Reflexión sobre Medio Oriente

El futuro de Israel y de los palestinos dependerá de una resolución sólidamente negociada al trágico conflicto.
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Dejando a un lado las razones de índole histórica de quienes creemos en la legitimidad del Estado de Israel y defendemos su existencia, es válido preguntar, ¿habría sido posible su creación sin el mapa de Balfour, ideado para defender los únicos intereses importantes para Inglaterra: la posesión y control directo político y militar de los pozos de petróleo? La decisión en 1913 del entonces primer lord del Almirantazgo Winston Churchill de abastecer a la armada imperial británica con petróleo y no con carbón contribuiría de una manera decisiva al eventual nacimiento del nuevo Estado. La medida hizo que los británicos miraran con mayor interés lo que sucedía en Arabia Saudita, la península arábiga y, sobre todo, el Golfo Pérsico. El mapa Balfour, realizado tiempo después, consideraba una serie de elementos fácticos que permitían a Gran Bretaña imponer su presencia sobre la región. Luego de la Primera Guerra Mundial, con el desplome del imperio otomano y  ante el desgarramiento de los Balcanes, Gran Bretaña discurrió la necesidad de “ordenar” (concepto colonial) a los habitantes de la península arábiga. Tras un interregno de casi treinta años de protectorado, la retirada inglesa llevaría al surgimiento de un pequeño estado llamado Israel que desde el primer momento sería combatido por aquellos habitantes que naturalmente se negaban a ser “ordenados”, es decir, por los palestinos, que rechazaron la partición decretada por la ONU.

Si el Holocausto no hubiera sucedido, ¿habría existido el Estado de Israel? El recrudecimiento del feroz y antiguo antisemitismo europeo (y en particular el ruso) había incidido en las primeras oleadas hacia Palestina, migraciones que en su origen no tuvieron el objetivo de crear un Estado sino una comunidad social y cultural. Pero el Holocausto fue sin duda el catalizador definitivo. Así nació Israel el 14 mayo de 1948, producto del mayor crimen de la historia humana, aunque inevitablemente marcado por la guerra, porque la región ya no era la que había sido en tiempos bíblicos, ni siquiera en la era medieval o moderna. La región estaba habitada por otro pueblo. Y la región era también un crisol de intereses y fuerzas sociales, étnicas, políticas, nacionales, religiosas y económicas que le conferían una gigantesca importancia geoestratégica.

Sea como fuera, por efecto del antisemitismo histórico, la modificación del mapa de Medio Oriente y el Holocausto, la creación de un nuevo país fue problemática desde el origen y su puesta en práctica siguen teniendo graves consecuencias hasta nuestros días.

Tras las guerras de 1948 y 1956 hasta la Guerra de los seis días en 1967, Israel había ganado la guerra de opinión inherente a todas las guerras pero especialmente intensa en su caso. Antes de esa guerra (que en varios sentidos significó una derrota en la victoria) la opinión internacional admitía el argumento más recurrente: el antisemitismo milenario y el horror que significó el asesinato de casi la mitad de toda la población judía justificaba la existencia de Israel y su tenaz autodefensa. La forma en la que Israel se defendía podía calificarse de brutal pero aparecía amparada por la razón de origen y los constantes ataques y amenazas que atentaban contra su existencia.

La política de asentamientos del Margen Occidental y Gaza –criticada por un sector progresista del régimen, incluso por David ben Gurion– hizo que el termómetro de la simpatía mundial comenzara a virar contra Israel. ¿Cuándo fue demasiado tarde para un arreglo? Difícil precisarlo. Cuando Israel en los años noventa y principio de siglo XXI mostró deseos genuinos de regresar prácticamente todos los territorios a cambio de una paz duradera, la representación palestina repetidamente se rehusó. Sus alas radicales rebasaban a las moderadas y aún las moderadas se mostraban radicales, lo cual alentó el radicalismo del lado israelí. Así llegamos a nuestros días.

Desde el 7 de octubre, la batalla de la opinión pública y el sentimiento generalizado han actuado en contra de Israel. Un dirigente, que recuerda a los más duros que ha tenido aquel Estado en su historia, decidió que Israel no reaccionaría en silencio ni enterraría a sus muertos con discreción, sino que se vengaría y ganaría la batalla frente los ojos y reflectores del mundo. Fue un cálculo equivocado. La exhibición de capacidad militar y la falta de compasión por las víctimas civiles ha llegado incluso a poner en riesgo el pacto con Estados Unidos, uno de los pilares que garantiza la existencia de Israel.

El capítulo más reciente de este conflicto permanece en el enigma. Han transcurrido seis meses desde el asesinato masivo del 7 de octubre y todavía no hay una idea clara de cómo Hamás pudo entrar a Israel y contar con siete horas para asesinar (violar, vejar) mujeres, ancianos, niños, bebes, mujeres embarazadas, y llevarse rehenes de una manera tan efectiva. Y esta explicación importa porque lo único que permitía a los israelís dormir en paz era la fortaleza de su inteligencia y la contundencia de su ejército. Ambas cosas se perdieron y han sido sustituidas por una actuación más allá de toda lógica militar. Es verdad que Hamás ha ocupado colegios y hospitales como cuarteles militares. Es verdad también que Hamás había lanzado y seguiría lanzando andanadas de proyectiles sobre Israel. Y ha usado a la población civil de rehén y construido una red de centenares de kilómetros de túneles. Todo esto es innegable e inadmisible: ningún estado puede permanecer pasivo ante un desafío existencial semejante. Pero las voces moderadas de la propia opinión israelí critican la escala y naturaleza del despliegue. La demostración de que Israel podía destruir Gaza varias veces y salir impune, sin importar el precio de civiles, niños y mujeres, ha tenido un altísimo costo.

Israel, en suma, perdió la batalla de la propaganda. Y se están produciendo una serie de reacciones que lo colocan en un terreno nuevo. Si bien la escaramuza con Irán se detuvo aparentemente en un primer estadio, se cruzó un Rubicón, que por un lado pareció afianzar la alianza occidental y saudiárabe contra Irán, pero nos puso más cerca de una conflagración de gran escala.  El cuadro se complica aún más con la inédita tensión entre Israel y Estados Unidos, que incide ya en las próximas elecciones con un pronóstico incierto.  

Cada día el panorama cambia. Nunca ha sido más aventurado predecir el mediano plazo. Es imposible saber en qué momento ocurrirá –o si ocurrirá– el comienzo de la Tercera Guerra. Lo que sí sé es que el futuro de Israel y de los palestinos, y el de toda la zona de aquel mapa Balfour, dependerá de una resolución sólidamente negociada al trágico conflicto. ~

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