Foto: Héctor Adolfo Quintanar Perez/ZUMA Wire

El descanso en la lucha social es un lujo que las mujeres no pueden darse

Los movimientos feministas en México tienen el gran reto de seguir avanzando hacia las victorias colectivas, y a la vez proteger y sostener las ya conquistadas.
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En julio de 2018 fue electo como presidente de México el candidato “de la paridad”. Con un gabinete conformado por el mismo número de hombres que de mujeres –entre ellas, la primera mujer en la historia contemporánea al frente de la Secretaría de Gobernación–, Andrés Manuel López Obrador fue rebautizado por los colectivos de mujeres del partido en el poder como “el presidente más feminista”.

Casi 5 años después, la fiesta de la justicia social de las mujeres vive la cruda realidad de los liderazgos femeninos desdibujados que son comparsas del poder en turno; de la precampaña ilegal de la jefa de gobierno aspirante a la presidencia del país, una mujer sin identidad propia, a la que solo le falta vestir de guayabera para completar el proceso de mimetización con el patriarca.

También en pleno 2023, las mujeres mexicanas están defendiendo en las calles, portando el rosa mexicano como estandarte, importantes avances en el campo de lo electoral que están en proceso de ser eliminados. El paquete de reformas conocido como Plan B, impulsado por el mismo presidente que antes eliminó programas sociales como las estancias infantiles o las escuelas de tiempo completo, reduce la igualdad sustantiva de la participación político-electoral de las mujeres, al eliminar la aplicación obligatoria del criterio de paridad para la designación de candidaturas y nombramientos de partido, dejándolo a la libre elección de los liderazgos cupulares, eminentemente masculinos.

Por si fuera poco, la reforma permite que candidaturas como la que defendía el presidente para Félix Salgado Macedonio –frustrada no por la exigencia justa de las mujeres de no encumbrar a un probable abusador sexual, sino por una resolución del Tribunal Electoral en relación a los gastos de campaña del precandidato– sean otra vez posibles, toda vez que desaparece la prohibición de que agresores sexuales y ejecutores de violencia intrafamiliar y política, así como deudores alimentarios, puedan acceder a cargos públicos a través del voto popular. Esa prohibición fue lograda en 2021, gracias a la acción decidida y coordinada de colectivos feministas.

Diez días después de que cientos de miles de hombres y mujeres tomaran las calles en una manifestación sin precedentes a favor de la democracia el pasado domingo 26 de febrero, las mujeres cambian el rosa por el violeta e inundan las calles de todo México con las justas demandas de seguridad a su vida y su integridad física en medio de la más grave crisis de seguridad pública de los últimos años. En el país en que 12 mujeres son asesinadas cada día, y donde madres conforman colectivos cada vez más numerosos para buscar a sus hijos, el descanso en la lucha social es un lujo que las mujeres no pueden darse.

Si la violencia no para, nosotras tampoco. Por el contrario, hoy más que nunca, los movimientos feministas y femeninos tienen el gran reto no solo de seguir avanzando hacia las victorias colectivas, sino también de no dar un paso atrás en la protección y sostenimiento de las ya conquistadas. También deben hacer frente a la amenaza de un poder eminentemente misógino que hoy tiene en la mira a la primera mujer que rompió el techo de cristal en la Suprema Corte de Justicia, cuyos logros representan todas nuestras posibilidades, y que también resume, en la violencia a la que está siendo sometida, todas nuestras historias de resiliencia.

Se vienen tiempos definitorios para las mujeres mexicanas. A través de la acción de ciudadanía y sociedad civil organizada que hoy se centra en la defensa del voto libre y el Instituto Nacional Electoral, se abre una ventana de oportunidad para impulsar liderazgos femeninos independientes y empoderados, a través de la conformación de la agenda ciudadana y el método para la selección de candidaturas rumbo al 2024.

Estos cinco años de ira justificada y dolor ante la negligencia, la indiferencia y la violencia institucional hacia las desaparecidas, las asesinadas y las vulneradas deben transformarse en el impulso decidido por la representación de nuestras justas causas en todos los espacios políticos de poder. Y esta vez debemos participar todas, con filiación de partido o no, en los procesos democráticos que se vayan planteando, impulsando perfiles de mujeres que representen la fuerza, la templanza y la integridad de la mujer mexicana. La que mantiene sola a sus hijos; la que no es madre, o siéndolo ha debido abrirse paso por su cuenta en espacios sociales, políticos y económicos masculinos; la que grita y denuncia la injusticia sin reparo. A fin de cuentas, también por eso marchamos el 8M, por el reconocimiento y protección de todos nuestros derechos y todas nuestras fortalezas. ~

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es licenciada en derecho con especialidad en derecho fiscal por la UDLAP. Activista en favor de la cultura de la legalidad.


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