Ciudadanos: coherencia y consistencia

En 2025 se cumplen veinte años del manifiesto fundacional del partido liberal, que nació con el afán de "devolver la política al espacio público y desligar su gestión de las ataduras sentimentales".
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

No hace veinte años que la plataforma civil Ciutadans se hizo partido de la Ciudadanía. Nació en unas circunstancias que lo configuraron como un partido amateur, peculiar e improvisado, de modo que su principal ventaja era la frescura y su inconveniente principal era la propensión a ir en un tobogán, algo que facilitó su caída libre. La política siempre es vieja, otra cosa son los políticos.

Desde que desapareció la coalición UCD, vencedora de las dos primeras elecciones democráticas en España, parece una maldición que ningún partido de cariz liberal haya llegado a cuajar de veras. CDS desapareció de hecho con la retirada de Suárez, UPyD apenas aguantó trece años.

Cs se configuró a partir de la conciencia de la discriminación que les espera a quienes no acatan el nacionalismo catalán. Desde la hegemonía pujolista, este tiene una deriva totalitaria porque sus peones se entrometen en todo y castigan la espontaneidad: sea la rotulación de una tienda, la lengua empleada en la vida privada o las opiniones y gustos sobre cualquier asunto, por mínimo que sea. Con una base heterogénea e inconcreta, aglutinó a personas de distinta procedencia ideológica. Su proyecto original era integrar “los principios y valores que nos ha legado la mejor tradición política europea, la del liberalismo progresista y del socialismo democrático”. Se abrió a un espacio político nuevo: una línea política diferenciada de las demás y, como no puede ser de otro modo, con distintas concomitancias. Un proyecto social-liberal, que caracteriza al liberalismo igualitario y promueve la igualdad social.

Ciutadans nació con el afán de “devolver la política al espacio público y desligar su gestión de las ataduras sentimentales”; es decir, efectuarla con sensatez y competencia, no cediendo a milongas que encierran trampa en la emoción. Estimularon a la ciudadanía a tener respeto por su realidad y atreverse a decir lo indecible, esto es: decir lo que veían, aquello que la casta de mandarines controladores del poder político y mediático no quiere que se oiga, que se diga, que se lea, que se escriba. Su planteamiento era rompedor con el establishment catalán: desde el espíritu crítico, el debate racional reafirmaba el carácter de ciudadanos.

Nada es igual en la política catalana tras su aparición. En la medida en que crecía su representación electoral, y por miedo a que prendiera su mensaje, Cs fue atacado con enorme virulencia. Se les presentó como enemigos de Cataluña. Acusar de enemigos del pueblo es un recurso demagógico y sectario. Decía Pasolini que es mejor ser “enemigos del pueblo” que enemigos de la realidad, porque esto último implica no reconocer lo que se ve y negarlo por interés.

En 2017, Cs logró lo inimaginable: ganar en escaños y en votos las elecciones catalanas, con más de un millón cien mil votos. No bastó para gobernar, pero ahí quedó eso: un asombroso éxito, aunque efímero. En sus líneas programáticas se halla el paradigma de ciudadanos libres e iguales que se contrapone a la supremacía de los “territorios”. Se trata de un decisivo cambio de perspectiva que ofrece un ámbito social inclusivo y coherente con la condición personal. La adhesión incondicional a un clan, a un partido o a una nación es incompatible con lo mejor posible. Se requiere conciencia de lo que los demás sienten y necesitan. Conviene integrar puntos de vista diferentes y bien argumentados, estar dispuestos a alejarse del coro de grillos y contradecir las ideas convencionales. Un proyecto de esta magnitud es exigente y nunca se colma.

Rivera llevó a Ciudadanos a ser la tercera fuerza del Congreso de los Diputados, firmó un pacto de gobierno con el PSOE abortado por PP y Podemos, al alimón. Pero acabó apostando por suplantar al PP y perdió. Después de incendiarlo todo,y pretendiendo dar lecciones a diestro y siniestro, se dio a la fuga y fue desleal con su partido. Cs ya no levantó cabeza y se sumió en un descrédito generalizado, volviendo prácticamente a la nada. Sin embargo, su espacio político está ahí, a disposición. Y es insustituible en una democracia avanzada. Pero lo que ahora no hay es “espacio electoral”. En tanto dure la situación actual, los espacios electorales diferenciados estarán cerrados. Se ha impuesto una fraseología que distorsiona el significado de las palabras, lo que imposibilita el debate democrático. Hay un bombardeo continuo de significantes vacíos y en eso consiste la vida política: en bobadas que palidecen cuando llega una catástrofe como la tragedia de Valencia.

De forma deliberada, en los últimos años se ha establecido en España un sistema de bloques que es nefasto para la convivencia y el progreso. La historia nos muestra a dónde puede llegar la discordia social dominada por el trastorno bipolar. Se inoculan percepciones erróneas y discapacidad para corregir juicios y recomponer sistemas de ideas. La realidad siempre es interpretada y calificada con palabras. El repertorio de nuestro vocabulario y el uso que hagamos de él nos permite esperar lo mejor que esté a nuestro alcance para modificar una realidad. En política, los avances sociales exigen progresos en el modo de pensar, sentir y expresarse. Los políticos polarizados, en cambio, repiten frases ajustadas a un patrón alienador, que enerva y sume en estado amorfo a una sociedad y le impide conectar con la razón (la propia vida de cada ciudadano asimilando lo que encuentra tal como lo encuentra). Atrapados por ideas equivocadas, ¿podemos interpretar adecuadamente rostros, gestos, voces, hechos?

Es innegable que quienes hoy ocupan el Gobierno tienen un afán desmedido por alargar y ampliar su poder, a toda costa. Pero quienes quieren sustituirlos no evidencian mayor rigor por la calidad democrática. Todos tienen una mentalidad patrimonial que cosifica a los votantes. Los votos que reciben no son suyos, sino que van a ellos y los ciudadanos soberanos pueden alterar su sentido de una elección a otra, según su parecer. Por esto no debaten tampoco sobre las listas electorales cerradas y bloqueadas, ni sobre afinar el sistema de representación, de acuerdo con la realidad. No les importa. Por esto se necesita una “intervención vigorosa y consciente en la política nacional”, como Ortega demandó en la Liga de Educación Política Española. Hacer la democracia más real y menos ficticia, más participativa y menos elitista. Parecerá imposible, pero es necesario.

Es inevitable que quienes apoyaron con ganas a Cs padezcan nostalgia por su pérdida, se sientan desmoralizados y si votan, lo hagan como mal menor. ¿Es posible superar innumerables decepciones, recuperar la ilusión por el proyecto y reiniciarlo? ¿Es posible encontrar un hueco donde ser útil al funcionamiento del sistema y desarrollarse con vigor y sangre nueva? Creo que sí, otra cosa es que se produzca. En cualquier caso, ni la nostalgia por lo que pudo ser ni el desencanto por lo que no se hizo deberían ser alimentados, son estados transitorios que si se prolongan y enquistan apagan la vitalidad e impiden ir hacia adelante. A pesar del trauma sufrido, el asunto es no dejar de ser quien se es y no cambiarse de chaqueta. El hipotético regreso a las instituciones obliga a reconocer primero la realidad y partir de la certeza de que lo vivido no fue un sueño. Nostalgia es una palabra compuesta por dos voces de origen griego: regreso y dolor. Supone la pena por el recuerdo de un bien perdido y malogrado.

Hay que insistir en que es fundamental el convencimiento del valor de una tercera vía sensata y con gente bien preparada: un “partido de proa” (que vaya hacia adelante, previendo el porvenir social), que tenga personalidad propia y no fuerce equidistancias, que sea capaz de concretar medidas en beneficio de la ciudadanía. Su ductilidad no le hace un partido “veleta” en el sentido de inconstante y mudable, pero sí en el buen sentido de señalar la dirección del viento por el que hay que ir; en solidaridad con los más débiles, por la igualdad y la libertad de todos. Por todo esto no veo aceptable resignarse a su desaparición. Hay que aguardar fuera del tablero en el que se juega, situación que no durará siempre. La hibernación es la dura penitencia por el proceder de una cúpula que prescindió de la militancia y trató a quienes no fueran aduladores serviles de modo poco inteligente, liberal y generoso. Naturalmente, las bajas de Ciutadans acabaron siendo innumerables y no se han podido reemplazar. Muchos de los mejores, más honrados e insobornables, han desfallecido y acabado quemados, extenuados tras desvivirse y vaciarse. Por otro lado, hubo una traidora y sistemática organización de deserciones y apuñalamientos por la espalda.

A pesar de todos los pesares, yo, que nunca he militado, desestimo que Cs, portador de un proyecto singular, se disuelva. ¿Tiene alguna posibilidad de salir adelante? No sin un radical rearme ideológico y cultural que recupere a su mejor militancia, la más leal y desinteresada. No sin penetrar en sectores hasta ahora ajenos a la vida política; en especial, habría que conectar con los olvidados. No queda otra que esperar a que surjan nuevos y atractivos dirigentes, que aprovechen las oportunidades que se den para resurgir y que no se mueran por figurar o recibir lisonjas. No habría que olvidar a Antonio Machado: “Ni el pasado ha muerto, ni está el mañana –ni el ayer- escrito”.

+ posts

Miguel Escudero Royo es profesor en el departamento de Matemáticas Aplicadas de la Universidad Politécnica de Cataluña.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: