En mis frecuentes visitas a Venezuela, que comenzaron en 1988, uno de mis interlocutores preferidos era Teodoro Petkoff. Exdirigente guerrillero convertido en político socialdemócrata y luego periodista independiente, Petkoff –que murió en 2018 a los 86 años– era tal vez el analista más lúcido de los sufrimientos de su patria. En una conversación, cuando Hugo Chávez todavía vivía y mandaba, me dijo que él veía tres caminos posibles para Venezuela. Uno era la adopción del modelo cubano de comunismo con características caribeñas. Otro, que la tradición democrática que se había enraizado entre 1958 y 1998 prevaleciera sobre la veta autoritaria del chavismo. El tercero, una evolución –o más bien degeneración– hacia el putinismo.
La elección del pasado 28 de julio ha mostrado que Nicolás Maduro y su círculo íntimo han abrazado plenamente esta tercera opción. La declaración oficial de una victoria para Maduro con el 51% del voto, cuando el conteo acta por acta hecho por la oposición muestra una victoria de Edmundo González, su candidato, por un 67% a 30%, representa un fraude mucho más descarado que en el pasado.
Cuando Putin dice que está combatiendo el “fascismo” en Ucrania, y Maduro denuncia como “fascista” a la oposición y su líder, María Corina Machado, están proyectando su propia identidad. Su praxis muestra que Maduro ya no es el “revolucionario socialista” (por emplear la descripción que todavía usa el Financial Times) que fue en los años ochenta cuando se capacitó políticamente en Cuba. No es casual que el pensador favorito de Putin sea Iván Ilyín, nacionalista ruso que admiraba a Mussolini, ni que Chávez se hiciera amigo de Norberto Ceresole, un fascista y antisemita argentino poco conocido.
La esencia del régimen de Vladímir Putin en Rusia, copiado en algunos aspectos por Maduro, es una modernización del fascismo, versión Mussolini, para el siglo XXI. Esto combina un capitalismo cleptocrático de amiguetes, la violencia selectiva contra los adversarios, el nacionalismo ideológico y la explotación de resentimientos. Sus herramientas son los servicios de inteligencia, el uso de la tecnología para vigilar a la población y de las redes sociales para diseminar la desinformación y para difamar y desprestigiar a la oposición. Como señala Anne Applebaum en su nuevo ensayo, Autocracy, Inc., el fin ya no es inspirar ideológicamente a la población con el sueño de un mundo mejor, sino propagar el cinismo, la desmovilización y el miedo, la idea de que todos los políticos son corruptos y que es mejor desentenderse de la política.
Así fue la estrategia electoral de Maduro: confiar en una población pasiva y una participación baja, además del hostigamiento activo a la oposición, con la detención de decenas de activistas y operadores políticos. No funcionó por dos motivos. En primer lugar, Machado, con su carisma y paciencia, logró no solo unir a una oposición frecuentemente dividida, sino también infundir una esperanza de cambio. En segundo lugar, el colapso económico bajo Maduro combinado con la corrupción visible hizo que por primera vez una parte significativa de la base del chavismo estuviese dispuesta a votar por la oposición.
¿Y ahora qué? Escribo estas líneas solo una semana después de la elección, pero todo indica que Maduro está dispuesto a aguantar la presión interna e internacional para publicar el detalle de las actas electorales, un ejercicio de transparencia habitual en Venezuela que desnudaría la mentira del régimen. Tal vez en unos días publiquen actas falsificadas. Pero es difícil vislumbrar que acepte su derrota.
El cinismo y la falta de ideología progresista hacen que a estas dictaduras del siglo XXI no les importe el costo de aferrarse al poder. En el caso de Putin ese costo ha incluido tal vez 500 mil soldados muertos o heridos en su invasión de Ucrania. En Venezuela, debido a la incompetencia, la corrupción y las sanciones de Estados Unidos, la economía se encogió hasta la cuarta parte de su nivel de 2014 (antes de una pequeña recuperación reciente), y más de siete millones de venezolanos emigraron. Nada de esto conmueve a Maduro.
En las dictaduras latinoamericanas del siglo pasado, un repudio tan masivo de la ciudadanía como el que ha sufrido Maduro habría sido suficiente para derrumbar el régimen. Aquellas dictaduras, al final de cuentas, dependían de su desempeño. Eso no se aplica al putinismo.
Para mantenerse en el poder a cualquier costo, Maduro cuenta con aliados imprescindibles. Habría caído víctima de una disidencia militar hace tiempo si no fuera por la vigilancia de los servicios de inteligencia cubanos. Rusia, Irán, China, la India y Turquía han ayudado a Maduro a esquivar las sanciones. Putin ofrece sobre todo una maqueta para seguir. Eso incluye la persecución de los disidentes más allá de la frontera como muestra el siniestro secuestro y asesinato en Chile en febrero de Ronald Ojeda, un teniente retirado del ejército venezolano que se había radicado en ese país en 2017 y lanzó desde allí una campaña contra el régimen en las redes sociales. China ha vendido (sin pago) a Maduro la tecnología de la represión policial y la vigilancia.
Todo esto hace a Maduro difícil de derrocar democráticamente, pero no imbatible. Su talón de Aquiles potencial siguen siendo las fuerzas armadas. No es casual que las fuerzas paramilitares del régimen se encarguen del grueso de la represión, como los squadristi de Mussolini. La lealtad militar no es necesariamente eterna. Al final de cuentas Venezuela es una sociedad latinoamericana que el régimen todavía no ha podido convertir en totalitaria. La tradición democrática en que confiaba Petkoff hace que Maduro sienta que no debe dispensar de elecciones. El mundo democrático podría intentar mucho más para hacerle la vida más difícil a Maduro y su círculo íntimo, con más vigilancia de sus movimientos financieros y más sanciones individuales que impidan que sus familias disfruten del dinero robado con paseos en Madrid, Colombia o México. Para ellos, Sochi o Varadero simplemente no son tan atractivos. ~
Michael Reid es escritor y periodista. Su libro más reciente es “Spain: the trials and triumphs of a modern European country” (Yale University Press), que publicará en español Espasa en febrero de 2024.