Mis razones para ver Stranger Things

Stranger Things es más que homenaje y nostalgia. Los hermanos Duffer han logrado captar eso que aparece con persistencia en nuestras pesadillas infantiles y que perdura en nuestros temores de la vida adulta. 
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Es bien conocido que, por lo general, las cuartas de forros le hacen un flaco favor a los buenos libros (y un buen favor a los malos); lo mismo podría decirse de la sinopsis de Netflix para su última serie, Stranger Things, estrenada el pasado 15 de julio: “Cuando un muchacho desaparece, su madre, un sheriff, y sus amigos deben confrontar fuerzas para traerlo de regreso”; o algo así. De entrada, no hay nada original en esta sinopsis y hace que uno pase de largo en el menú de opciones. Tampoco le han hecho un buen favor la mayoría de las notas de prensa que leí el fin de semana, las cuales han hablado de la serie como “nostálgica”, un homenaje al cine de los años ochenta, a Spielberg, a Stephen King, Carpenter, etcétera, si bien acaso han ponderado el regreso de Winona Ryder como Joyce Byers, la madre del niño desparecido, Will Byers, a quien todo mundo toma como una loca en Hawkins, un pueblito de Indiana. A mí me parece que Stranger Things es mucho más que eso.

No pensaba ver Stranger Things, tenía otros planes para el fin de semana (correcciones de la novela, leer un libro, plantar un árbol), pero ante la insistencia de mi hermano (quien por cierto tiene un no tan ligero aire a Jonathan Byers) le di una oportunidad al primer capítulo. Cinco horas después caí en cuenta de que había visto cinco capítulos al hilo. La noche del día siguiente terminé de mirar los tres capítulos restantes. Esto puede ser asombroso si se toma en cuenta que yo no suelo dedicarle tanto tiempo a mirar series: me aburro al segundo episodio. Tal vez sea por estar en contra de la fiebre por las series que tiene excitado a todo el mundo a mi alrededor (de la cual valdría la pena hablar otro día), pero soy de la idea de que tiene mayor mérito contar una buena historia en 120 minutos que a lo largo de siete interminables temporadas. Pero lo que me ocurrió con Stranger Things fue la sensación de estar mirando un filme con una duración de 480 minutos.

¿Qué fue lo que me atrapó de Stranger Things? Sí, claro, por supuesto, la nostalgia, pues ya soy viejo y puedo decir que vi de estreno TheGoonies de Richard Donner, o E.T. y Stand By Me de Spielberg, entre muchos otras, cuando era niño, en cines que ahora están abandonados o fueron demolidos para convertirlos en estacionamientos o, en el peor de los casos, en templos de oscuras sectas protestantes. La serie está llena también de guiños que remiten a la cultura popular norteamericana de una era con la cual mi generación creció; por ejemplo: la mención de The Uncanny X-Men# 135 que apareció en julio de 1980 y que yo leí diez años después editada por Novedades, en donde aparece Fénix Oscura, una maligna entidad cósmica que pose a Jean Grey (spoiler alert: Eleven la misteriosa niña que ronda por Hawkins finalmente se llama Jean y tiene los mismos poderes mutantes). La mención a Altered States (1980) de Ken Russell también es importante en la trama. Uno podría pasarse horas escribiendo estos detalles, que son mucho más, y no faltarán los geeks que lo hagan de manera sistemática (la lista es casi interminable, me viene a la mente también algo de Twin Peaks, la serie), pero lo importante es que toda esta referencialidad, todos estos homenajes, incluso de escenas totalmente calcadas de otras películas, toda esta mezcla está muy bien hecha. En ningún momento parece gratuita y no se ve remendada, ni paródica (o tal vez me equivoque, para eso está la crítica). Hay una armonía que a mi parecer va más allá del homenaje y que apuesta por una intencionalidad artística.

Como ocurre con algunos de los guiones de aquella escuela de los años ochenta, casi no hay un solo dato, un solo diálogo, que no tenga una repercusión posterior, ya sea en la trama como en el subtexto cultural. La factura del guion me recuerda a Back to the Future (1985) de Zemeckis en donde cada detalle, cada diálogo tienen esta misma repercusión. Hay algunos cabos sueltos, no demasiados, que no voy a mencionar para quien no la haya visto, pero que son perdonables vistos desde el conjunto. Desde el punto de vista de la trama, la serie se vale de los trucos clásicos, o trillados, para atrapar al espectador y forzarlo a ver el siguiente episodio. Podría esto ser enfadoso de no ser porque ¡lo hacen endemoniadamente bien! Por momentos tuve la sensación de sentirme usado ante tales recursos ya vistos miles de veces, pero estaba consciente de que lo que me tenía sentado frente al sillón era la buena factura de los mismos. Aun así, me pareció chocantemente lenta en algunos momentos, en los que los personajes no se ponían de acuerdo para compartir cierta información que le hubiera ahorrado uno o dos capítulos a la serie (lo malo de mantenerse en el formato).

Desde el punto de vista de los géneros la serie es un maridaje entre el cine de horror, el fantástico, lo policiaco, la ciencia ficción, la comedia y la aventura; no le falta nada: terror a lo King, conspiración, Guerra Fría, misteriosos agentes del gobierno, policías atribulados, madres frenéticas, dimensiones desconocidas, romance juvenil, experimentos psicodélicos, gente pobre blanca, Calabozos y Dragones y monstruos, por supuesto.

Arriba puse que Stranger Things era más que homenaje y nostalgia. ¿A qué me refiero? Hacer un homenaje es de lo más fácil del mundo: basta con haber visto un montón de películas, carecer de originalidad, hacerse de una cámara y mucho dinero, y tal vez algo de talento. Pero los hermanos Duffer no solo se han hecho una película de 480 minutos a modo, con todo lo que les gusta (incluyendo un sex simbol de los años noventa), han logrado captar como nadie lo que estaba detrás de estas películas de la infancia; algo que va más allá de una época, sino que es anterior, mucho más anterior; eso que aparece con persistencia en nuestras pesadillas infantiles, pero que perdura en nuestros temores de la vida adulta, y que algunos dicen está en esa memoria filogenética que buscaba afanosamente Eddie Jessup (William Hurt) en Altered States. Son nuestros temores más recónditos, los greatest hits del pasado remoto que aparecen ya en nuestras primeras narraciones paleolíticas: el paso de la juventud a la vida adulta, el bosque, el viaje al inframundo, la bruja, la oscuridad, el dragón en la cueva…

 

 

P.S. Me olvidé por completo de la banda sonora, que no solo ayuda a crear atmósferas, o bien a establecer una época, sino que también funciona como parte del texto, de manera más que implícita, a través de las letras de las canciones, como es el caso de “Should Stay or Should I Go” de The Clash, “Atmosphere” de Joy Division, entre otras, al grado de ponerle a uno los pelos de punta. Tal es el caso de una versión de “Heroes” con orquesta de cuerdas, que me parece ser de Peter Gabriel, justo al final de un capítulo. Me ha dejado efectos postraumáticos. 

 

 

 

 

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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