Rodolfo Enrique Fogwill
La gran ventana de los sueños
Buenos Aires, Alfaguara, 2013, 144 pp.
Aparece, tres años después de la muerte de Rodolfo Enrique Fogwill, La gran ventana de los sueños. Inicio su lectura con desconfianza, la desconfianza que acompaña la publicación póstuma de un autor que de pocos años para acá ha adquirido fama y nombre y cuyo mito personal –cuyo proceso de mitificación– no ha cesado de consolidarse desde su muerte: por la similitud de sus casos (el reconocimiento tardío, el mito que los rodea) pienso en Bolaño, en lo que se ha hecho con Roberto Bolaño. Pero no tengo más que leer “La prótesis”, segundo de los sueños que se narran en La gran ventana de los sueños, para convencerme de que me encuentro ante un texto de Fogwill en ningún modo inferior a sus poemas, sus novelas o sus cuentos. Se trata de una pequeña obra maestra fogwilliana: una muchacha de catorce años de la que el soñador está perdidamente enamorado y que baila para él, mostrándole al final del sueño la inesperada prótesis que conforma su dentadura inferior. Y esto acompañado de los recursos que tan bien domina Fogwill: el comentario social, la reflexión sobre el arte, la digresión, el humor, la audacia lingüística. En resumen: Fogwill en plenitud.
Unas palabras sobre la naturaleza de la obra. No es La gran ventana de los sueños, a pesar de lo que el título parecería sugerir, un diario de sueños o una colección de apuntes. Fogwill, sí, anotó durante muchos años al despertar aquello que había soñado, pero estas notas o estos apuntes son únicamente el material amorfo a partir del cual Fogwill construye La gran ventana de los sueños. No debemos olvidar que se trata de un escritor cuyo interés central es la técnica: los mecanismos a través de los cuales el ser humano da forma a una realidad que es en sí misma inabarcable e inaprensible. La distinción clásica entre techné y poiesis no tiene cabida en el mundo de Fogwill. Lo que tenemos en este libro entonces es a Fogwill –un Fogwill ya sexagenario– recorriendo sus propios sueños, clasificándolos, ordenándolos, reescribiéndolos, iluminándolos a partir de su presente e iluminando su presente a partir de ellos. En este libro, la presencia del Fogwill de la vigilia –el Fogwill que imagina y piensa y escribe– es tan fuerte como la del Fogwill que sueña. Y La gran ventana de los sueños es en igual medida un libro sobre sueños que un libro sobre la vejez, la memoria, el lenguaje, el arte y la muerte.
A lo largo de este recorrido, fiel a su costumbre, Fogwill evitará cualquier tipo de convencionalismo o de interpretación fácil. La gran tentación al momento de aproximarnos al material onírico de una persona, artista o no, es la del psicoanálisis. Fogwill no tarda, o tarda apenas unas veinte páginas, en distanciarse de cualquier tipo de interpretación psicoanalítica de sus sueños. (Gesto de amistad y de polémica, el libro está dedicado a sus cuatro psicoanalistas). En “Sueños de mar” –una de las categorías utilizadas por Fogwill en el ordenamiento de sus sueños– dice, en referencia al psicoanálisis: “Aprendí más sobre mis sueños de mar compilando una colección de grandes poemas de mar –Perse, Rimbaud, Homero, Pessoa, Mallarmé, Viel, yo mismo– que rumiando aquellas interpretaciones puntuales”. Y es que Fogwill se aproxima a sus sueños de la misma forma en que se aproximaría a un cuento, un poema, o cualquier obra de arte auténtica. En el fondo, lo que aleja a Fogwill del psicoanálisis es la tesis implícita de que el sueño es una realidad subordinada, reflejo de otra realidad, sea esta la realidad del deseo, del miedo o de cualquier otra cosa. El sueño –como el arte– es para Fogwill una realidad autosuficiente y objeto de conocimiento no en cuanto transmisor de un mensaje sino en cuanto punto de partida para la reflexión y la creación: “El mejor resultado de recordar no es descubrir una verdad sino sustituirla por algo mejor”.
Porque el punto de partida de Fogwill es la noción de que los sueños son una realidad más –algo tan real como el sexo, la guerra o el arte–, La gran ventana de los sueños lo enfrenta a los mismos problemas que lo enfrentaría la escritura de una novela o de un cuento, en especial, a dos problemas que recorren y configuran su obra entera: la tensión entre lenguaje, memoria y realidad, y las consecuencias que esta tensión tiene para el ejercicio del arte. Fogwill –último eslabón de una tradición argentina escéptica que se remite a Borges y que tiene hoy en Aira a otro de sus continuadores– demuestra poca fe tanto en el lenguaje como en la memoria. Sobre el lenguaje, ya en las primera líneas del prólogo, dice: “Formas del roce entre uno y la palabra. Y entre uno y otro: el infinito indivisible. El resto es silencio”. Sobre la memoria, poco más adelante: “La memoria está llena de olvido, llena de olvido, vacía de sí, llena de olvido, casi hecha de puro olvido. Uno mismo termina hecho de puro olvido”.
Pero la originalidad de Fogwill no se encuentra en el planteamiento del problema –problema que comparte en realidad con la gran mayoría de los narradores contemporáneos– sino en su resolución o, más bien, en su particular manera de comprenderlo. Ante la pregunta, “¿Los límites del lenguaje y de la memoria condenan al arte o lo liberan?” Fogwill responde con firmeza: “Lo liberan”. Fogwill es, en el sentido menos fácil del término, un esteta: afirma el valor del objeto artístico más allá de las problemáticas relaciones que este pueda establecer con su referente. Desde los cuentos tempranos –pienso en “Muchacha Punk”, en “Otra muerte del arte”, en “Memoria de paso”– hasta La gran ventana de los sueños, los textos de Fogwill han surgido de la convicción de que si el arte quiere decir algo sobre la “realidad” –el término en Fogwill aparece siempre entrecomillado– debe, paradójicamente, abandonar las formas de representación más cercanas al realismo y aventurarse en la búsqueda de formas nuevas que hagan del texto literario no un reflejo del mundo, sino un objeto más dentro de él; el escritor no como aquel que busca transcribir la realidad (empresa imposible, dadas las carencias de la memoria y el lenguaje), sino como aquel que busca agregar algo nuevo a ella. Fogwill hace de los límites del lenguaje y de la memoria la condición misma de la posibilidad del arte: la literatura de Fogwill convierte una aparente derrota en una victoria. No se le puede pedir más a un artista.
(Mérida, 1988) es crítico literario. Ganador del segundo concurso de crítica convocado por Letras Libres