres armados lavaba, en una pileta de la plaza principal, las cabezas de varios hombres ajusticiados para luego exhibirlas públicamente. Luis creció con la escuela en su casa. Dado que su madre era maestra y que su vivienda tenía muchos cuartos vacíos debido a que finalmente resultó ser hijo único, el Colegio Guadalupe operó allí por varios años. Además, su padre, quien era ganadero y comerciante, había desarrollado un gusto por la lectura gracias a su paso por el seminario de Jacona, por lo que en su hogar no faltaban los libros: la mayoría de tema religioso, pero también novelas, libros de texto, periódicos, revistas y cualquier publicación que llegara hasta el pueblo.
La idea de que su pueblo era distinto a los demás siempre caló hondo en su manera de ver el mundo. Creció en una comunidad de rebeldes, de gente que no confiaba en ningún gobierno y solo quería que se le dejara en paz. De hecho, su padre siempre le hablaba de países pequeños y prósperos como Luxemburgo y Mónaco “donde la gente era feliz porque no había gobierno”. Luis pensaba que la independencia de San José de Gracia de México era una posible meta en su vida.
Cuando cumplió doce años, su tío y párroco de San José, Federico González, sugirió de alguna manera que “Luisillo” debía educarse fuera de su casa materna, pues siendo hijo único corría el peligro de “echarse a perder”. En ese primer “exilio” se dio cuenta de lo especial que eran San José y sus habitantes dentro del occidente de México y dentro del país en general: tenía una historia muy distinta a la oficial que le enseñaban en esas aulas. Sus compañeros del Colegio Cervantes lo apodaron “el ranchero” y él desarrolló la manía de mostrarles las bondades de su pueblo.
Tras estar un año completo en el servicio militar –1ª generación–, tuvo un paso breve por la Universidad Autónoma de Guadalajara; sus mentores jesuitas del Colegio Cervantes le recomendaron que siguiera estudiando en El Colegio de México. El traslado a la capital del país podría significar un segundo exilio, pero encontró en El Colegio de México el impulso para escribir esa historia de su pueblo, tan distinta a la historia oficial que todavía dominaba en la educación superior y a las historias académicas que estaban por entonces en boga.
Tras laborar en varios proyectos académicos de cierta envergadura, Luis González aprovechó un año sabático para llevar a cabo uno de sus ideales: escribir la historia tan especial de su pueblo. A fines de 1967 se mudó con su familia a San José de Gracia e inició sus investigaciones. La documentación oficial en archivos resultó muy pobre para contar los acontecimientos que los josefinos consideraban importantes; así que puso más atención a los documentos familiares y se decantó también por la historia oral.
Tras oír numerosos testimonios de sus paisanos, decidió darles un cierto protagonismo en la redacción del texto. Un día a la semana citaba a una o dos docenas de personas mayores para que escucharan sus avances. Con sus comentarios, en ocasiones contradictorios, enriquecía sus textos y así logró entretejer una narración que dejó satisfechos a casi todos.
A principios de 1968 presentó su manuscrito de Pueblo en vilo ante sus colegas y autoridades de El Colegio de México. Aunque una mayoría no parecía entusiasmada por el resultado, el apoyo decisivo de Daniel Cosío Villegas y José Thiago Cintra llevó el manuscrito a las prensas.
Para esas fechas ya se habían escrito o se encontraban en plena elaboración al menos un par de historias locales con apego al método académico, por decirlo así, verdaderas microhistorias. Se trata del libro Tetela del Volcán: su historia y su convento (IIH UNAM, 1968) de Carlos Martínez Marín y la tesis de Ignacio González Polo “Colonización y fundación de pueblos durante el siglo XIX. El caso de San Antonio Polotitlán, Estado de México” presentada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en 1970 y publicada un año después por la misma institución. Sin embargo, fue Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia el libro que se considera como fundador de la llamada microhistoria mexicana.
Y no faltan razones para ello: el texto combina una serie de técnicas historiográficas de cierta sofisticación para la época con una narración muy fluida y amena que es, además, muy representativa de la población josefina. El buen humor, la seriedad en la investigación, el manejo adecuado de una multitud de temas y la gran empatía reflejada en Pueblo en vilo lo convirtieron en una obra excepcional. Tras un par de reediciones, Pueblo en vilo ganó el premio Clarence H. Haring a la mejor obra de historia de Latinoamérica otorgado por la American Historical Association en 1971.
A partir de entonces el volumen recibió una gran atención en México y a nivel internacional. De alguna manera, despertó el interés sobre la historia local, lo que obligó al autor a redactar un par de obras dedicadas a revisar su linaje y motivó el desarrollo de trabajos de este corte: Invitación a la microhistoria y Nueva invitación a la microhistoria de 1973 y 1982, respectivamente.
Además, Pueblo en vilo catalizó los intereses, antes un tanto soterrados, de muchos historiadores para desarrollar la llamada historia regional mexicana. Muchos historiadores regionales vieron en este libro una fuente de inspiración para trabajar temas considerados ajenos tanto a la historia oficial como a la gran historiografía académica del momento. Así, aunque Luis González desarrolló relativamente poco la historia regional (La tierra donde estamos y las monografías de Zamora y Sahuayo de la década de los setenta), se convirtió también en un símbolo fundador de una de las corrientes historiográficas mexicanas de mayores alcances y que hasta el día de hoy mantiene su vigencia.
Pueblo en vilo trajo beneficios notables para San José de Gracia, pues la comunidad comenzó a recibir la atención del gobierno federal y estatal que estaba reservada a poblaciones más “gobiernistas”. Se fundaron escuelas secundarias y preparatorias, atrajo inversión foránea para algunos proyectos, además de lograr algunas mejoras materiales más. El pueblo mismo ha usado el libro para rescatar y dignificar su memoria histórica. Allí los cristeros y sacerdotes son héroes y en la plaza principal se ha visto cómo se han ido retirando los bustos de Hidalgo o Morelos para ser reemplazados por estatuas de Apolinar y Anatolio Partida, de Federico González Cárdenas y otros párrocos, de artistas locales y hasta del propio Luis González y González, quien irónicamente se convirtió en parte de esa “historia de bronce” que tanto criticaba.
El libro no logró satisfacer las ansias autonomistas de los josefinos, sino que más bien ayudó a San José de Gracia a integrarse de una manera más armónica al estado y al país donde pertenece sin perder el orgullo local, convirtiéndose en un ejemplo para otras comunidades ninguneadas por la historia nacional u oficial.
Y, finalmente, Pueblo en vilo ayudó a su autor a regresar al pueblo de sus amores después de un largo exilio. A partir de 1979 se acercó a su San José con la fundación de El Colegio de Michoacán –institución espejo de su propia alma mater– y en 1985 volvió a habitar su casa materna de la que había salido hacía casi seis décadas. ~