Tras su ascenso a la Presidencia de la Nación Argentina, Javier Milei parece haberse convertido en el nuevo fantasma de la vida pública española. De ella procede su más firme apoyo político internacional y buena parte de sus más tenaces camaradas, pero también sus más férreos detractores. No es de extrañar por tanto que cuando anuncia un vuelo transatlántico, el pan suba por la hiperinflación de declaraciones, noticias y columnas de opinión dedicadas a comentar sus motivaciones y repercusiones. Milei es la comidilla del debate público en España y en buena medida un pretexto discursivo a derecha e izquierda; pero hasta ahora no ha habido un debate honesto y aseado de lo que representa después de convertirse en el primer presidente anarcocapitalista de la historia de la humanidad. Se trata de un hecho casi tan indiscutible como poco discutido. Indiscutible por la existencia de un discurso claro y hasta ahora no erosionable por los oleajes del ejercicio del poder; y poco discutido por la orfandad de análisis sobre lo que representa el ascenso de Milei para el liberalismo y el devenir de los tiempos políticos a escala global más allá de los convencidos por su causa. El libro de Alberto Mayol El fenómeno Milei. El desafío del primer gobierno anarcocapitalista de la historia (Arpa, 2024), ofrece un primer intento de subsanar esta falta, aunando análisis político de coyuntura y sociología de la cultura aplicada al caso con resultados desiguales. Algo más que comprensible e incluso encomiable, por el valor que se requiere para intentarlo careciéndose de la perspectiva temporal suficiente.
A Mayol se le atribuye el mérito de haber pronosticado el derrumbe del statu quo económico chileno con seis años de antelación. Quizá guiado por lo que por entonces era una intuición, intentó ser el candidato a la presidencia de su país por el Frente Amplio, coalición que posteriormente contribuyó a aupar a Gabriel Boric. Fuera de estas pretensiones de ejercer la alta política, su currículum es variado: ha escrito libretos de ópera, ejerce el columnismo pluriempleado y se encuentra realizando lo que parece ser una tesis doctoral largamente procrastinada. Por el camino le ha dado tiempo a producir un puñado de libros que lo han convertido en el sociólogo bestseller de Chile. Las postrimerías de la pandemia parecen representar un cambio de tercio en sus intereses, probablemente porque su materia prima neoliberal se agotó: ahora son los suyos quienes llevan ejerciendo el poder de manera inane durante tres años. Esta nueva etapa tiene un claro cariz español de la mano de la editorial Arpa, que publicó el año pasado su análisis político-cultural de El Padrino justo antes del libro que nos ocupa sobre el fenómeno Milei.
Las preguntas que guían la obra son su fortaleza; todo analista debería abordarlas si se toma el fenómeno en serio. En concreto: ¿es replicable o no? ¿Es beneficioso o perjudicial para el avance de las ideas liberales en tiempos convulsos e iliberales? Las respuestas, aderezadas con pretensiones literarias, se sostienen sobre una premisa base: Milei representaría el espíritu de nuestro tiempo y una extrema derecha de nuevo cuño que reemplaza el nacionalismo, la seguridad y el orden por el libre mercado; así como el odio al inmigrante por el odio al Estado. Con estos mimbres conceptuales tan problemáticos, la calidad del producto se resiente: no parece muy convincente definir un bocata como una pieza comestible de algo sin pan para que lo que nos proponemos analizar quepa dentro de la categoría de bocata. Del mismo modo, Milei no puede ser de extrema derecha y el espíritu de nuestro tiempo simultáneamente. Si aceptásemos la exótica definición de extrema derecha como mero credo del libre mercado que persigue la abolición del Estado, aquella no puede ser el espíritu de nada: hasta ahora, sus aliados estratégicos internacionales más sonados –estos sí de extrema derecha– no se han convertido al anarcocapitalismo ni han abjurado de su obsesión nacionalista por la seguridad y por los inmigrantes. ¡Imagínense a Le Pen, Abascal u Orbán prometer la abolición de sus estados motosierra en mano y declarar la libre circulación de personas, mercancías y capitales!
Este primer error de diseño afecta a la estructura del libro. Respecto a si el ejemplo de Milei es un accidente y una rareza autóctona o una consecuencia más o menos improbable de dinámicas estructurales de fondo, Mayol acierta por las razones equivocadas. Ciertamente, el fenómeno es una rara avis: como bien señala, es poco común que alguien llegue a presidente en Argentina tras declarar su admiración por Thatcher después de la guerra de las Malvinas y tras despreciar al papa Francisco. Tampoco es frecuente que un pueblo decida poner al mando a alguien que no oculta que su objetivo último es abolir la soberanía de ese mismo pueblo. En este aspecto, Mayol tiene razón cuando afirma que el fenómeno Milei ejemplifica el oxímoron ideológico en que tanto la demanda como la oferta electoral realmente existentes viven inmersos en nuestras democracias. Este “surrealismo de lo común y lo corriente” (término acuñado por el autor) sí es un candidato idóneo a espíritu de nuestra época. Reparemos, de manera conceptualmente homologable, en cómo el gobierno español, que dice defender la justicia social redistributiva pero defiende un modelo de financiación particular para una de sus regiones esgrimiendo criterios de justicia muy parecidos a los del liberalismo libertario: Cataluña tendría derecho a percibir rentas y a administrar su riqueza según lo que sea capaz de generar legal y pacíficamente, sin ser rehén de las necesidades de otros.
Respecto a los problemas estructurales que atraviesan a las democracias liberales, Mayol también acierta al señalar que la brecha entre las instituciones políticas y la sociedad civil ayuda a comprender el ascenso de Milei. Pero decir esto sin añadir por qué surge esta brecha y por qué Milei es juzgado como el más apto para cerrarla, es incurrir en un tópico que los politólogos denominan huecamente “crisis de representación”. En este aspecto, resulta llamativo que no se identifique el factor causal netamente monetario de este malestar social que, siendo global y estructural, ayuda también a entender por qué todo esto empezó en un país hiperinflacionista como Argentina. Más en concreto, cabría prestar un poco más de atención al rol fundamental del hartazgo del señoreaje irresponsable del kirchnerismo, largamente camuflado por una enmarañada red de subsidios destinados a comprar la lealtad popular.
En este sentido, Argentina puede ser una de las cepas más letales del virus inflacionista que, en mayor o menor medida, se está haciendo notar en capas cada vez más amplias de población en los países desarrollados; si Estados cada vez más grandes y adictos a crear moneda han acarreado depauperación progresiva de los jóvenes vía pérdida de poder adquisitivo e insolidaridad intrageneracional y no les han ofrecido a cambio oportunidades de prosperar, resulta un poco más inteligible que exista una mayor ductilidad a las ideas anarcocapitalistas o al menos un cuestionamiento de la legitimidad política de los impuestos.
Obviar el componente monetario tanto para explicar el ascenso de Milei como para dar cuenta de sus inspiradores teóricos hace a Mayol incurrir en otro error: pensar que Milei soslaya lo social. Y dentro de lo social, el rol, precariamente integrador, del consumo en las sociedades contemporáneas. Podría decirse que el consumo es el motor de las economías actuales. Milei y cualquier liberal de la escuela austriaca aceptarían esta premisa, porque precisamente eso es lo que quieren cambiar con pleno conocimiento de que este protagonismo del consumo es el resultado de lo que entienden como una alteración, políticamente inducida por bancos centrales y gobernantes, de las preferencias temporales de los ciudadanos. Estas preferencias serían priorizar el presente sobre el futuro gracias al crédito barato y al dinero fiduciario en continua y acelerada depreciación en detrimento de la cultura, en palabras de Miguel Antxo Bastos, del capitalismo, el ahorro, el trabajo duro y –podríamos añadir– el patrón oro. Porque si Mayol hubiera prestado más atención a Weber o incluso a Marx, sabría que la singularidad del capitalismo no es el consumo, sino la cultura del ahorro (y por tanto de la privación del consumo), la inversión, la percepción de los beneficios resultantes y la reinversión cuidadosa y sistemática de estos últimos gracias al cálculo.
Respecto a si Milei es liberal o supone un avance de las ideas liberales, Mayol también acierta por las razones equivocadas cuando afirma que no. Su argumento es silogístico: si (1) el liberalismo fue la primera doctrina que abogó por cimentar y reforzar una estructura estatal e institucional que protegiese los derechos civiles y las libertades individuales en la era contemporánea y (2) como anarcocapitalista, Milei repudia este tejido institucional, entonces Milei no es liberal. El problema es que aquí se confunden los principios con sus medios institucionales. En este sentido, el anarcocapitalismo se basa en la afirmación de que, según su concepto de libertad individual y propiedad, estas serían incompatible con el Estado. Por tanto, lo que habría que discutir es si los principios de propiedad y libertad individual del anarcocapitalismo y del liberalismo con coincidentes o no.
Dada la pluralidad del liberalismo, conviene demarcar primero qué se entiende por tal para compararlo con el anarcocapitalismo. Si empleamos como espejo el liberalismo político o de la razón pública, queda claro que Milei no es un liberal: siempre ha defendido, emulando a su maestro, sus ideales de libre mercado de manera inmoderada e irrazonable, en términos que sus conciudadanos no pueden discutir, sino tan solo acatar como una verdad revelada para engrosar las filas de la lucha final contra el socialismo. Este enemigo podría ser un gigante si nos limitamos a definirlo à la Hayek, pero un molino desvencijado si lo entendemos de un modo más flexible y quizá más fidedigno respecto a cómo lo entendían sus proponentes: como aspiración u horizonte compartido de socialización de los medios de producción. Dado esto, lo mismo cabe decir respecto a la incompatibilidad teórica y práctica de Milei con dos de los valores que el Instituto Juan de Mariana, que le concedió su más reciente premio, dice tener: respeto y apertura. Surrealismo de lo común y lo corriente. Mayol va bien equipado de imaginación sociológica; esto es lo que hace su libro entretenido y estimulante, porque no hay acicate más efectivo que la discrepancia.
Daniel Lara de la Fuente (Madrid, 1989) es doctorando en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad de Málaga.