En unos tiempos sobrecargados de grandes campeones, pocos han volado tan bajo en el radar mediático como el japonés Kohei Uchimura. A sus 28 años, Uchimura se presentó en los campeonatos del mundo de gimnasia, celebrados esta primera semana de octubre en Montreal, con un palmarés impresionante, casi ridículo: desde 2009 había ganado el torneo individual en seis ocasiones: 2009, 2010, 2011, 2013, 2014 y 2015. ¿Qué pasó en 2012 y 2016? Que al haber Juegos Olímpicos no se disputaron campeonatos del mundo. Sobra decir que Uchimura también ganó el oro en Londres y en Río.
Coincidente con el esplendor de Federer, Nadal, Messi, Cristiano o LeBron James, el dominio de Uchimura ha pasado un poco desapercibido, pero pocos dudan de que estamos ante el mejor gimnasta de la historia. Ha tenido incluso tiempo para la épica: es difícil olvidar la impresionante remontada del año pasado, cuando ganó el oro olímpico en el último ejercicio, aprovechando la presión que acabó pagando el ucraniano Oleg Verniaiev en su ejercicio de barra. La diferencia entre ambos gimnastas quedó en 0,099 puntos; suficiente para que Uchimura repitiera como campeón olímpico por primera vez desde que su compatriota, el mítico Sawao Kato, lo lograra en 1972.
Aunque el nombre de Uchimura suele ir asociado a grandes exhibiciones en las barras paralelas, pocos como él han conseguido a lo largo de los años dominar tantos aparatos, llegando a ser campeón o subcampeón del mundo también en suelo y barra fija. Pese a sus relativos problemas con las anillas, ha sabido salvar siempre la situación para acabar refrendando sus campeonatos en el potro o en el caballo. Los ejercicios de Uchimura a veces son buenos y a veces son sensacionales, pero nunca defraudan: hay en él un placer por la belleza que supera cualquier resultado, como si la victoria en realidad no bastara.
Estos ocho años de éxitos ininterrumpidos colocaban al japonés como máximo favorito para revalidar título en Montreal, pero hasta el mejor cuerpo del mundo llega un momento en el que tiene que decir basta. Sometido a exigencias diarias, entrenamientos salvajes y competición sin descanso, el tobillo de Uchimura acabó hecho pedazos después de una mala recepción en el salto de potro. Lo impresionante del caso es que, incluso con los ligamentos rotos, Uchimura fue capaz de clavar su siguiente salto e incluso completar su rutina en las paralelas, aunque inmediatamente decidiera retirarse ante el asombro de propios y ajenos, dejando el camino libre al chino Xiao Ruoteng, probablemente junto a Kenzo Sherai –compatriota de Uchimura- el gimnasta más destacado de los campeonatos. El siempre cumplidor británico Max Whitlock consiguió el oro en caballo con arcos pero naufragó en el concurso individual. De hecho, esta fue la primera vez que tres asiáticos copaban el podium desde 1970.
El concurso femenino partía ya lastrado de inicio por la ausencia de la gran figura de la gimnasia mundial. Todos los focos que se le han negado a Uchimura han estado centrados con todo merecimiento en la menuda figura de Simone Biles. Tras varios años deslumbrando, Biles vivió su consagración en los pasados Juegos de Río, cuando no solo se la comparó con Nadia Comaneci sino que sus ejercicios se convirtieron en una de las citas ineludibles de todo aficionado al deporte, a la altura de los partidos de la selección estadounidense de baloncesto, la brazada de Michael Phelps o los sprints de Usain Bolt.
Tanta fue su exposición mediática, tanto el revuelo y tanta la expectativa que Biles decidió bien pronto borrarse de este campeonato. La niña prodigio de la gimnasia estadounidense ya no es una niña: tiene veinte años y debe cuidarse, seleccionando con cautela su calendario de pruebas. En su caso, 2017 fue elegido como año sabático, algo incompatible con presentarse después en una competición mundial y ser mínimamente competitiva. Aunque siguió el Mundial activamente desde su cuenta de Twitter, lo cierto es que no volveremos a saber nada de Biles hasta por lo menos 2018, confiando en que encuentre la concentración y las reservas físicas suficientes como para afrontar un último ciclo olímpico que acabe en Tokio 2020.
Ahora bien, incluso sin Biles, la gimnasia estadounidense volvió a reinar en Montreal. Su hueco lo ocupó otra adolescente prodigiosa de dieciséis años y biografía azarosa: nacida en China y adoptada por una familia de Delaware, Morgan Hurd sorprendió a todo el mundo llevándose el oro en el último ejercicio: el suelo, precisamente la especialidad de Biles. El triunfo de Hurd se puede considerar una de las grandes sorpresas de los últimos años, fruto de su excelente trabajo… pero también de una serie de coincidencias: las que le permitieron participar en el campeonato pese a haber sido séptima en el torneo de clasificación, la lesión de su compatriota Ragan Smith cuando ya saboreaba el título y el bajo nivel mostrado por chinas y rusas, lo que dejó a la canadiense Ellie Black como única rival.
Hurd, fanática de los libros de Harry Potter y fácilmente reconocible por las gafas con las que participa en todos sus ejercicios, tendrá que demostrar en el futuro si este título ha sido flor de un día o si estamos ante el inicio de una verdadera rivalidad con Biles y compañía. En ese sentido, los campeonatos de Doha del año que viene supondrán una reválida de altura, el momento en el que por fin se enfrenten de verdad la generación que dominó en Río y la que aspira a contestar su dominio en Tokio.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.