Imagen: Chris Marcus/Wikimedia Commons

Real Madrid y Barcelona se entregan felices al abismo

El Real Madrid quedó eliminado de la Copa del Rey a manos de su rival más importante, el Barcelona. El partido fue una muestra clara del momento por el que pasan ambos equipos.
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El Real Madrid ha ganado cuatro de las últimas cinco Champions League –la única competición que le interesa– y eso le permite ciertas excentricidades. De otra manera, sería difícil de entender todo lo que está sucediendo a lo largo de esta temporada. La alegría con la que todo el club enfila el camino hacia el abismo desde que dejara marchar a Cristiano Ronaldo en verano por una cantidad muy inferior a su valor de mercado es sorprendente en quien presume, probablemente con razón, de ser el mejor equipo de la historia.

A una plantilla claramente mermada y sin sustitutos, se le añadió a los pocos meses la destitución del encargado de planificar el año deportivo, es decir, el entrenador. Se podría entender por su clara falta de sintonía con algunos miembros del vestuario, su escaso carisma ante los medios y la ausencia de resultados… pero sorprende la tranquilidad con la que se está tomando el entorno madridista la época Solari, incluso jaleando la aparición de tal o cual canterano como si el Bernabéu se hubiera convertido en el Camp Nou de los años setenta.

La falta de ambición es gigantesca. Comprensible por las razones mencionadas, pero chocante en el exceso. En agosto ya era complicado pensar que esta plantilla pudiera competir por títulos, pero si además decides enviar a Isco permanentemente a la grada, le retiras la confianza a Asensio, no cuentas con Bale en las escasas ocasiones en las que no está lesionado y decretas que Marcelo tiene la culpa de todo lo que pasa, resulta que del equipo tetracampeón no te quedan ni los restos. A lo sumo, una versión muy reducida, fruto quizá de la edad y los excesos mundialistas, del medio del campo, es decir, de Casemiro, Modric y Kroos, pero es que Casemiro, Modric y Kroos pueden sostener a un equipo ganador y llevarlo al título, pero no pueden crear un campeón desde la nada.

El caso es que el Madrid se ha acostumbrado a la inferioridad y se resigna a ella, pensando que, quizá, si los astros se alinean, llegará la quinta Champions en seis años. Es posible, pero muy poco probable. Con Lucas Vázquez, Vinicius y Benzemà en la delantera, sería una heroicidad histórica y que nadie vea aquí un ataque a estos tres jugadores, los más destacados durante los últimos dos meses en el equipo blanco, sino la constatación de que igual incluso las mejores versiones de los tres, en este momento de sus carreras, no es suficiente para competir con los más grandes.

A nueve puntos del Barcelona en liga a falta del partido de este fin de semana, habría sido de esperar que el Madrid se tomara la semifinal de Copa más en serio, como una oportunidad de recuperar el cetro abandonado hace cinco años y dejar bajo la manga el comodín que puede salvar una mala temporada. No fue así. Desde luego, el equipo jugó mejor que su rival y dispuso de más oportunidades, pero la facilidad con la que quedó fulminado por tres zarpazos sueltos y su incapacidad cara a la portería contraria es preocupante. Aún más lo es el hecho de que la afición parezca acostumbrada y que perder 0-3 contra el eterno rival se haya convertido en algo habitual y no en la ofensa competitiva que de hecho es.

Este Madrid ha decidido fiar su suerte a lo que haga un chico de dieciocho años recién llegado al fútbol europeo y eso es mucho decir salvo que el chico se llame Ronaldo Nazario y estés jugando la liga holandesa. De Vinicius no sabemos si es bueno o si es muy bueno pero malo, como insinúan muchos de sus detractores, no es. Pocos jugadores hemos visto a esa edad con la madurez suficiente para echarse el equipo a las espaldas y hacerlo con inteligencia, yendo más allá de la acción puntual cara a la galería.

Vinicius sabe asociarse, sabe desbordar cuando así lo pide el partido y no deja de ofrecerse. Disfruta del balón pero sobre todo disfruta del juego, algo que le diferencia por completo de jugadores como Robinho, solo pendientes de observarse en el resumen televisivo de turno. Ahora bien, Vinicius no basta, como no basta Lucas, pese a su entrega y su trabajo. Lo de Benzemà va por días, así que mejor no pronunciarse, pero no es el francés un hombre que suela ganar los partidos él solo. En cuanto a Reguilón, tiene pinta de ser un excelente lateral. El problema para el Madrid es que está ocupando el lugar del que ha sido el mejor lateral zurdo del mundo durante la pasada década y eso son palabras mayores.

Lo curioso es que, aunque las sensaciones del Madrid no son en absoluto positivas e incluso arrojan sombras sobre el futuro partido contra el Ajax de Amsterdam –si el Girona fue capaz de ganar en el Bernabéu en un partido clave, ¿por qué no iba a hacerlo el equipo de Erik Ten Hag?–, las que dejó el Barcelona tampoco fueron precisamente las mejores, teniendo en cuenta que tiene una eliminatoria más que complicada contra el Lyon en la que solo le vale la victoria en casa (o un improbable 0-0 y penaltis) para pasar a cuartos de final.

La deriva del Barça, sostenido tan solo por las genialidades de sus atacantes, sería tema para tratar aparte en otro momento, pero valgan aquí algunos apuntes: no es ya que no quede nada del equipo dominador de la época Guardiola sino que los jugadores se han acostumbrado a una especie de mediocridad “sobrada” que le vale en las competiciones locales pero es carne de tragedia en cuanto tiene que viajar por Europa. Está claro que Valverde se siente cómodo en el repliegue y el contraataque y la directiva se ha gastado más de 300 millones en configurar un equipo a su medida: rápido, vertical, efectivo… y desconectado del juego durante 80 de los 90 minutos.

De acuerdo que las bajas de Iniesta y Xavi son demasiado importantes como para superarlas de un año para otro y no hay duda del mérito que supone seguir ganando títulos cada temporada. Ahora bien, cualquier equipo que pueda inyectar 300 millones a su plantilla y además tenga a Messi, va a ser competitivo. Si no lo es, la catástrofe es mayúscula. Durante buena parte de la primera mitad y después del 0-1, el Barcelona fue un pelele en el Bernabéu… y eso es intolerable. Donde otros años recurría al pase y la posesión para defenderse, este miércoles prefirió echarse para atrás todo lo posible y dejar que el rival rematara incluso en el área pequeña, como si de un Leganés asustado se tratara.

Si el Madrid no remontó el partido fue porque el Madrid no está para esas cosas y porque el Barcelona tiene al mejor portero del mundo, pero desde luego dio todas las facilidades. No hubo centro del campo como tal, con Busquets y Rakitic permanentemente superados y en inferioridad, y los centrales no subieron diez metros la presión sino que recularon aún más. La única táctica consistía en despejar a balonazos confiando en que Dembélé o Suárez o Messi consiguieran pillar una y lanzarse contra la portería contraria con éxito. Así llegó el 0-2 y aún tuvo que empujar Varane el esférico.

En resumen, el ganador jugó un partido grotesco –y no es ni mucho menos el primero– y el perdedor asumió su derrota con una naturalidad pasmosa. Ni un rasgo de lo que ha hecho a estos dos clubes los más poderosos en lo que va de siglo: ni el Barcelona se preocupó en jugar al fútbol ni el Madrid tiró de orgullo para levantar lo imposible. Si esto es una transición o será una constante es imposible saberlo. Paradójicamente, tiene pinta que lo del Madrid tiene mejor arreglo: basta con gastarse sus correspondientes 300 millones y recordar que en el Bernabéu nadie te puede ganar 0-3 como si no pasara nada. Lo del Barcelona, mientras sigan llegando los títulos y a Messi le aguanten las piernas, permanecerá así. Y así, Europa parece una quimera.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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