Con justificado escándalo, en una ocasión V.S. Naipul escribió que un peronista le había advertido que existen dos tipos de tortura: las torturas malas y las torturas buenas. Las primeras serían la que los enemigos del pueblo te hacen y las buenas son aquellas que le propinas a los enemigos del pueblo.
Venezuela escenifica la escalofriante vigencia de este exabrupto, los informes de la ONU, los amplios testimonios personales y periodísticos que acreditan el modo en que el régimen chavista destruye a sus adversarios no logran borrar en algunos la certeza de que una persona que no piense como ellos merece ser torturada.
Algo similar está sucediendo con el pensamiento antiimperialista. Bonita medalla caracterizada por la dicotomía imperialismos malos/ imperialismos buenos. Aludimos al tema pues produce sorpresa la repentina solidaridad de Laura Restrepo con la soberanía venezolana, subrayada en su renuncia a participar en el Hay Festival como gesto para enfrentar al “imperialismo yanqui”.
El problema es que no hay manera de comprobar que también haya dedicado estos años a cuestionar la presencia feroz de los gobiernos de Rusia, China, Irán, Cuba y las guerrillas colombianas dentro de los asuntos de Venezuela.
En el caso cubano se entiende que se trata de un gesto de gratitud con sus anfitriones habituales en encuentros controlados por la dictadura castrista. Pero tal vez habría podido decir algo sobre las acciones del resto de países que asfixian a Venezuela con modos imperiales, incluyendo a Irán y a su temible teocracia asesina de mujeres.
Ese oportuno y ruidoso silencio permite deducir que Venezuela ha disfrutado hasta ahora de imperialismos buenos, y que Restrepo ha decidido salvar a los venezolanos tan solo de los imperialismos malos que pudiesen venir en el futuro.
Como anunciábamos, su más reciente acto militante se condensa en la carta en la que explica a los organizadores del Hay Festival que no asistirá a este evento literario pues han osado invitar a la líder venezolana María Corina Machado, “activa partidaria de la intervención militar de Estados Unidos en América”. Afirmación que no respalda con una sola cita directa, y a la que no aplica el rigor que se le presupone a quien en lo esencial es una respetada periodista, pues en este caso se limita a repetir las consignas provenientes de los laboratorios propagandísticos de la dictadura venezolana.
¿Así ha ejercido siempre el periodismo? ¿Son sus ficciones una emanación controlada por esos poderes totalitarios a los que ella no ofende ni con un adjetivo?
En el reino de las simpatías y antipatías personales nadie puede intervenir. A María Corina Machado grupos chavistas le fracturaron la nariz a puñetazos, la inhabilitaron electoralmente, la obligaron a vivir en la clandestinidad. Del mismo modo persiguieron, arrestaron y asesinaron a sus colaboradores, pero se puede suponer que el silencio antiimperialista de Restrepo respondía, en esas ocasiones, a una animadversión personal.
Más complicado es pensar a qué obedeció el mutismo de Restrepo al no rechazar el burdo fraude electoral del chavismo en 2024, a no cuestionar el encarcelamiento de miles de personas en esas jornadas, ni a tener una palabra de solidaridad con las 119 mujeres arrestadas, torturadas y vejadas en las cárceles venezolanas en este mismo momento. Pero es que incluso su mutismo antiimperialista tampoco fue interrumpido en 2015 cuando la Guardia Chavista marcó casas de familias colombianas para demolerlas con tractores y expulsar a sus habitantes del país.
Cierto. Ahora hablamos de antiimperialismo. Como acredita el testimonio personal de muchos venezolanos que por miedo piden jamás se mencionen sus nombres, también trabajos publicados por BBC News mundo, Washington Post, INFOBAE, y textos de María Werlau y Adriana Boersner-Herrera, entre otros, la barbarie que sufre Venezuela desde hace décadas también es responsabilidad de la ya citada injerencia cubana, rusa, iraní, y de grupos guerrilleros colombianos de extrema izquierda; factores sin cuya intervención una dictadura tan nefasta no estaría en pie pues la haría inviable el profundo rechazo que despierta entre los venezolanos. Espléndido habría sido escuchar a Restrepo decir en ese momento: “Con la intervención imperialista no se discute, sino que se la rechaza sin miramientos”.
En todo caso, ¿en síntesis, qué es lo que Restrepo pareciera decirle al mundo y al Hay Festival? No participaré en eventos en los que no se garantice una uniformidad militante, en los que mi voz y la de los míos no sea la única que pueda ser escuchada.
Difícil que un encuentro prestigioso y plural como el que se desarrolla en Cartagena pueda complacer una pretensión tan caprichosa por parte de cualquiera de sus invitados. Pero para consuelo de Restrepo, siempre le quedará la Filven organizada en Caracas, evento en el que ningún ruido molesto, discordante, incomodará sus oídos antiimperialistas. Allí estarán encantados de recibirla con honores militares, allí le garantizarán que solo se escucharán aplausos, loas y opiniones idénticas a las suyas, porque las voces divergentes estarán completamente aplastadas; muchas de ellas atemorizadas en sus casas, otras en las cárceles, otras en el exilio y unas cuantas en el cementerio.
Imagino que la muy reciente relación de Laura Restrepo con la democracia sigue siendo complicada. Quizá por eso no siente rubor ninguno en negarse a compartir el aire con una perseguida política que no expresa su mismo pensamiento, pero tampoco la detiene en su ira antiimperialista saber que María Corina Machado ganó unas elecciones en las que el 67 por ciento de los venezolanos votamos por ella y por Edmundo González Urrutia.
Es el drama de la iluminación antiimperialista. Restrepo sabe lo que en verdad nos conviene a los venezolanos; sabe que nos equivocamos al pretender que en nuestros hospitales existan bombonas de oxígeno para los pacientes, en vez de atisbar en los puertos decenas de buques que llevan petróleo regalado al castrismo.
No hay que darle más vueltas, Laura Restrepo conoce cuál es el único futuro deseable para millones de venezolanos: de aquí a la eternidad, soportar la corrupción, las caravanas de refugiados, la miseria humillante, el saqueo y la muerte solo para que ella pueda asistir tranquila a los eventos literarios del mundo.
Y cantar al antiimperialismo, claro.