El pacto de los claustros

El recién creado Foro Iberoamericano de Universidades es un pacto de defensa propia en una era que exige de las universidades un papel más activo en la arena política.
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Si algo sobrevive a la obsolescencia programada de las estructuras humanas, es la universidad. Los imperios se desmoronan, las democracias se transforman, las fronteras se redibujan y hasta los tribunales tienen metamorfosis, mientras que los claustros permanecen como testigos protegidos de la historia. No son exactamente iguales, pero la enseñanza superior de hoy encuentra objetivos y formatos reconocibles en la Universidad de Bolonia del siglo XII y en la Real y Pontificia Universidad de México del XVI. Hoy, sin embargo, vivimos tiempos tan desconcertantes que incluso un pilar que parecía tan sólido tiene cuarteaduras. Algunos creen que se resanarán con flexibilidad, innovación, tecnología o adaptación al mercado, y sí, pero quizá y por encima de todo eso, su continuidad real exija una nueva capacidad para morder en la arena política, disputar poder y relato, recuperar interlocución en el terreno de la vida pública.

Hace unos días, en un acto que podría haber pasado como un evento protocolario más en el marco de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, presencié algo histórico: la creación del Foro Iberoamericano de Universidades (FIU). De entrada, una reunión de rectores suena a burocracia académica, a minutas sobre intercambios estudiantiles, estancias de investigación y diplomas con doble firma. Todo eso está bien, pero también todo eso es lo que está hoy en entredicho. Por eso me sorprendí, porque lo que se firmó allí no fue una carta de dobles certificaciones, sino un pacto de defensa propia y un acuerdo político.

El FIU nace como un grupo de influencia –un lobby, digámoslo sin miedo– integrado por la aristocracia académica iberoamericana: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la de Buenos Aires (UBA), la de Barcelona (UB), la de São Paulo (USP), la Complutense de Madrid (UCM), la Universidad de Guadalajara (UdeG) y la Autónoma de Barcelona (UB). Estamos hablando de instituciones que, juntas, mueven más agujas sociales que muchos ministerios, pero solas, pueden ser acosadas por los poderes fácticos de su región. La operación del FIU es clara y elitista en el sentido estratégico: el acceso es solo por invitación y buscan explícitamente incidir en la política pública y defender la libertad y la ciencia como método. Dato crucial, renuncian explícitamente a recibir apoyo económico público para operar como grupo.

Esta independencia financiera es clave. El objetivo declarado es influir en la toma de decisiones de los gobiernos y convertirse en un actor en los debates económicos y sociales. Esto es vital porque el conocimiento se ha vuelto incómodo para el poder y sospechoso para las sociedades. A los gobiernos autoritarios –y a los democráticos con pulsiones verticalistas– les estorba la ciencia que no valida sus dogmas. Quieren universidades que sirvan a sus “planes nacionales” (llámenle pueblo), fábricas de empleados dóciles o validadores de sus narrativas, y no investigadores concentrados en la genética de una mosca o en la filosofía política del siglo XVII con algo que decir sobre la justicia y la libertad.

Por eso celebro la creación de este Foro. Me parece genial, en el sentido más estricto de la palabra, que las universidades asuman sin rubor un rol político. Durante demasiado tiempo, la academia jugó a la torre de marfil, creyendo que su prestigio la blindaría de los bárbaros. Grave error. Ante el acoso sistemático a la evidencia científica y el desprecio presupuestal, la alta cultura no es escudo suficiente. No solo eso: ahora en lugar de escudo es un blanco, por eso se requiere hacer política.

La Declaración de Barcelona – Guadalajara pone el dedo en la llaga: la autonomía es la defensa radical contra el control externo. Pero una universidad sola, por histórica que sea, es vulnerable si intenta incidir sola en su entorno. Los intereses que buscan someterla son vastos y tienen la chequera pública. En cambio, una red iberoamericana que conecta a la UNAM con la Complutense cambia los incentivos del juego y ofrece un paraguas de protección ante los caprichos locales.

La defensa del saber es, inevitablemente, un acto de resistencia civilizatoria. Si la universidad no hace política para defender su autonomía, la política acabará por desmantelar la universidad. Ignoro cómo funcionará el foro, y tiemblo de pensar que los rectores y sus grupos políticos no estén a la altura de la encomienda, pero hay que celebrar esta iniciativa y hacer votos para que tomen en serio este pacto de los claustros. ~


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