Escribir… [Escribiste ¿hace cuántos años? esta página de escritura automática, no en el modo de los surrealistas, sino en el de Juan Ramón Jiménez en Espacio. Qué ingenuo era ¿es? uno. A ver cómo va, cómo iba]. Escribir como se respira, como se nada, como se camina, como se copula y se polula, como se come y se descome, como se bebe y se desbebe, como uno va paseando por el mundo o al menos por la parte del mundo que a uno le tocó, ya sea México o Santander o Mamadrid o la Cochinchina (que rima con De la Colina), pero escribir, de palabra en palabra, de minuto en minuto, poniendo en escritura todo lo que a uno se le ocurre, todo lo que a uno le ocurre, y así lo de dentro de uno (hasta lo de las tripas) y lo de fuera (hasta el Mundo, el aire y el cielo y las nubes y el mar y la tierra, y el polo Norte y el Polo Sur [y como decía Boris Vian: ¿por qué no el Polo Este y el Polo Oeste?])/ agotar la página en blanco poniendo en ella lo más de uno y del mundo (olímpica ilusión de escritor pero es lo único que vale la pena, y entre la pena y la nada escojo la pena, dijo el personaje de Faulkner, pero entre la pena y la nada yo escojo la serenidad, ¿ah, sí?, no me digas? y ¿por qué Faulkner de repente?, por aquella novela hecha como sandwich de dos novelas entreveradas: Las Palmeras Salvajes, es decir la desgarradora historia de amor propiamente llamada Las palmeras salvajes, y la historia del prisionero sacado de prisión por el río, que es El Viejo (el Old Man River)/ ah tu descubrimiento de Faulkner en los años cincuenta, vivías en casa de tus padres, en Isabel Católica quién sabe qué número, el edificio Zornozaga, habías comenzado a corregir para una editorial Cumbre que editaba bestsellers y a veces uno no abominable, corregiste Una fábula, quizá una de las novelas menos buenas de Faulkner aunque sí muy ambiciosa, nada menos que el mito de Cristo insertado, estropeado en la Primera Guerra Mundial, y te fascinó la prosa larga y densa y a veces intensa de Faulkner, fue el giro desde tus ingenuos Cuentos para vencer a la muerte, horrible título, cursi libro, a los Ven caballo gris (1959) y La lucha con la pantera (1962), que te publicó la Universidad Veracruzana en la colección ficción, con sede en Jalapa/ ¿recuerdas tu primera ida a Jalapa? O tal vez hayque decir Xalapa, así, con la X en la frente como quería Alfonso Reyes/, recuerdas que fuiste allí para dar una conferencia en el Paraninfo de la Universidad, llegaste a Xalapa o a Jalapa en autobús, llegaste en un amanecer gris y húmedo y frío y, entrando en esa tan ondulada ciudad viste (te ha ocurrido una sola vez en la vida) que unos hombres estaban pegando en paredes de las casas unos grandes papeles (¿rosados?) en que se anunciaba tu conferencia en el famoso paraninfo, qué increíble, qué ilusionista palabra, que te sugirió paranínfulario, y en el público había en efecto unas nínfulas como la muchacha morena, trompudita, esbelta, de entrecejo unido y muy negro y ojos grises, de apellido italiano, cómo se llamaba, cómo se apellidaba, que en cuanto cambiaste unas palabras con ella empezaste a enamorarte, y luego muchos años después, ¿acaso hace ahora unos diez años?, volviste a verla en un acto, ay, cultural, no recuerdas si en la eterna Sala Ponce del palacio de (las) Bellas Artes, ya casada, muy atractiva aún y erotizante “como un cuchillo, como una flor, como absolutamente nada en el mundo”, el título del primer libro de Saroyan que leíste, en español, a comienzos de los años cincuenta, cuando hacías fichas para el librero Manuel Bonilla, qué revelación fue en aquel momento Saroyan, sus cuentos de respiración libre, narrativos, líricos, efusivos, algunos como poemas en prosa, otros como estampas de niñez, como vistas de ciudad, “como un cuchillo, como una flor, como absolutamente nada en el mundo”/Saroyan, un escritor fácil, ciertamente, un autor que caía en lo naïf y en el merengue sentimental pero que te servía para soltar tu escritura, para darle a tu intento de escritura mayor respiración antes del descubrimiento de Faulkner, que te prendió por más tiempo, y cómo olvidar ese gran cuento de Saroyan, El temerario joven del trapecio, no un cuento, más bien un poema en prosa, llegaste hasta a imitar a Saroyan, casi a plagiarlo, y eso dio tus hoy ilegibles Cuentos para…, no seguiré hilando el abominable título, apunta sólo que lo publicó en 1955 Arreola con un dibujo que Gironella te hizo para la portada, un pajarito sobre una máquina de escribir estilo Remington o Smith Corona, libro del que ya te estabas arrepintiendo alos pocos días de publicado y que empezaste a recoger de las bibliotecas de los amigos y de la librería Zaplana, el unico lugar quizá donde se vendía (pero no se vendía, no debe haberse vendido uno solo, qué bien), ¿cuánto valen esos cuentos ahora?, nada, son ingenuos, torpes, cursis, no hay más que ver el prologuito que les pusiste en que predicabas tu Amor a la Humanidad, ¡mierda!/ eran tiempos en que ibas al cineclub del IFAL donde conociste a Salvador Elizondo y a otros, le diste un ejemplar a Salvador que nunca te lo comentó, el libro debió parecerle ridículo como ya te lo parecía a ti, que comenzabas a faulknerizarte, que comenzabas a conradizarte, que ya comenzabas a proustituirte, o eso creías, porque en realidad faulknerizabas, conradizabas, proustizabas sobre asuntos poco aptos para esos estilos, y además../en fin, en fin, en fin, ahora la sabes, escribir no es vivir, escribir es desvivir, es envejecer, pero es lo que en ti quiere la escritura (¿lo quiere?).
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.