Después de perder en cuartos de final de Roland Garros ante Marco Cecchinato, Novak Djokovic afirmó que necesitaba pensar seriamente si le convenía participar siquiera en la gira de hierba. No se encontraba físicamente bien y su cabeza seguía estancada después de dos años sin ganar un solo torneo grande. Tan solo cinco meses después, tras su victoria en semifinales de las Nitto ATP Finals contra Kevin Anderson, el sudafricano manifestó que Djokovic “estaba jugando el mejor tenis de su carrera”. De estar fuera del top 20 había pasado a ser el número uno del mundo. En medio, la final de Queen’s, los títulos en Wimbledon, Cincinnati, US Open y Shanghai, más la final en París-Bercy.
Si esto ya debería obligarnos a mostrar prudencia acerca de los cambios que puede sufrir la carrera de un jugador incuso a cortísimo plazo, a las 24 horas de la exhibición ante Anderson, Djokovic caía en la final del torneo ante Alexander Zverev, la eterna promesa del tenis noventero. Caía en dos sets, ante un rival que llegaba al torneo en bajísima forma y dentro de su propio mar de inseguridades, y después de ceder su servicio hasta en cuatro ocasiones, cuando en el resto de la semana no había enfrentado ni una bola de break en contra.
Algo puede decirse ya del tenis actual y es un vaticinio peligroso pero a la vez optimista: se acabaron las dictaduras. Sin duda, tendremos Djokovic para rato, igual que tendremos puntualmente a Federer durante un año o dos más o a Nadal dominando en la tierra batida hasta que su cuerpo y su mente digan basta. Pero “la dictadura” de los tres grandes, una dictadura que lleva asolando el circuito durante quince años ya con las únicas amenazas de Andy Murray o Stan Wawrinka, parece estar tocando a su fin.
Y es que Djokovic, que está llamado por edad a ser el último de estos dictadores, ni está jugando el mejor tenis de su carrera ni tiene tan cerca como él cree ganar seis grandes más. Su regreso a la élite ha sido abrumador, por supuesto, pero hasta cierto punto inconsistente: el mejor Djokovic no habría perdido las finales de París y Londres de forma tan abrumadora y ante rivales en principio menores como Karen Khachanov o el citado Zverev. ¿Sigue siendo el mejor tenista del circuito? Sin duda. Su versatilidad –domina tierra, hierba, pista dura y pista indoor casi al mismo nivel- le hace gran favorito a cualquier título y basta con ver su trayectoria desde 2011, cuando cambió su dieta por una intolerancia al gluten, para echarse a temblar: 5 Australian Opens, 1 Roland Garros, 4 Wimbledons y 3 US Opens.
Puede que ya no tenga que batallar contra el pasado –Nadal, como siempre que vuelve tras una lesión, será una incógnita a sus 32-33 años y Federer, pese a la brillantez de alcanzar diez semifinales del circuito en trece torneos disputados, va ya a por los 38, una edad imposible- pero el futuro le acecha. No creo que Zverev esté preparado para arrebatarle el número uno del mundo, pero debería ir recortando distancias. Sin duda, Djokovic seguirá ganando torneos pero ya no los ganará todos. Seguirá perdiendo finales igual que ahora Federer pierde semifinales. A Zverev se unirá el citado Khachanov pero también Daniil Medvedev o el vasco-australiano Alex de Miñaur.
La generación de finales de los 90 tardará un tiempo aún en tomar el control pero digamos que ya no vivirá completamente subyugada y ajena a los grandes trofeos, como le sucedió a la de Goffin, Raonic, Nishikori y compañía. Salvo lesión, Nole conseguirá mantener su estatus frente a Rafa y Roger. Ha sido mejor que ellos casi cada uno de los últimos siete años, con las excepciones de 2013, el mejor año de Nadal en mucho tiempo, y de 2017, cuando el codo le impidió competir en condiciones. Ahora bien, ¿conseguirá conservar ese estatus frente a los recién llegados? Durante un tiempo, eso seguro, pero, ¿cuánto tiempo? Las dos últimas derrotas dejan claro que ni el serbio es imbatible como lo fue durante 2014, 2015 o la primera mitad de 2016 ni los chavales le tienen el respeto reverencial que sí han tenido demasiados tenistas durante demasiados años.
Es imposible hablar del presente, y con el presente me refiero a los próximos 3 o 4 grandes torneos. Los ejemplos citados al principio del artículo deberían bastar. Ahora bien, el futuro ya pertenece a otros jugadores y la buena noticia es que el futuro se acerca a pasos agigantados. Disfrutemos, mientras, de todo lo que nos puedan dar estos tres genios del deporte, encabezados de momento por el serbio. Tiene entre ceja y ceja los 20 Grand Slams de Federer y no llegará… pero puede que se quede cerca. Solo eso ya serían palabras mayores.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.