Aunque parece otra comedia de Adam Sandler, que tiene tablas para el cine alternativo según demostró en Embriagado de amor (P. T. Anderson, 2002), Perdiendo el control entronca con el boom en torno de las dislocaciones del tiempo y la memoria y por ende evita caer por completo en el humor burdo de La mejor de mis bodas y El aguador, cintas donde el actor y Coraci hicieron mancuerna. La historia es simple: en busca de un control remoto universal, un arquitecto (Sandler) da con una tienda llamada Bed, Bath & Beyond. El aparato, entregado por el ángel de la muerte (Christopher Walken, obviamente), resulta ser una máquina de H. G. Wells en miniatura que convierte al protagonista en viajero temporal. Más allá de gags y chuscadas de rigor, el filme deja un regusto amargo y logra rebasar la media hollywoodense. ~
(Guadalajara, 1968) es narrador y ensayista.