En días pasados, Andrés Manuel López Obrador dio su primer discurso ante mandos y efectivos militares. Las fotos e imágenes televisivas del acto comunicaron poderosamente. En una instalación militar, formados en cuadros perfectos e impecablemente uniformados, los integrantes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas –Ejército, Marina y Fuerza Aérea– escuchaban a su próximo comandante supremo. Pero el discurso no estuvo a la altura de la imagen: en vez de hablarles como su próximo comandante, López Obrador se dirigió a los militares como si estuviera buscando su voto en un mitin de campaña.
Cuando se está ante una audiencia escéptica, el orador tiene que reconocer las diferencias de opinión que tiene con su público de modo respetuoso, para después apelar a valores y objetivos comunes. Si no lo hace, se arriesga a perder credibilidad. Pero en este discurso, AMLO finge que nunca dijo que usar a los militares en tareas seguridad pública era una política incorrecta. No reconoce que una y otra vez había prometido retirarlos gradualmente de tareas de seguridad, “desaparecerlos” como existen ahora, o regresarlos a sus cuarteles en seis meses. Tampoco hace ningún acto de contrición –ni mucho menos pide disculpas– por haber llamado a su audiencia “autores de masacres” que “ametrallan a diestra y siniestra”, o por prometer que incluiría al ejército en investigaciones sobre el el caso Ayotzinapa.
Por el contrario, López Obrador se presentó ante este público como si siempre hubiera defendido el prestigio de las Fuerzas Armadas. “Lo he dicho en las plazas: el soldado es pueblo uniformado”, aseguró en su discurso. Como si ello no bastara, el presidente electo les recetó –a los militares, en su casa– una confusa lección de historia del Ejército, para concluir que “El Ejército mexicano es distinto al de otros países, es un Ejército disciplinado” que “nunca ha dado golpes de Estado”. Por eso, dice AMLO “le tengo confianza al Ejército, porque surge del pueblo”.
Como si los mandos castrenses no tuvieran experiencia ni estudios suficientes para entender el origen y evolución de la criminalidad y la violencia en México, López Obrador se tomó la molestia de explicarles que la crisis de inseguridad es únicamente culpa del neoliberalismo, “una política económica antipopular y entreguista” que “canceló el crecimiento económico” y que hizo que “mucha gente se quedó sin opciones, sin alternativas”, lo que los obliga a delinquir. “El mexicano no es malo por naturaleza”, dice AMLO, solo que los gobiernos neoliberales “empujaron a muchos a tomar el camino de las conductas antisociales”.
El centro del discurso fue la doctrina “todos bajo un solo mando: mi mando”. El presidente electo considera que las instituciones están trabajando aisladas en materia de seguridad: “Por un lado, el Ejército, por otro lado la Marina, por otro lado las policías estatales, por otro lado, las policías municipales… ¿Por qué no nos unimos y tenemos una Guardia Nacional para la seguridad pública? Eso es lo que estamos proponiendo: unirnos para darle paz y tranquilidad a nuestro pueblo” aseguró López Obrador. Sin embargo, hay quienes piensan que la Guardia Nacional es más un intento centralista de control político que una solución efectiva al problema de la inseguridad. A los militares tampoco les preguntaron qué opinan de la creación de una cuarta rama de las Fuerzas Armadas, con integrantes ajenos a su doctrina y formación.
Alejandro Hope escribió con mucha razón que “lo que debería ser el foco de atención no es lo que dijo López Obrador sobre los militares, sino lo que no dijo sobre los policías”, porque durante la campaña y la transición nunca se presentó una estrategia para crear instituciones civiles de seguridad. Hoy ha quedado claro que esa estrategia nunca existió, y que AMLO ha optado por darle a los militares todo el poder y toda la responsabilidad para combatir a la criminalidad.
Extendiendo el argumento de Hope, preocupa también lo que López Obrador no dice sobre el papel de las Fuerzas Armadas como la institución permanente del Estado a cargo de la defensa nacional. ¿Qué quiere decir cuando afirma que “desaparecerá” al Ejército y la Armada como existen ahora? ¿En aras de una “austeridad” mal entendida frenará la adquisición de material indispensable para la modernización de las Fuerzas Armadas? ¿Cómo piensa resarcir a la Fuerza Aérea la grave pérdida que significa en términos de capacidad de respuesta el cierre de la Base Aérea Militar de Santa Lucía? Preocupa mucho pensar que el próximo presidente está apostando lo poco que nos queda de institucionalidad funcional –las Fuerzas Armadas– a su idea de una Guardia Nacional a la que quisiera enviar a combatir el neoliberalismo más que a combatir criminales.
Ninguno de estos temas centrales entró en el discurso de López Obrador, quien muy contento finalizó diciendo a los soldados y marinos: “Estoy a gusto porque esto es lo que he venido haciendo por años: ir pueblo por pueblo, en todas las plazas públicas, a hablar de esta manera”.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.