Apuntes personales a 13 años de guerra en Siria

Aunque lejos de la atención del público, la guerra en Siria sigue ardiendo, alimentada por los mismos poderes en conflicto en otras partes del mundo.
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Las imágenes del horror circularon de nuevo y nadie recordó su origen. Ha pasado demasiado tiempo. Hace unos meses, cuando las redes sociales y el mal periodismo volvieron a mostrar la destrucción causada por las bombas en las calles y las postales de la muerte, sobró la indecencia de hacerlas pasar por retratos de Gaza. Eran las ruinas de Homs y Alepo, sus huérfanos y desesperaciones.

Si todos los escombros de una guerra se parecen, no fue eso por lo que su difusión corrió sin problemas. Corrieron porque el abismo sirio no es identificable ni para quienes denuncian las condiciones palestinas, justifican los ataques de Hamás en octubre pasado o avalan la brutalidad en la operación del gobierno de Netanyahu.

Cuando apenas habían transcurrido los primeros seis años de la guerra, escribí que Siria era el fin de la memoria. Me anticipé. Ese parece más bien ser el momento actual. En cierta medida, al menos para una parte del territorio, Siria no se lee únicamente en lógicas suscritas a lo interno, como en códigos que mezclan a Palestina e Israel o según las lógicas de Irán y el despliegue de sus milicias afiliadas.

La reconstrucción posterior a los terremotos de febrero pasado, aquellos que enterraron el sur de Turquía y el noreste de Siria, entró rápidamente en segundo plano. Una engañosa concepción de postguerra con la guerra en activo, dependiendo de la zona, comenzó a lidiar en forma simultánea con una fragmentación acentuada por el desastre natural.

Siria son varios países. Ahí donde llegaron los fondos controlados por la dictadura, los sismos quedaron atrás. En otros lados, donaciones privadas y mano de obra voluntaria han permitido a cuentagotas el levantamiento tardío de nuevas viviendas, muchas de ellas para desplazados internos. Campamentos con poca agua, electricidad y condiciones sanitarias siguen siendo hogar de miles. La nieve de 2023 complicó los rescates, pero este invierno hubo lluvia. Un grupo de niños, acostumbrados a vivir en carpas, me cuentan por video que “la nieve es más bonita que el lodo”. No habían nacido en marzo de 2011, cuando empezó todo. El año sirio sigue comenzando este mes.

Algunos de entre los que creímos nunca hacerlo han regresado a uno de esos distintos países, aunque haya sido por unas cuantas semanas. En Damasco, cafés y restaurantes de comida rápida, fiestas y barrios que aparentemente se ven como siempre exhiben la esquizofrenia de una sociedad inconexa. Por primera vez desde 2011 he imaginado, brevemente, la posibilidad de volver. Sé que mientras Assad siga en el poder es imposible. La resistencia a disociar las demás realidades impide seguir adelante con esa idea. Está el país del 90% de la gente que vive por debajo de la línea de pobreza, el del hambre; está el de los edificios colapsados al noreste; el de los combates constantes y sin la menor atención mediática. El país con dominio kurdo al noroeste, el de las conflagraciones entre ellos y sus aliados, los árabes de las Fuerzas Democráticas Sirias, opositoras a Damasco. El de los grupos armados y entrenados por Irán con sus Guardias Revolucionarias.

Si bien su presencia, como antes la del Grupo Wagner, establece el código para entrar al nuevo año de la guerra, las equivalencias resultan más complicadas. En el año trece, la muerte de Prigozhin, cabeza de la organización de mercenarios rusos, trajo un efímero alivio a muchas de sus víctimas en Siria. Estaban dispuestas a asumir ese asomo de justicia, incluso si el fin del oligarca culpable de torturas y masacres se vinculase con Moscú, su empleador y segundo mayor responsable de muertes después del gobierno en Damasco. La efectividad asesina de Wagner cumplió el objetivo de resguardar y fortalecer a la dictadura. Su operación ya prescindía del liderazgo de Prigozhin. La invasión rusa a Ucrania reforzó la necesidad siria de Irán, apresuró la voracidad iraní en el país.

Nadie como Assad y Teherán han sabido aprovechar el nuevo capítulo de Palestina e Israel. Hasta ahora. Antes de octubre, más de una decena de milicias relacionadas con las Guardias Revolucionarias de Irán expandían tranquilamente su presencia sobre regiones en disputa con las Fuerzas Democráticas Sirias. También se encargaban de parte del tráfico de captagón, la anfetamina que es fuente de ingresos para la dictadura. Assad justificaba sus actividades por la ventaja táctica y financiera. Luego del ataque de Hamás y la respuesta israelí, se transformaron, además, en su herramienta para socavar la presencia de las fuerzas de coalición internacional no solo en Siria, sino en toda la región.

La ecuación es simple. La retórica de Damasco siempre ha utilizado a conveniencia la condición palestina como un instrumento de identidad. A Bashar no le costó suscribir sus alianzas a la reacción generalizada de los países árabes contra la operación israelí. Ha utilizado cada ataque de Israel en Siria contra posiciones ligadas a las Guardias Revolucionarias para refrendar su discurso y exigir la retirada de tropas norteamericanas. Estados Unidos, por su parte, discute desde hace unos meses dicha retirada. Assad gana, una vez más. Continúan los ataques de su artillería y los bombardeos rusos contra enclaves opositores, sin que aumente el número de víctimas porque hace años que las agencias internacionales abandonaron el conteo, que quedó estancado en medio millón –el elemento más perverso de esta guerra sin fin–.

Cuando, en noviembre de 2023, autoridades francesas emitieron una orden de arresto contra Bashar y Maher al Assad por crímenes contra la humanidad debido al uso comprobado de armas químicas en 2013, surgió una de las pocas posibilidades para resistir su triunfo. La increíblemente frágil vía legal parece ser el único espacio al fondo del fin de la memoria para que permanezca el recuerdo de lo atroz.

La normalización de relaciones entre Damasco y algunos países de la zona permitió que quien ha cometido todas las violaciones de derechos humanos sobre su población y expulsó a la mitad de ella defendiera con cinismo esos derechos humanos al referirse a Palestina.

En estos trece años no se pudo hacer nada con la expansión iraní gracias a la cual, además del respaldo ruso, se sostiene Assad. Gaza e Israel han abierto una discusión pendiente sobre la urgencia de detener el flujo de respaldos a la red de grupos financiados y bajo el ala de Teherán: Hezbolá, Hamás, los hutíes, etcétera.

Si hay un gramo de cordura, comenzaremos a notar que la forma de contener a dichos grupos no es la devastación absoluta de territorio palestino, sino cortar la raíz de su fortaleza: el dinero, la protección y las armas iraníes. Quizás entonces el paso natural será la caída de la red paralela en suelo sirio. Un segundo efecto no buscado. Tal vez, así, tendrán sentido las acciones de justicia internacional como la francesa. Por lo pronto, inicia el año catorce de guerra civil en Siria. ~

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es novelista y ensayista.


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