El diario de Victor Klemperer, recientemente editado en inglés, ha tenido un inmenso éxito desde su publicación en alemán en 1995. En una reseña tras otra, ha sido comparado con la obra de Primo Levi y con el diario de Anna Frank y confrontado con el polémico libro de Daniel Goldhagen (Hitler’s Willing Executioners. Ordinary Germans and the Holocaust), como prueba irrefutable de que el pueblo alemán no padecía un antisemitismo colectivo y no actuó como el “verdugo voluntario” en el Holocausto judío emprendido por los nazis. A la vuelta de las 519 páginas del largo recuento de Klemperer (este primer volumen publicado en inglés abarca apenas hasta diciembre de 1941), la pregunta final que deja la lectura puede resumirse en una sola palabra: ¿por qué? Y no me refiero a las razones que llevaron a un líder paranoico apoyado, de menos, por el voto de una mayoría de su pueblo a exterminar a otro –la cuestión fundamental que levanta la literatura alrededor del Holocausto incluyendo a este libro–, sino a las causas de la popularidad y los elogios desmedidos que ha recibido el diario de Klemperer.
Victor Klemperer no es Anna Frank. Y no sólo por las razones obvias: un intelectual adulto que sobrevivió al Holocausto amparado detrás de un protestantismo de plástico y una esposa aria –que recibe, por cierto, el elogio que merece en sólo unos cuantos renglones de las miles de líneas del diario– frente a una adolescente que pereció finalmente en Bergen Belsen. El contraste entre los dos diarios es también abismal en el contenido y el estilo: Anna Frank escribe con frescura, a partir de una identidad transparente y el interés y el suspenso jamás se pierden. De alguna manera, aun sin conocer su destino trágico, el lector espera y sabe que la familia Frank será descubierta y perecerá. En el caso de Klemperer, se extrañan las tijeras de un editor inteligente desde las primeras páginas. A lo largo de 205 densas cuartillas –hasta el arranque de 1938– el diario consiste básicamente de un aburridísimo recuento de los gastos de Klemperer, sus lecciones de manejo y las millas recorridas, el resentimiento del autor hacia su exitoso hermano mayor Georg –sin cuyos donativos no hubiese sobrevivido– y, peor aún, el recuento detallado de sus dolencias hipocondríacas y las de Eva, su mujer. Sin embargo, es también el relato de un profesor universitario de lenguas romances con una pasmosa creatividad –entre 1933 y 1941 escribió, además del diario, varios tomos sobre literatura y filosofía política francesas– y la historia de un “judío no judío”.
A diferencia de Anna Frank, pero como otros muchísimos judíos alemanes, Klemperer se asimiló casi totalmente a la cultura alemana: se casó con una germana, se convirtió al protestantismo y tuvo el valor de no modificar las muchas profesiones de germanismo que plasmó en su diario, antes de que Hitler le demostrara que al menos en la Alemania nazi, no podría escapar jamás a su judaísmo. En este sentido, el valor de la primera parte del diario reside en la historia que Victor Klemperer no se propuso contar: en el retrato involuntario de los judíos alemanes –profundamente asimilados y orgullosos de la cultura germana– sobre los que recayó con terrible e inmerecida fuerza el horror del nazismo y en el recuento de su propio tránsito. De la transformación de un judío antinazi pero montado en una identidad profundamente alemana; del cambio de un ejemplar arquetípico de lo que los judíos denominan selbsthass –odio a sí mismo–, tan frecuente entre los asimilados, que incluye el rechazo inexplicado e inexplicable a las ideas del sionismo, al hombre tolerante y crítico del nacionalismo alemán de 1941.
Victor Klemperer tampoco es Primo Levi. No intenta analizar las motivaciones de sus perseguidores, los orígenes de la ideología nazi o las raíces del antisemitismo alemán. Sin embargo, Klemperer explica, como pocos autores lo han hecho, el cómo. La segunda parte del libro describe detalladamente el cerco que los nazis tendieron a los judíos y cómo fue estrechándose hasta culminar en el Holocausto. Klemperer empieza por perder su trabajo y su casa, el derecho a una ración alimenticia adecuada, su máquina de escribir, la posibilidad de usar el transporte público y asistir a restaurantes, y termina usando en el abrigo la estrella amarilla de David, sin la cual ningún judío podía salir a la calle. La terrible historia incluye los esfuerzos infructuosos de Klemperer por emigrar a los Estados Unidos y destaca, sin buscarlo, la vergonzosa y restrictiva política migratoria norteamericana que condenó a tantos judíos a la muerte. Describe el miedo y el silencio que convirtieron a millones de alemanes en cómplices de Hitler y el antisemitismo de tantos, que acaba justificando la tesis de Goldhagen. Incluye asimismo un breve recuento de hombres y mujeres excepcionales que siguieron tratando a los judíos alemanes como seres humanos, una de las claves del éxito del libro en Alemania donde persiste la culpa por los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Por último, explica tácitamente el triunfo de la “solución final”: ni siquiera un observador tan acucioso como Klemperer pudo imaginar jamás que el destino de los judíos enviados a los campos de concentración, que él menciona desde 1938, era la muerte. ~
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.