Una liturgia común, de Joan Didion

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Ya lo dijo John Leonard, antiguo editor del New York Times Book Review, en su prólogo a We tell ourselves stories in order to live, el volumen de obras completas de no ficción que la famosa Everyman’s Library le dedicó a Joan Didion en 2006: “Desde siempre he intentando descubrir por qué sus frases son mejores que las mías o las vuestras… hay algo en su cadencia. Vienen hacia ti, si no en emboscada, como unos haikús enanos, como un picahielos láser o con la fuerza de las olas”. Leonard habla del periodismo de la señora Didion, pero la frase aplica también a su ficción. En realidad, hay algo inasible, distinto, tremendamente poderoso y reconocible en la prosa de Joan Didion. Podemos llamarle ritmo, voz, estilo, personalidad, fuerza interna o cadencia, pero está ahí. Está en su trabajo periodístico y ensayístico, que goza de un reconocimiento y difusión mayor, pero está también presente en su nada despreciable producción novelística.

Prácticamente desconocida en España, Joan Didion es sin lugar a duda una de las escritoras fundamentales de la actual literatura norteamericana. Autora de ocho libros de no ficción y cinco novelas, su trabajo es aclamado en su país natal, donde se la considera un clásico contemporáneo y su influencia es palpable en autores como Bret Easton Ellis o toda esa generación de periodistas –Jon Krakauer, Eric Schlosser o Adrian Nicole LeBlanc— que Robert Boynton bautizó como The New New Journalism.

La laguna de su publicación en castellano empezó a ser despejada en 2006 gracias a Global Rhythm, que ese año editó su último libro, El año del pensamiento mágico, una reflexión sobre el dolor por la pérdida de un ser querido que le valió el National Book Award en 2005. La misma editorial nos trae ahora Una liturgia común, que editada originalmente en 1977 supone su tercera novela. La acción transcurre en Boca Grande, una imaginaria república centroamericana gobernada despóticamente por la familia Mendana, cuyos integrantes se reparten la presidencia y demás cargos de importancia en el gobierno del país, aunque quien realmente posee el poder en la isla es una norteamericana de nombre Grace Strasser-Mendana. Grace heredó el 59,8% de la tierra cultivable y “aproximadamente el mismo porcentaje de responsabilidad en la toma de decisiones de la República” de su marido, Edgar Strasser-Mendana, el mayor de los cuatro hijos de un norteamericano cazafortunas que a los veinticinco años huyó de Estados Unidos y México para recalar en Boca Grande, donde contrajo matrimonio con una integrante del clan Mendana, por entonces una de las cuatro familias poderosas del país, a los que luego desvalijó, haciéndose con el control de la tierra y por ende el gobierno político de la isla.

Grace es nuestra narradora, una antropóloga jubilada y desilusionada que, habiendo trabajado al lado de Kroeber y Lévi-Strauss, admite haber llegado a la convicción de que la actividad observable es incapaz de definir al ser humano. A raíz de su falta de fe en su profesión se entrega, de manera amateur, a los brazos de la bioquímica. “El miedo a la oscuridad es combinación de quince aminoácidos. El miedo a la oscuridad es una proteína. Una vez le hice a Charlotte un diagrama de esta proteína”, nos dice rápidamente Grace en una típica frase Didion.

Ésta es la historia de un país, pero es sobre todo la historia de dos mujeres. Charlotte es Charlotte Douglas, también norteamericana y la verdadera protagonista de esta historia. “Esto es lo que sucedió –nos dice Grace, en otro párrafo típicamente Didion–: ella abandonó a un hombre, abandonó a otro, viajó de nuevo con el primero, lo dejó morir solo. La ‘historia’ le arrebató una hija y las ‘complicaciones’, otra (en ambos casos me remito a la evaluación de los demás); creyó que sería capaz de librarse de ese peso y vino de turista a Boca Grande. Eso dijo. En realidad no vino tanto de turista como de transeúnte, pero ella no hacía esas distinciones”.

La prosa de Didion es así. Dura, seca, cortante. Lejos de embriagar o hipnotizarnos, sus oraciones dan golpes rápidos y secos, golpes que nos mantienen más atentos de lo habitual y que a la vez, gracias a una fuerza irresistible, nos arrastran como la Historia –esa señora tan querida como temida por la señora Didion– arrastra a sus personajes, muchas veces devastándolo todo a su paso.

Los personajes de Didion, y aquí el personaje principal es Charlotte, fallan a la hora de intentar entender el mundo que los rodea, a la hora de interpretar la Historia. Se ven cara a cara con situaciones que no están preparados para comprender ni mucho menos enfrentar. Y, por supuesto, cuando tienen hijos –la maternidad, la relación materno-filial, es otro tema recurrente en la obra de Didion– fallan también a la hora de prepararlos para enfrentarse a ese mundo que no comprendían antes y no comprenden ahora. Marin, la hija que Charlotte perdió por la Historia, estuvo implicada en un absurdo atentado terrorista obra del grupo marxista radical al que pertenece. Es a Marin a quien Grace intenta explicar los últimos días de la vida de su madre. Una Grace que ha perdido también, aunque sólo a medias, a su hijo Gerardo por la Historia, por las revueltas guerrilleras en Boca Grande, que Gerardo apoya.

Grace hace un retrato de su madre que, tendrá que admitir, también aplica para ella. Revoluciones y pérdidas mediante. ~ 

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(Lima, 1981) es editor y periodista.


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