El libro que aquí se reseña se publicó por primera vez hace cinco años y fue un gran acontecimiento para la historia de tema mexicano que se escribe en lengua inglesa. Con dos décadas de investigaciones atrás, su repercusión fue inmediata: obtuvo merecidos premios, recibió comentarios hasta sensacionales por expertos en la independencia y en otras materias de la historia en las que Eric Van Young ocupa un lugar muy destacado. La revista Historia Mexicana capturó una ola de atención sobre el libro y publicó la enorme y ya famosa crítica de Alan Knight (“The Other Rebellion y la historiografía mexicana”) seguida de una no menos grande réplica de Eric Van Young (“De aves y estatuas: respuesta a Alan Knight”). Dentro de poco aparecerá como libro este debate ordenado en temas, que convoca a otros expertos de la historia mexicana cuyas conclusiones son diferentes o contradicen algunos argumentos centrales que sostiene La otra rebelión.
El libro abre ventanas insospechadas desde las que se puede ver a la gente más sencilla del campo en sus manifestaciones más arraigadas y características, en localidades tan alejadas de las ciudades como de la gran narrativa de la independencia. Estas ventanas a la historia política de la sociedad rural se abren de manera nada convencional a un relato que no toma en cuenta a los grandes jefes, las ideas dominantes de la época o los proyectos autonomista, insurgente o monárquico, y sí se ocupa de aspectos que habían permanecido sin estudiarse, como son la experiencia y el comportamiento de la gente común diseminada por la Nueva España.
La otra rebelión es un libro extenso porque abarca todo el periodo de la guerra contra el gobierno español, y reconstruye con gran detalle lo sucedido en un centenar de localidades y valiéndose de un corpus documental de miles de voces que se habían escuchado o tomado en cuenta muy poco. Es un gran registro de los rebeldes populares, lejos de los grandes centros de población, muchas veces cerca de sus lugares de origen, y se enfoca sobre aquello que no se sabía o se conocía vagamente de su cultura popular e ideología. Así se reconfigura un pasado que podría llegar a parecerle poco familiar al lector.
El libro pide leerse despacio porque, entre sencillez y complejidad, el autor optó por la segunda. Hay algunos capítulos que funcionan como auxiliares de la lectura, y entre capítulo y capítulo hay cambios en la manera de narrar, con partes muy amenas que se integran en un paisaje extenso pero finito, ya que la misma información se desplaza de un capítulo al otro como referencia o para abundar en ella. En el volumen sobresalen varios temas: la violencia en la historia, los curas y el liderazgo, y todo sobre los rebeldes populares: su cultura.
En el libro de Van Young dominan las explicaciones complejas (le costó dos décadas evitar las aproximaciones simples) derivadas de la intervención de muchas causas en un solo evento, además de que toma en cuenta lo contingente. Aficionado a los modelos, partió de los económicos pero culminó sus estudios con resultados que provocaron su cambio de enfoque hacia la nueva historia cultural, capaz de poner de relieve las diferencias profundas entre dos movimientos para él ni siquiera paralelos y que poco se juntan: el criollo y el popular.
La otra rebelión es particularmente argumentativo al teorizar sobre el contingente, la ideología y la violencia popular. Muy consciente de las posibles limitaciones de lo que se puede afirmar, al señalarlas Van Young constantemente añade peso a la lectura. Con el apoyo de una inmensa bibliografía, se mueve en muchas dimensiones: lo étnico, lo social, lo cultural, lo psicológico y lo demográfico, en diálogo paralelo con la filosofía posmoderna, con la sociología histórica, la historia cultural, la antropología… Todo para emprender una cuantificación de más de mil casos. Van Young utiliza herramientas y teorías que dotan del mayor número de sentidos a los documentos y encuentra las tramas de amores, accidentes, torpezas y truculencia que caracterizan a los conflictos locales. Entre la violencia individual y la violencia política, ofrece un perfil primero estadístico y luego anecdótico no de una muestra, sino de los casos que pudo encontrar y seleccionó, y que son representativos, ya que siguen la curva demográfica de la sociedad colonial.
Tenemos, pues, un estudio de lo subjetivo como fondo profundo de la acción colectiva, basado en testimonios de juicios cuya credibilidad, imaginación e información permanentemente se discute. Un estudio nada menos que del papel que tiene la violencia en el cambio social, algo que no puede reducirse a una relación de causa y efecto de cara a las sumas de circunstancias aderezadas por una serie de agravios y por el deterioro de la monarquía española. Hay preguntas que no pueden contestarse narrando hecho tras hecho: ¿Por qué se produjo esa guerra tan cruel? ¿Qué pesó en las decisiones de la gente? ¿Miedo, desquite, indignación, religiosidad?, antes que ¿agrarismo, hambre y opresión de tres siglos? ¿Las razones culturales verdaderamente privaron sobre las estructurales?
Antes y después de interrogar y catalogar a los rebeldes populares, el autor ofrece un ejercicio de reflexión comparada acerca de la acción colectiva en la historia. Entonces abstrae el episodio mexicano para insertarlo dentro del revolucionado mundo atlántico y discutir la violencia descolonizadora, la resistencia cultural en la formación de las naciones. Relaciona la Independencia mexicana con la de Estados Unidos, con la Revolución Francesa, con otras americanas, y concluye el libro comparando la Independencia con la Revolución de 1910. De la lucha en estos tres cauces: el campesino de los pueblos, el de los insurgentes criollos y el del Estado colonial, únicamente se discute la revuelta popular; para el autor, con esta lucha no se ganó casi nada, a no ser la independencia política. Encuentra muy poco que hable de una sensibilidad nacionalista, e insiste en que no se puede asumir el carácter de este movimiento por sus resultados: no hay una idea de nación, sino defensas comunitarias.
El libro se alarga en revueltas locales, confusas y mal dirigidas; el historiador estadounidense ciertamente mira a la sociedad provinciana como celdas contiguas pero apenas conectadas. El modelo da cuenta del estilo de una rebelión poco vinculada incluso a nivel regional. En homenaje a la frase: “Las sociedades tienen los delincuentes que se merecen”, escribe: “Tienen los rebeldes que pueden engendrar”, para argumentar un punto de vista sumamente crítico del liderazgo salvaje en el orden intermedio del movimiento, con una fuerte insistencia en disminuir y volver relativa la importancia atribuida a los curas –un asunto, dicho sea de paso, que se le ha combatido varias veces. Además, puede ser desproporcionada su insistencia en disminuir la importancia de los elementos estructurales. Aun en planos tan locales, es difícil también aceptar que la ideología popular y la de sus dirigentes estuviera tan alejada, que existiera la disociación cultural que propone Van Young. Tampoco consideraría lo suficiente los efectos de las reformas borbónicas en los pueblos, sin las cuales no se puede entender esa doble actitud de protesta y de lealtad frente al gobierno español y al Rey. Una de las virtudes del libro es haber estimulado éstas y otras discusiones por demás interesantes.
La otra rebelión culmina un ciclo de investigaciones sobre la Independencia que parte, se quiere, del libro de Hugh M. Hamill Jr., que nunca se tradujo del inglés, The Hidalgo Revolt / Prelude to Mexican Independence (Gainsville, University of Florida Press, 1966), quien introdujo la sensatez en el conocimiento al proponer no estudiar más el liderazgo sino la revuelta misma, en tiempos en que la historia todavía rendía demasiado culto a los héroes en México. La búsqueda de esas bases sociales dejó una provechosa temporada de estudio para muchos autores sobre la sociedad rural, los insurgentes y la violencia campesina decimonónica. En sus últimos ensayos, Hamill insistió en profundizar en las llamadas causas psicológicas, haciendo lo propio con la gente sencilla de las ciudades, “la porción humilde del pueblo”. Lo percibido por Hamill, como suele decir el mismo Van Young, sería la punta del iceberg donde lo estudiado por él es la enorme masa que no se había visto.
La investigación de Van Young condensada en este libro es admirable, se ha comparado con una pintura puntillista que, no obstante ser minuciosa, ofrece en su movimiento un fresco bien logrado: La otra rebelión es una gran biografía colectiva. El libro se inscribe en la tradición de estudiar los tumultos a partir de los de la época virreinal, y presenta el gran motín de la independencia como un tumulto de tumultos, en cuyos mecanismos se observa más implosión que explosión; uno de los motivos que tuvo para concentrarse en una investigación hacia adentro. Al hacer hincapié en la gente sencilla, Van Young le otorga riqueza al caos y lo impregna de una gran experiencia humana, aunque en la medida en que la guerra popular fue mayoritariamente indígena, rural y localista, para él resulta profundamente conservadora. Le quedan pocas dudas de que los indios que vivían en los pueblos, unos leales, otros rebeldes, no veían más allá de las fronteras de sus comunidades. Esto último es muy discutible. En un libro cargado de conclusiones parciales, se concluye:
Más allá del horizonte político, el Estado, la ciudadanía y otras cuestiones similares, la rebelión popular en el campo incluyó elementos de resistencia cultural: la supervivencia lingüística, el culto religioso, la posición local y los acuerdos de poder, las relaciones de género, cuestiones de identidad individual y de grupo y en general, una visión del mundo.
Para Eric Van Young tales elementos dieron a esta lucha una violencia que posiblemente no habría tenido de no mezclarse la resistencia cultural con la defensa de la comunidad. Este tratado permanecerá entre nosotros como una referencia obligada: un estudio imprescindible de la ideología y de la violencia popular. ~