Hace poco mi hijo pequeño trajo una cancioncilla inane a casa. Para mi inmensa sorpresa, empecé a cantarla de modo casi inconsciente. “En la calle-lle / veinticuatro-tro” decía él, y yo, impelido por la magdalena de Proust, seguía “ha habido-do-do/ un asesinato-to”. Mi hijo me miraba consternado, y yo mismo no podía ocultar mi sorpresa. Algo parecido ocurrió el jueves 9 de noviembre, al leer el pacto entre Junts y el PSOE. Una musiquilla familiar e irritante que había logrado arrinconar en alguna neurona periférica recuperaba el primer plano. “Pacto fiscal-cal-cal”, “derecho-cho-cho / a decidir-dir-dir”. Un dicho popular sostiene que de una crisis, como de un túnel, se acaba saliendo, pero por un lugar distinto al de origen. Para sorpresa de muchos, del procés parecemos haber salido de vuelta en 2012, y además como si no hubiera ocurrido nada entre medias.
Empecemos por decir que discutir la amnistía en sí es casi lo de menos. De hecho, las principales objeciones a su conveniencia, justicia y constitucionalidad las han hecho miembros del gobierno en funciones y dirigentes del partido socialista, la videoteca es implacable al respecto. Tampoco cabe dudar del motivo que la impulsa: conseguir los votos necesarios para la investidura de Pedro Sánchez. Una vez conseguido ese objetivo en la votación del 17 de noviembre, se abre una legislatura que pende del cumplimiento de un pacto político cuya lectura produce sonrojo, llanto y crujir de dientes al más pintado.
Por si acaso, aclaremos varios puntos: el nuevo gobierno de Sánchez es perfectamente legítimo, ha articulado una mayoría parlamentaria y puede y debe gobernar. España no está en la antesala de una dictadura. Los ataques a sedes de partidos políticos e instituciones son intolerables y han de ser perseguidos. El jarabe democrático se reparte exclusivamente en las urnas. El primer deber de todos es rebajar el tono, huir de lo grandilocuente y de lo apocalíptico. Pero la amplia contestación que ha despertado el pacto merece una atención detallada.
Primero, el documento considera que Cataluña consiste en la parte independentista de la sociedad catalana. Para ese pacto, la inmensa movilización cívica contra el independentismo, que demostró que era un proyecto falaz y divisivo, no existió. La vergonzosa votación del 6 y 7 de septiembre de 2017, con la ausencia de la oposición y la vulneración de la Constitución y el propio Estatut, no existió. El quebrantamiento constante y jubiloso de sentencias, leyes y derechos no existió. El acoso promovido desde las instituciones a quienes no compartían la deriva locoide del nacionalismo catalán no existió.
De rebote, todo aquel que se opone al pacto con Junts y a la amnistía resulta ser facha y seguidor de Vox. En ese sentido, en Cataluña tenemos mucho ganado: allá por 2015 o 2016 la senyera se convirtió en una bandera facha, frente a la ungida estelada. Asumir la condición de facha, como hicimos muchos entonces, es muy liberador, se lo recomiendo. Lo que es más grave es descontar la posibilidad de la alternancia. No puede ser que un gobierno del pp sea inimaginable o intolerable. Dicho de otro manera, no se puede reclamar la legitimidad de este gobierno y rechazar la de su alternativa. Un país donde solo puede gobernar un partido no es un país donde yo quiera vivir.
Los antecedentes, el resumen sintético firmado por ambos partidos, es realmente un relato de parte que recoge la versión más puigdemoniana de los últimos trece años, casi de los últimos trescientos. El resto del documento establece un listado de discrepancias que apuntan siempre en la misma dirección. Más cesiones del Estado al independentismo con el espectro del referéndum al fondo. No hace mucho, un consenso sano en la sociedad catalana consideraba que el futuro pasaba por una serie de cesiones mutuas que garantizaran en primer lugar el reconocimiento de su pluralidad interna. Una tv3 neutral, una política lingüística ponderada (más catalán en Barcelona, más castellano en el Alt Empordá), unas instituciones que no vivieran de espaldas a la mitad de su población. Quizás hasta una ley electoral más ajustada a la demografía.
También parecíamos haber entendido que las demandas nacionalistas no iban a ser nunca saciadas, porque en realidad lo que quieren es la independencia. Eso no significa ignorarlas todas; adelante con aquellas transferencias que tengan sentido, adelante con los pactos fiscales que sean justos para todos. Pero la idea de que un tramo más del irpf o el traspaso de Rodalies bastarán para contentar al nacionalismo es muy 1997, incluso 2009; a estas alturas de la película ya no cuela.
Por eso la idea de poner a discutir a media España con media Cataluña en torno a un memorial de agravios de la segunda es muy ofensivo. La Generalitat no se comportó con lealtad ni con el Estado ni con sus propios ciudadanos. Y no lo hizo porque como solía afirmar convencido el ínclito Toni Castellá, “a la otra mitad no le importa”. Esa idea de que media Cataluña podía decidir por la totalidad se rompió durante el procés. El pacto PSOE-Junts la recupera. Con esos mimbres difícilmente se va a tejer una reconciliación ni una etapa de concordia. Volver a la casilla de salida limpios de polvo y paja solo alentará a repetir la jugada. Ahora además amparados por un relator internacional (para qué irse tan lejos teniendo al abad de Montserrat al lado) y la buena conciencia de quien ve su comportamiento compulsado. En cuanto al resto de España, cualquier reforma de calado exige la participación del pp. No parece que eso haya sido tenido en cuenta. Y si bien es cierto que ahora Junts pasa a ser interlocutor viable en Madrid también para la derecha, cabe dudar de que modere sus objetivos.
El procés ya ha logrado exportar su cizaña al resto de España. A la pelea entre catalanes sumamos la pelea entre españoles. Si metemos a la UE por medio (¿por qué los que rechazan un relator piden la intervención de la UE?, ¿no se dan cuenta que es lo mismo?), podemos llegar a propiciar una pelea entre europeos. Los que nos opusimos a los indultos para acabar apreciándolos hemos aprendido a no precipitarnos. Y sin embargo dudo mucho que esta amnistía cortoplacista y arbitraria contribuya en absoluto a mejorar la situación en Cataluña. Solo hace resonar una vieja cantinela que hace no mucho nos llevó al desastre. ~
Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.