Ignoro el concepto de populismo al que se refiere Peña Nieto. Quiero referirme al de Obama.
Admiro mucho a Obama, creo que es un estadista extraordinario que pasará a la historia por sus logros y por su temple, pero no conoce el sentido específicamente político del concepto y la práctica del “populismo” fuera de Estados Unidos. En la historia americana, Andrew Jackson fue “populista” porque, en efecto, abrió una era de sensibilidad popular en la política estadunidense. Pero en la acepción moderna, la que opera en Europa o en América Latina, no era un populista.
Un buen gobernante se preocupa por el bienestar del pueblo sin ser populista. El mejor ejemplo fue Lázaro Cárdenas: era popular y tenía un compromiso profundo con las causas populares, pero no era populista. No alentaba el culto de su personalidad, no actuaba por encima de las instituciones, no promovía el odio de una parte de la nación contra otra. El populista (de derecha o izquierda) es un líder que usa su poder carismático para establecer un vínculo directo con un sector del pueblo y fustigar al “no pueblo”, a los supuestos enemigos, internos y externos. El populista, en este sentido, es eminentemente anti democrático porque subvierte las instituciones. Trump es un cínico y un populista, Chávez también fue populista.
Obama es popular, no populista. El populismo es el uso demagógico de la democracia para acabar con ella.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.