Pertenezco a la cofradía, por así llamarla, de quienes acumulan bastantes años llevando la contraria al actual presidente de Colombia, Gustavo Petro, aunque la mía nunca ha sido una contraria radical o intransigente. Prefiero otros caminos y veo bemoles a los que el hombre sigue, bemoles que con el tiempo se suelen ver ratificados.
Hace más de seis años que la comparación con el ex presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha figurado entre nuestras inquietudes, una comparación que para fortuna colombiana pone a Petro mucho más abajo en las escalas de popularidad que su contraparte, con los dramáticos efectos que esto tiene. Debo decir que la alta popularidad del locuaz mexicano siempre me preocupó, pues implicaba que podía hacer más o menos lo que quisiera, así no haya aprovechado la ocasión para perpetuarse personalmente en el poder. Las consecuencias adversas de su sexenio se están viendo ahora y se verán después. Pero mejor no nos metamos en honduras locales.
En contraste con su amigo mexicano, Petro es enemigo jurado de los hidrocarburos, no solo de los que tal vez se usarán pasado mañana, sino de los que se usan en la actualidad, así no quede otro remedio que usarlos. Lo que Petro estima trascendental es evitar que se extraigan en Colombia, no que se quemen aquí, vaya uno a saber por qué pues los aires del mundo están conectados.
El estilo pugnaz y confrontacional del presidente ha traído problemas y oleaje en Colombia. Mi definición al respecto es rauda: el hombre tiene virtudes y capacidades notables, pero en el sentido contrario su condición de mala persona es innegable, o sea que es alguien con intenciones dañinas y hábitos destructivos, diga lo que diga su ideario. Por lo demás, Petro no es un demócrata hoy ni lo era ayer, cuando se alzó en armas contra el Estado colombiano, sin haber sido –todo hay que decirlo– un enemigo de cuidado o un alto mando del M-19, el grupo insurgente al que pertenecía.
Bajo su mando la economía va mal, aunque quizás podría ir mucho peor. Los empresarios han estado frenando el ritmo de sus inversiones, lo que genera menos puestos de trabajo y menos impuestos. Esto en últimas le poda las alas del régimen a la hora de abrir el grifo del gasto. De ahí que no parezca que vaya a tener con qué sobornar al electorado, como lo sobornó su gran héroe, Hugo Chávez. Claro, ya sabemos que en Venezuela la aventura del chavismo condujo primero a la catástrofe y hace poco al fraude electoral. Las personas que uno conoce no esperan ninguna de las dos cosas en Colombia. Por todo lo que se sabe, Gustavo Petro dejará el poder en 2026, sí o sí. ¿En manos de quién? Usemos un colombianismo para decirlo: nian se sabe. Lo que sí va quedando claro es la muy baja probabilidad de que sea en manos de un petrista; tampoco se espera a alguien de extrema derecha.
Hasta ahora el régimen ha contado con colaboradores muy variados, desde Juan Fernando Cristo, un hábil político tradicional que aspira a sucederlo, hasta Carolina Corcho, una ministra con una lectura muy chueca del mundo de la salud que manejó durante varios meses, pasando por intelectuales y tecnócratas de peso, como Cecilia López, Alejandro Gaviria y José Antonio Ocampo. Un subgrupo importante son los que el presidente no ha querido dejar ir, pese a los escándalos que lo forzaron a aceptarles la renuncia. Uno es Armando Benedetti, un bandido comprobado quien al parecer tiene pruebas de muchas de las tropelías cometidas durante la campaña electoral; después de pedirle la renuncia siendo embajador en Venezuela, lo premió con una sinecura en la FAO en Roma. La otra es Laura Sarabia, antigua colaboradora de Benedetti, también reenganchada en el gobierno tras varios escándalos. En general, Petro ha nombrado a muchos malandros conocidos en posiciones importantes, diga usted Snyder Pinilla y Olmedo López en la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo y Desastres (UNGRD). Ambos pasan hoy por graves líos judiciales.
El extremo narcisismo de Petro hace que entre sus allegados y partidarios no quede claro qué pueden hacer y qué no. Muchos de ellos querrían subir en la escala de los presidenciables, pero las más de las veces se estrellan contra las declaraciones altisonantes del mandatario, un poco como si él no quisiera irse. Claro, tampoco existe la menor posibilidad de que se quede. Sea lo que sea, el gobierno viene prometiendo desde 2022 lo que llama un “gran acuerdo nacional”. ¿Entre quiénes? Pues a juzgar por los trinos que le salen al trasnochador Gustavo, entre él y él, ya que a todos los que convoca para firmarlo los insulta al día siguiente y esto los saca corriendo. Curioso método. No hay en el discurso de Petro el más mínimo equilibrio. Los ricos de Colombia y de otros países le parecen todos más o menos mafiosos; los expertos, unos torcidos. En cambio, alarga y alarga la potencial condena contra el fraude cometido por Maduro en Venezuela y dice poco de los desmanes de Nicaragua, Rusia o Cuba.
Algo muy notorio en el caso de Colombia es que al petrismo muchas cosas del poder le gustan, menos ejecutar los programas y hacer las obras que promete. Dada su muy deficiente gestión, en 2025 podría haber déficits de agua o de electricidad, según sean las lluvias de ahora en adelante. Es obvio que cualquier racionamiento reduciría aún más los ya mermados índices de aprobación del régimen. Ciego a ello, Petro vive llamando a la movilización de la gente, con resultados casi siempre pobres. Por lo general, son más asistidas las manifestaciones en su contra, al menos las de convocatoria amplia.
Algunos decidimos hace ya tiempo no fijarnos tanto en lo que dice el presidente, esto es, en su insistente y pugnaz cháchara, sino en las acciones con efectos perdurables. Por ejemplo, el escándalo más reciente involucra al CNE (Consejo Nacional Electoral), que formuló cargos concretos contra la campaña de 2022. Lo real es que mientras no haya una acusación formal ante la Cámara de Representantes, la persona del presidente es intocable, pero sí tendrán que responder el resto de los miembros de la campaña, por ejemplo, la cabeza de la misma, Ricardo Roa, hoy gerente de la empresa petrolera Ecopetrol. Otro personaje que salió tizado hasta la coronilla fue Nicolás Petro, su hijo mayor, de cuya crianza Petro se declara irresponsable. Nicolás terminó cometiendo toda suerte de conductas punibles para enriquecerse.
Ahora, el arrinconado Petro declara que las decisiones del CNE conllevan el grave peligro de un “golpe de Estado”. ¿Como el que derrocó a Allende en 1973? Pues parece que le habla mucho al retrato que le regalaron del mártir chileno, si bien no aflora nada ni remotamente parecido a lo que en ese entonces pasó allá. El CNE apenas investiga la campaña por haber violado los topes en la financiación, lo que a la larga podría implicar unas multas. Si sus magistrados quieren ir más lejos, deberán llevar al presidente ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, como preludio de un posterior juicio ante el Senado, después del cual Petro podría ser destituido. ¿Posibilidades de que algo así se produzca y, sobre todo, que termine con la dichosa destitución? Cero por ciento, pues no hay ni de lejos los votos necesarios para ello.
En fin, quedan casi dos años de sobresaltos charlados en Colombia. Ni modos de estar tranquilos. ~
es escritor, editor, empresario y columnista de prensa. También es conocido por haber fundado y dirigido la revista el malpensante durante la mayor parte de los 28 años que lleva circulando.