Días de duelo en Copenhague

Una reflexión sobre el asalto a la sinagoga de la capital danesa.
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Caminando en la helada noche en Copenhague, la escena es sobrecogedora: miles de personas avanzan en silencio en la misma dirección: el parque en cuyo centro cultural, dos días antes, un joven de 22 años disparó a los asistentes a un evento en favor de la libertad de expresión, provocando la muerte de una persona e hiriendo a varios agentes de seguridad. Al día siguiente, ese mismo joven de origen palestino pero nacido y educado en Dinamarca, atacó la principal sinagoga de la capital danesa donde se llevaba a cabo una ceremonia familiar en la que participaban más de 80 personas, matando a un guardia de seguridad judío antes de ser abatido él mismo por la policía.

Muchos van en bicicleta en dirección al evento, otros portan antorchas. Caminan en silencio, con la expresión triste pero decidida. Con un propósito. Veo gente de todas las edades, incluidos muchos niños. Entre los que asisten, sin demasiada seguridad aparente ni muy separados del resto de los asistentes, están la Primera Ministra y el Príncipe Heredero.

Los dos lugares donde ocurrieron ataques el fin de semana en la capital de Dinamarca me son particularmente familiares. Finalmente en este país todo es pequeño, su territorio, sus 5 millones y medio de habitantes. En Copenhague viven millón y medio de ellos y más de 40 mil personas participan en el homenaje a la víctima de los atentados. Dinamarca quiere ser como una gran familia, en la que todo mundo se conoce y tienen una manera muy homogénea de hacer las cosas. No sé si son el país más feliz del mundo como presumen, pero sí son en su gran mayoría, la sociedad más igualitaria y satisfecha con la que me he encontrado. 

Prácticamente todos los días voy a ese parque o paso por la estación de metro cercana a la sinagoga donde ocurrió el segundo incidente. En ese parque le gusta encontrarse a mi hija pequeña con sus amigos. Ahí se encuentra el Centro Cultural donde ocurrieron los disparos y está la clínica donde una de mis hijas mayores acudió a fisioterapias durante todo el verano para atenderse una rodilla lastimada. Lugares que todo mundo conoce y frecuenta en esta ciudad de peatones y ciclistas. 

Desde la Segunda Guerra Mundial no había habido un crimen político, un crimen de odio en este caso, en suelo danés. Y, a pesar de que las primeras caricaturas consideradas por millones de musulmanes en el mundo como ofensivas aparecieron en un diario danés hace diez años, provocando una indignación y disturbios en el resto del mundo que resultaron en 140 muertos, ninguna de ellos en Dinamarca, lo ocurrido el fin de semana ha constituido claramente una sorpresa.

Lo anterior, sumado al hecho de que Dinamarca es uno de los países que, per cápita, más combatientes tiene en la jihad, luchando en Siria como parte de Estado Islámico (más de 100) hacía prever que algo así pudiera suceder. Pero a pesar de ello fue una sorpresa. La mayoría de los daneses se considera a sí mismo como respetuoso y tolerante, orgullosos de convivir en paz con comunidades llegadas de otras regiones. La comunidad musulmana es de alrededor de 250 mil personas y la comunidad judía suma no más de 7 u 8 mil personas. En Dinamarca no ha habido tradicionalmente un anti-semitismo a gran escala. Mucho menor que en Europa oriental, o que en Suecia, España o Francia. En 1943, Dinamarca hizo algo extraordinario: anticipando la llegada de la ocupación nazi y la segura orden de deportar a los judíos daneses a campos de concentración, la población se unió y resistió. Desde el Rey, hasta la clase política y la gente común y corriente, en forma conjunta: durante 14 difíciles jornadas los judíos, que antes que judíos eran vistos por el resto de la población como connacionales daneses, fueron protegidos, escondidos y finalmente ayudados a escapar a Suecia.  En total, 7742 de 8200 refugiados judíos fueron contrabandeados en lanchas, barcos de pescadores, lo que fuera. Es famosa, aunque quizás no es cierta, la historia del Rey Christian X, quien, durante la ocupación de Dinamarca por la Alemania nazi, se colgó desafiante una estrella de David en el uniforme y así se paseaba por Copenhague a caballo.

Para 1946, una vez terminada la guerra, la mayoría de los judíos daneses estaban vivos y pudieron regresar a sus hogares. Leon Wieseltier ha calificado lo ocurrido como “una saga de humanismo salvando vidas”. 

Sin embargo, en los últimos años, se ha ido dando un cambio de actitudes en una minoría que es claramente antisemita. En la población de origen musulmán ha habido grupos e individuos que manifiestan más claramente su anti-semitismo. Un reporte señala que el año pasado fueron identificados hasta 43 incidentes en contra de judíos en Dinamarca, la mayoría perpetrados por musulmanes. Estos sentimientos de intolerancia fueron claramente exacerbados por el conflicto árabe-israelí y los bombardeos de Gaza por las fuerzas militares de Israel. 

Algunos jóvenes de origen musulmán perciben una Dinamarca en la cual el acceso a las oportunidades no es igual para todos. No se sienten parte de esa Dinamarca homogénea y cohesionada. Se sienten discriminados y sin un futuro en un país donde nacieron pero que perciben como lejano y extraño. La propaganda del Estado Islámico y lo que ven en la televisión y leen en la prensa solo contribuye a buscar una identidad ajena a Dinamarca y un odio creciente a “Israel”. 

Lo ocurrido el fin de semana, inspirado claramente en los ataques de hace un mes en París, ha obligado a los daneses a enfrentarse a una realidad que está ahí, pero que no era evidente: vivimos en un mundo complejo y en ocasiones peligroso y solo los valores que están en el centro de la idiosincrasia danesa pueden garantizar una vida en armonía y en paz: la tolerancia, el respeto al prójimo y la convivencia pacífica.

 

(Este texto refleja las opiniones personales del autor y no representa ninguna posición oficial)

 

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