Hacia una comprensión cabal del dolor

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Arnoldo Kraus

Recordar a los difuntos

Ciudad de México, Sexto Piso, 2015, 232 pp.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dolor de uno, dolor de todo

Ciudad de México, Debate, 2015, 194 pp.

Los libros más recientes de Arnoldo Kraus, Recordar a los difuntos y Dolor de uno, dolor de todos, forman parte de un mismo proyecto de escritura que, en términos generales, podría describirse como una reflexión de largo aliento sobre lo que significa el dolor. Una escritura a dos tiempos donde primero se narra, de manera personal, la transición y suma de sentimientos previos y posteriores a la muerte de Helen, la madre de Kraus; y después se reflexiona, sin dejar de lado la intimidad y el relato confesional, sobre las formas y manifestaciones del dolor, desde una escritura más pausada y erudita. Idea de continuidad que es reforzada por el mismo Kraus, quien en las últimas líneas de Recordar a los difuntos escribe, no solo dos epílogos, sino una honesta confesión en la que explicita su deseo de perpetuar el instante de su escritura: “maravilloso sería no escribir punto final”. Naturalmente, aunque en términos ortográficos así sucede, la realidad es que dicho punto solo da inicio a un segundo momento de escritura –el libro de ensayos Dolor de uno, dolor de todos–, cuyo recurso principal es la contención.

El dolor ha sido un tema constantemente visitado en la literatura. A lo largo de la historia, con mayor o menor fortuna lo han hecho un sinnúmero de autores: Bernhard, Kafka, Trakl, Celan, Dostoievski, Tolstói… Y, sin embargo, no es fácil encontrar una tradición sólida acerca de este tema en la literatura latinoamericana y mexicana. Es posible que el insistente rechazo a la introspección, a la apertura del dolor propio hacia el mundo, según lo hicieron notar en su momento Octavio Paz y Samuel Ramos, sirva para explicar una negación propia de los mexicanos hacia una realidad muchas veces insostenible. En esta dirección, la propuesta de Arnoldo Kraus –y aquí hablo también por sus demás libros– resulta novedosa, pues, a pesar de ser médico, sus aproximaciones al dolor no son desde la imparcialidad de la ciencia –aunque sí echa mano, por supuesto, de sus conocimientos sobre medicina y su relación con el sufrimiento de pacientes–, sino a partir de la experiencia. Primero desde la relación con la vida y después a través de un vínculo estrecho y sensible con el arte. Con esto quiero decir que no hay en Kraus el temeroso distanciamiento con el que se especula sobre los otros –y nunca sobre uno– cuando se habla de un tema espinoso, sino que aquí la reflexión es apasionada y no teme transitar por las difíciles sendas del pasado.

De hecho, habría que decir que la apertura de Kraus resulta inusualmente catártica. No hay reserva frente a la confesión y el recorrido: son poco más de ciento cincuenta páginas de Recordar a los difuntos las dedicadas a consignar la paulatina degradación de su madre, que consumida por el alzhéimer presagia a través de conversaciones cada vez más delirantes su inminente final. Sin embargo, el relato de Kraus no está escrito desde un sentimentalismo soso que se niega a la pérdida y que por su proximidad al suceso puede terminar en lugar común. Al contrario, la situación que el autor narra con puntualidad lo va desbordando y conduciendo tanto a reflexiones originales sobre la memoria, la muerte, la vida, el lenguaje y la escritura como a otros episodios íntimos de dolor y pérdidas. Y aquí resulta necesario señalar, a manera de contexto, que el pasado de los Kraus se remonta a la Segunda Guerra Mundial y por ende a los horrores del nazismo, por lo que la muerte temprana y el arrebato violento e injustificado recorren todo el tiempo la frágil memoria de Helen, quien vivió esta persecución en carne propia. Las pérdidas que se fueron multiplicando con los años convirtieron su viejo cuaderno de direcciones en una interminable lista de nombres tachados. De la mano de Helen, estas ausencias regresan caprichosamente al presente, produciendo una sostenida sensación de angustia.

La segunda parte de Recordar a los difuntos, en la que la madre de Kraus ha muerto ya, es la que de manera sutil termina por entrelazarse y embonar con Dolor de uno, dolor de todos. Algo que incluso se nota en la reaparición de ciertos episodios o en la insistencia en ciertos conceptos –como la resiliencia, los usos del dolor o la muerte como la celebración de la vida– tanto hacia el final de Recordar a los difuntos como en la totalidad de Dolor de uno, dolor de todos. En esta nueva forma que adopta Kraus para abordar el dolor –la aproximación literaria–, que si bien no destaca por su intensidad, sí por su empatía e inteligencia, tengo la impresión de encontrarme con un equilibrista que por momentos cae en el comentario inmediato. No obstante, independiente de eso –que no sucede todo el tiempo–, el libro es un lúcido recorrido por las posibilidades del dolor, sus causas, consecuencias y la manera en que ha sido abordado, tanto por escritores y artistas como por personas cuya relación con la muerte era más estrecha que con la vida. Al final de este trayecto, Kraus termina por rastrear una tradición no sistematizada hasta ahora, la literatura del dolor, y una línea de pensamiento, la escuela del dolor. Propuestas que fluyen de principio a fin en este conjunto de veintisiete ensayos que conforman Dolor de uno, dolor de todos y que terminan por revelar, finalmente, cierta estética que es común en todos los sufrientes.

Por último, si nos referimos a Recordar a los difuntos y Dolor de uno, dolor de todos como un solo libro –la práctica y su teoría–, como de hecho me parece justo hacerlo, habría que concluir que se trata de un esfuerzo notable –y singular en el ejercicio literario en México– que hubiera ganado de haber sido más compacto. Por ejemplo, algunas partes de ambos libros martillan con demasiada insistencia ciertas imágenes, propuestas y comentarios. Característica que es posible explicar citando al propio Kraus: “Quien no desea o no sabe cómo acabar su libro no puede desprenderse del tema […] Hay quienes gozan terminar un libro y hay quienes temen hacerlo. Yo soy parte del segundo.” Ese miedo al final lo traiciona, sin demeritar, por supuesto, su ejecución concienzuda y los hallazgos de su búsqueda. ~

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