Hacia la nada
Qué frecuentes son hoy las biografías de personajes encumbrados. ¿Por qué nos atraen de manera irremediable? Una primera interpretación, quizá demasiado obvia pero útil para el caso que me ocupa, diría que el lector, al asistir casi como testigo o voyeur al proceso formativo de una vida que culmina sus esfuerzos con la fama, el reconocimiento y el prestigio, se identifica con el personaje y sueña con repetir, algún día, el prodigio, aunque ahora será él quien ocupe el papel protagónico. Ahí están las editoriales para comprobar que la biografía, la autobiografía o la novela autobiográfica ocupan gran parte de sus catálogos, y ahí sus registros contables para demostrar que este es uno de los géneros de mayor venta en el mundo. Incluso parece normal que la demanda por este tipo de literatura alcance las memorias del arquitecto de Hitler, del asesino en serie Frederick West o del lunático Marshall Applewhite. En este caso se dice que se trata de textos necesarios para comprender las razones de mentes enfermas, para promover la memoria y que nunca se olviden los trágicos sucesos en un afán por impedir que se repitan, aunque un puñado más aceptará cínicamente que el morbo es también un impulso de sus lecturas.
Pero si aparece un libro que no habla de los famosos por su éxito o su locura sino por una meteórica carrera entre el anonimato y el olvido, pasando unas veces por la fama mundial, otras por el escarnio, ¿habrá quien quiera leerlo?
Esta pregunta queda respondida con el libro Gloriosos fracasos, de Paul Collins, donde los protagonistas son los inventores, escritores, falsificadores, artistas, botánicos, científicos que no llegaron a nada. Admira la paciencia casi bíblica con que Collins llevó a cabo su investigación, rastreando a hombres y mujeres de los que a veces sólo quedaban jirones de un cuadro al óleo, ediciones agotadas y dispersas por bibliotecas de todo el mundo o un monumento inverosímil que guarda la memoria de su fracaso. Por ahí desfila John Banvard, quien se propuso pintar al óleo un panorama móvil del Mississippi, con una longitud de 1500 metros. Su fama fue tal que la reina Victoria lo recibió en 1849, y su fracaso tal que murió arruinado, no había dinero ni para su propio funeral. También aparece George Psalmanazar. Nadie sabe su verdadero nombre ni el país en que nació pero sí que nació en 1685, que era muy pobre y que en 1704 comenzó a deambular por Londres, diciendo que era de Formosa. Inventó tal mito sobre sí mismo y sobre una sociedad que pocos occidentales conocían en esa época, que llego a ser invitado para enseñar “formosano” en el Christ Church College de la Universidad de Oxford. Otro caso que llama la atención es el de Martin Tupper, quien casi llega a ser poeta laureado en Inglaterra, en 1850, sucediendo a Wordsworth, pero del que ahora nada se sabe, especialmente porque su poesía, nacionalista, vacua y sentimental, era sólo del gusto de la reina Victoria.
No puede dejarnos indiferentes la lectura de Gloriosos fracasos. El mundo que refleja no corresponde con la idea, propagada demagógicamente por Hollywood, de que el éxito está al alcance de la mano y que sólo basta proponérselo para alcanzarlo. Muy por el contrario, las evidencias sobre la frecuencia del fracaso, sobre lo natural que éste es, constituyen una reivindicación de la falibilidad como parte consustancial de la existencia humana. Y no sólo en lo que se refiere a los protagonistas bienintencionados, los científicos que iban detrás de “grandes bienes” para todos, de increíbles descubrimientos que acicateasen el avance del progreso, sino también en cuanto a los farsantes y pícaros que o no lograron su cometido o vivieron de él, en cuyo caso no podemos evitar una carcajada al pensar en los sabios universitarios de Oxford que le creyeron a George Psalmanazar. Toda la soberbia de los hombres, su gana de poder y control y el inevitable fracaso, a la larga, de cualquier empresa humana, como ya bien lo sabían los griegos, quedan retratados en este libro.
Hoy en día, bajo la poderosa influencia de leyendas del éxito creadas al instante por la televisión, es necesario recordar que es más frecuente el fracaso, ese dirigirse lenta y progresivamente hacia la nada. ~