Aunque mis queridos vecinos piensen que soy el Unabomber porque no tengo Whatsapp, Facebook y Twitter, eso no impide que no esté al tanto de los que pasa en el mundo y de los últimos adelantos tecnológicos. Desde luego que sé cómo usar un iPhone o un teléfono Android, aunque no los tenga, pero sigo encontrando más divertido tener un Kindle. El asunto es que esta semana, por encima de los tiroteos en Dallas y otras atrocidades, la noticia de color es el nuevo juego de Nintendo para celulares inteligentes llamado Pokemon Go.
Para los que no están al tanto, se trata de un juego en el que se mezclan la realidad geográfica con el universo animado de la franquicia Pokemon a través de la cámara del celular. Podemos pasear por la ciudad en busca de diferentes pokemones (hay hasta 800 tipos, según veo), usando un mapa al estilo de Google, y capturarlos en una esfera para luego ponerlos a pelear contra los capturados por otros jugadores (en el video hay un montón de adultos divirtiéndose como enanos). Todo eso está muy bien, pero, ¿por qué nadie habla de los derechos de los pokemones? ¿No se supone que son seres animados y tiernos? ¿No está mal ponerlos a pelear? ¿No es peor que una pelea de gallos? Como sea, a mí todo eso me parece violento y estúpido. Pero bueno, que la gente haga con su tiempo lo que quiera, el asunto es que en pocos días este videojuego ha sido descargado más veces que Tinder, una app para tener citas: lo cual solo puede significar que a la gente le interesa más jugar con seres ficticios que tener sexo (y no los culpo). Para el día de hoy Google ya arroja 39,200,000 resultados sobre el tema.
Al parecer la app aún no está disponible en Latinoamérica; solo en Japón, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, y no recuerdo en qué otras partes. Sin embargo, ya se habla de un truco para descargarlo en Latinoamérica, lo cual supone algunos inconvenientes: es posible que los desarrolladores nipones no hayan tomado en cuenta los peligros del Tercer Mundo a la hora de diseñar este videojuego. ¿Es que nadie piensa en nuestros hijos?
Imaginemos que tenemos un celular Android y decidimos jugar Pokemon go en la Ciudad de México de Miguel Ángel Mancera (si somos chicas además de nuestro celular debemos llevar un silbato): primero que nada, el excesivo ejercicio bajo la contingencia ambiental puede provocarnos problemas respiratorios; en segundo lugar el gobierno tendría que publicar una lista de los lugares más peligrosos para jugar Pokemon go: caminar con un dispositivo Android de varios miles de pesos por delante como enajenado puede suponer riesgos a nuestra integridad física y moral; los hampones harán su agosto. Es más: basta con tener un dispositivo de estos para saber dónde aparecen los dichosos pokemones y dar caza de los incautos en medio de la noche, o a plena luz de día, frente a nuestros eficientes policías. Es muy probable que Pikachu o como se llame no aparezca junto a un amigable puesto de flores sino en una calle solitaria y deprimente junto a un cadáver o a un vagabundo envuelto en una cobija, o en el peor de los casos, junto un bar hípster de la Condesa en medio de una balacera (o en un túnel de la Asamblea de Barrios). Perseguir pokemones por Iztapalapa y la Morelos (donde, repito: “no existen los cárteles, solo el narcomenudeo, pequeñas iniciativas personales que no vemos con malos ojos”) va a ser de lo más hilarante, sobre todo si alguna ejecución es llevada a cabo en ese momento. Los automovilistas chilangos (después de conocer el destino de Bantú ya no me atrevo a compararlos con gorilas, esas hermosas y nobles criaturas) no se van a apiadar de aquél que crucé la calle en pos de un pokemon; tampoco lo harán los ciclistas en las banquetas (ese nuevo Homo Superior). Habrá conductores que busquen pokemones en auto (pues es bien cierto que hay gente que no camina ni a la esquina), sin mirar a los lados, y habrá más de dos o tres bajas en la comunidad peatonal por esta causa. Hay que mencionar además toda esa clase de peligros que asechan en las banquetas, tan representativos de la manera mexicana de hacer las cosas (el así llamado ingenio mexicano): tornillos salientes donde alguna vez hubo un poste, grietas, cemento fresco, registros telefónicos o de electricidad sin tapas; el cada vez más querido boom de la construcción con todas sus violaciones a la seguridad compradas a los funcionarios presumiblemente corruptos o (en su defecto) que nomás se hacen de la vista gorda; etcétera. Esta muy bonito eso del Pokemon Go, pero aquí en el ex DF no vamos a poder jugarlo con confianza ni en Polanco (mucho menos en Polanco), y en Milpa Alta y Tláhuac, donde se hacen los más espectaculares linchamientos de la ciudad (pregunte por su paquete), podemos ser confundidos con secuestradores o violadores. Llegará el momento incluso en el que hasta los viene-viene con un Android podrán cobrar derecho de piso o cuota de peaje en las calles de la Cuauhtémoc. Y ahora imaginemos los estados de Guerrero y Tamaulipas, tal vez Pikachu o como se llame nos pueda ayudar a encontrar casas de seguridad o fosas clandestinas. Quién sabe, a lo mejor buscar pokemones por ahí tendrá repercusiones insospechadas.
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).