para Marie José Paz, in memoriam
“Se abre, flor doble, el mundo: / tristeza de haber venido, / alegría de estar aquí. / Ando perdido en mi propio centro.” No ser ni de aquí ni de allá, ser de aquí y de allá a la vez: en los versos finales de “Concierto en el jardín”, Octavio Paz nos habla del sentimiento ambivalente de los exilios voluntarios y los desarraigos íntimos. En este poema de Ladera este, ubicado bajo la égida del vina y del mridangam, percusiones del sur de la India, el poeta celebra además la gran tradición musical del país que ama y que está por dejar. El también embajador se interroga sobre la diplomacia como distancia ganada sobre sí mismo y su propio país, como ejercicio dulce y amargo de amor profundo y de crítica severa y justa. Relación apasionada con el México natal, cosmopolitismo de la vida y del espíritu, confrontación con lo extranjero en sus similitudes y divergencias, papel inestimable de passeur entre los mundos: el diplomático es un “catalizador”, decía su maestro Alfonso Reyes.
Desde su nombramiento en septiembre de 1962, el diplomático implementa una dinámica política de cooperación. Traba amistades sólidas y teje vínculos literarios y artísticos duraderos entre los dos países. También se confronta con la alteridad de los paisajes, los seres, las artes, la filosofía, la religión, la historia y la sociedad: choque plural y deslumbrador que le proveerá amplia materia intelectual, política y poética. En fin –y es seguramente lo que distingue su estancia india de otras experiencias latinoamericanas similares–, el escritor desarrolla allá un agudo pensamiento sobre la “otredad” que va de la mano con una autorreflexión sobre México –vuelta sobre sí mismo iluminada por la diferencia.
En una entrevista que dio al final de su vida, resume este aprendizaje inestimable: “La India me puso frente a otra civilización. Fue una experiencia singular, como mirarse en un espejo y ver aparecer otra persona que también, extrañamente, es uno mismo. Así, me obligó a enfrentarme conmigo mismo.” Octavio Paz: cierto uso –mexicano– de la India.
I. Excepción y cooperación
Tanto México como la India pueden definirse como “naciones palimpsesto”. La imagen, usada por Jawaharlal Nehru para describir a su país, apunta a estratos étnicos, religiosos, lingüísticos y sociales extremadamente diversos. Las dos naciones se distinguen además por querer escapar del paradigma bipolar que se instala después de la guerra mundial. A partir de los años cincuenta, esta aspiración común favorece el acercamiento entre ambos países y se traduce en particular en el establecimiento de relaciones diplomáticas oficiales, amistosas y sostenidas.
Las dos estancias profesionales de Paz en la India son emblemáticas de esta búsqueda de una “tercera vía” geopolítica. Antes de ser nombrado embajador, vivió unos meses en Nueva Delhi y participó en la instalación de la primera embajada mexicana –y latinoamericana– en la India en 1951. De vuelta en 1962, esta vez como embajador, recibe al entonces presidente Adolfo López Mateos. Esta visita, corolario de la que hizo Nehru a México el año anterior, tiene un fuerte carácter programático: en su declaración conjunta, los dos jefes de Estado no solo celebran las semejanzas entre las “naciones hermanas” sino que llaman a una colaboración total entre ellas.
Al respecto, Paz hace de su estancia en la India un modelo de lo que hoy se designa a veces como “cooperación sur-sur”. La cooperación científica fue particularmente activa: México aprovechó, por ejemplo, la alta calidad de la formación médica y farmacéutica de la India, mientras que esta se benefició de la experiencia mexicana en materia agrícola.
Es, sin embargo, en el ámbito cultural donde más destaca el dinamismo de su embajada. Durante su misión, Miguel León Portilla, Agustín Yáñez y el politólogo Mario Ojeda son invitados a dar conferencias; los pianistas José Kahn y Carlos Vázquez se presentan en la capital india. El compromiso personal del embajador es particularmente notable en el dominio de las artes plásticas: recibe, por ejemplo, al pintor Rufino Tamayo y en 1965 a la exposición Retratos de México. En 1962, la embajada mexicana organiza proyecciones de Nazarín de Buñuel en diversas ciudades indias; en 1964, le toca al gran cineasta Satyajit Ray presentar su obra en el famoso Festival de Cine de Acapulco y, en 1965, una semana del cine mexicano tiene lugar en Calcuta. Durante seis años, Paz se dedica incansablemente a tender puentes de diversa índole.
II. La diplomacia de la amistad
En paralelo a ese trabajo está la experiencia de otra forma de la diplomacia que hace Paz al trabar numerosas y variadas amistades en la India. Su posición lo lleva lógicamente a relacionarse con las élites políticas del país. Unas cuantas cartas conservadas en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores dan testimonio de la admiración mutua que lo une a Jawaharlal Nehru, pero es sobre todo con su hija, Indira Gandhi, que mantiene una sólida amistad. Sucesora de su padre como primera ministra a partir de 1966, suele consultar al embajador mexicano sobre las cuestiones latinoamericanas. Paz también alimenta sus reflexiones y análisis diplomáticos relacionándose con periodistas, analistas políticos e historiadores indios como Sham Lal, entonces director del Times of India, o Romesh Thapar, ensayista y fundador de la revista Seminar.
Fiel a sus intereses diversos, Paz multiplica los encuentros en los círculos culturales. El musicólogo Narayan Menon y el famoso músico de “tabla” Chatur Lal le abren las puertas de la gran tradición musical india, tan compleja como desconocida para él. El filósofo Raimon Panikkar, al que invitará más tarde a México para debatir con él, lo inicia en la (poli)teología del subcontinente. En el dominio de las artes plásticas, frecuenta entre otros a Pupul Jayakar, historiadora y especialista en arte popular, y a los miembros del Bombay Progressive Artists’ Group, que le hacen descubrir la estética india antigua y moderna, y traba una amistad duradera con el pintor y poeta Swaminathan, al que dedica un poema de Ladera este.
El escritor manifiesta un interés especial por sus pares. Conoce a la novelista Santha Rama Rau, al político Jivatram Bhagwandas Kripalani y su esposa Sucheta, quienes lo familiarizan con la literatura moderna hindi y bengalí. Lo marca profundamente el doble encuentro con los poetas Agyeya y Shrikant Verma, considerados como el patriarca y el renuevo de la poesía hindi. En noviembre de 1985, durante su último viaje a la India, Paz repite con ambos la experiencia poética de Renga, mezclando esta vez el español, el inglés y el hindi en un poema a varias voces titulado “Poema de la amistad”.
Cultiva esa diplomacia personal en su papel de representante de la India vis-à-vis del mundo. Van a visitarlo amigos de proveniencias muy diversas. Para unos, apasionados de la India como el poeta francés de origen belga Henri Michaux, el filósofo griego nacionalizado francés Kostas Papaioannou o el pensador y hombre de Estado francés André Malraux, esas invitaciones son un pretexto para volver al país amado. Para otros, como el polaco-francés Balthus y los estadounidenses Robert Rauschenberg, Merce Cunningham y John Cage, son la ocasión de un descubrimiento fascinado. El escritor cubano Severo Sarduy decía que Paz había llegado a crear en la India “un pasadizo secreto entre las dos laderas”. En realidad, es una construcción intelectual y humana más ambiciosa: un gran triángulo vinculando las Américas, la India y Europa.
III. Triangulación de los saberes y síntesis poética
Ese triángulo constante entre los mundos se ve reflejado en el vasto conocimiento que Paz llega a acumular y construir sobre la India. El necesario paso por el vértice europeo se explica por una razón práctica: el acceso a la literatura y el pensamiento de la India lo hace Paz por medio de las traducciones disponibles en español, francés o inglés. Consciente de su desconocimiento de los idiomas locales, el escritor palia y rebasa este obstáculo con una apropiación personal y original de estas lecturas fundadoras. Será así el primero en introducir en español cierta tradición de la poesía sánscrita cuando propone, a partir de traducciones inglesas y francesas, una transposición de veinticinco epigramas del género kavya en Versiones y diversiones.
Inmenso lector, multiplica las claves de comprensión y análisis de esa cultura. Se interesa tanto en trabajos clásicos –los del indólogo Max Müller, por ejemplo– como en los estudios más recientes de los antropólogos Louis Dumont y Claude Lévi-Strauss. Conoce los escritos estéticos y filosóficos de sus compatriotas José Vasconcelos y Luis Villoro, quienes se cuentan entre los pocos intelectuales mexicanos en haberse interesado en la India antes que él. Sobre todo, complementa y coteja estas fuentes de informaciones occidentales y mexicanas con las producciones históricas, sociológicas, literarias y filosóficas indias, antiguas y contemporáneas.
Esta confrontación de posiciones a veces contradictorias, frecuentemente desatendida incluso por reconocidos especialistas de la India, se plantea para Paz como una condición necesaria para aproximarse a la complejidad del subcontinente. En efecto, esta perspectiva plural es lo que distingue su visión amplia, informada y encarnada de la distorsión reificante de otros numerosos discursos parciales: el de “Occidente”, tributario del peso de la historia y de la sospecha, el de las antinomias poscoloniales –a veces simplificadoras en demasía– o el de ciertas ficciones nacionales mitificadoras y excluyentes. Eliot Weinberger, traductor de Paz al inglés, resume la riqueza especular de su mirada: “His writings, for me, uniquely illuminate both India and Europe, each separately as well as in relation to each other.”
Su producción india plasma en el lenguaje mismo esta forma de pensamiento triangular. Ladera este (1969) es sin duda la obra poética más bella que se haya escrito en español sobre ese país. Pensado como tríptico, el libro abre con una parte epónima que se presenta como un diario de viaje. La segunda parte, “Hacia el comienzo”, expresa la nueva visión del amor que el poeta forja en la India, donde conoce a su segunda esposa Marie José a la par que descubre el tantrismo, pensamiento de la conjunción del cuerpo y del no cuerpo que concibe el erotismo como vía hacia la trascendencia. La tercera parte consta de un poema único, “Blanco”, que se lee como un ejemplo brillante de esta síntesis poética entre las voces y los saberes. Ecos de Mallarmé, reflexión sobre la palabra, idea del camino de la escritura y cuestionamiento sobre su destino final, el lector vuelve a encontrar temas centrales de la obra paciana; sin embargo, las diferentes partes que componen el poema se distribuyen aquí como los símbolos, colores y figuras de un mándala –¿doble poético indio del laberinto mexicano?
IV. 1968, “año axial”: rupturas y vueltas
Tras seis años fecundos, el embajador presenta su renuncia el 4 de octubre de 1968. Toma la decisión después de la masacre estudiantil de Tlatelolco. A través de este gesto político y moral único –pese a la gravedad de los hechos, no hubo otros casos de renuncia por parte de funcionarios en México–, marca su condena rotunda de la matanza perpetrada por el gobierno mexicano. La reitera el 7 de octubre, por un compromiso poético esta vez, mandando a los responsables de los encuentros culturales, organizados en el marco de la competición deportiva, su famoso poema, “México: Olimpiada de 1968”: “La vergüenza es ira vuelta contra uno mismo: / si una nación entera se avergüenza / es león que se agazapa para saltar.”
En México, la izquierda lo saluda como el garante de los valores morales y poéticos. Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco celebran en una columna el “breve poema donde la ira y el desprecio han sido expresados con una claridad deslumbradora”. Desde la cárcel de Lecumberri, José Revueltas firma una conmovedora carta pública dirigida al embajador dimisionario: “Aquí en la cárcel todos reflexionamos a Octavio Paz, todos estos jóvenes de México te piensan, Octavio, y repiten los mismos sueños de tu vigilia.”
En la India, si la opinión lamenta la partida de aquel amigo entrañable del país, también es muy sensible al gesto del embajador: premonición reveladora y confirmación final de su papel de puente, el último reporte diplomático que firma en septiembre es relativo al movimiento estudiantil indio… El estatuto especial de Octavio Paz, funcionario público y escritor ya renombrado, da una resonancia particular a este episodio y la prensa internacional hace eco de su renuncia, dejando ver al mundo la preocupante realidad de la situación mexicana. En una larga entrevista publicada en el diario francés Le Monde el 14 de noviembre, el poeta vuelve sobre la significación y las implicaciones de su gesto: “La única solución es separarse del gobierno y ejercer la crítica desde afuera.”
En 1969, el escritor da cuerpo a tal crítica en una continuación del Laberinto de la soledad, Posdata, redactada en Austin, Estados Unidos. El ensayo se presenta como una “tentativa por traducir el 2 de octubre en los términos de lo que yo creo que es la verdadera, aunque invisible historia, de México”. Tras proponer una tipología de los diversos movimientos estudiantiles mundiales, Paz se concentra en la especificidad mexicana y busca para su país una vía alterna que “no termine ni en los helados paraísos policiacos del Este ni en las explosiones de náuseas y odio que interrumpen el festín del Oeste”. A nivel nacional, el texto impugna la idealización del pasado prehispánico y deja ver que la realidad de la violencia marca la historia mexicana desde antes de la conquista: “Aquello que pasó efectivamente pasó, pero hay algo que no pasa, algo que pasa sin pasar del todo, perpetuo presente en rotación […] Por eso creo que la crítica de México y de su historia […] debe iniciarse por un examen de lo que significó y significa todavía la visión azteca del mundo.”
Esta interpretación de los acontecimientos, muy mal recibida por una parte de la opinión mexicana, le vale críticas feroces: junto con otros, Monsiváis, quien había sido de los primeros en celebrar la renuncia, le reprochará virulenta y duraderamente aquella “versión mítica” de la masacre estudiantil. Este vuelco inesperado que hace pasar a Octavio Paz de figura de la conciencia moral al rango de “embajador obsoleto y burgués”, según las palabras de su propia hija Laura Helena Paz Garro, marca el alejamiento –involuntario, doloroso y definitivo– del escritor con la izquierda mexicana.
V. Visión y reflexión
Empieza entonces para él, persona non grata en México, un exilio de algunos años en Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña. De regreso al vértice occidental del triángulo, el escritor madura sus aprendizajes indios. En Cambridge escribe el Mono gramático (1970). Esta obra inclasificable cruza las influencias intelectuales orientales y occidentales. Marcado por el estructuralismo y sus interrogaciones sobre el lenguaje, el libro, inspirado por el dios hindú Hanuman, está atravesado de referencias al pensamiento indio. Este acercamiento entre los mundos también caracteriza el cuerpo de texto que hace converger el camino de Galta, ciudad en ruinas del Rayastán, y el jardín inglés al que da la ventana del escritor. “La sabiduría no está ni en la fijeza ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos.”
De manera significativa, es a la India que Paz dedica su último ensayo, publicado en 1995, que no se plantea como “hijo del saber sino del amor”. Sin embargo, se convierte rápidamente en viático y suscita la admiración de distinguidos conocedores del subcontinente, como el sanscritólogo francés Charles Malamoud, que no duda en calificarlo de “texto de referencia”. El título elegido expresa la modestia del proyecto –Vislumbres: indicios, realidades percibidas entre la luz y la sombra– e insiste en la centralidad de la visión. “¿Cómo ve un escritor mexicano, a fines del siglo XX, la inmensa realidad de la India?”: a través de esta pregunta, pretexto de la obra, Paz no solo reitera la importancia de la mediación visual sino que llama la atención sobre la singularidad de su comprensión de la India.
Brillante analista de la “soledad mexicana”, el escritor solo podía ser sensible al sentimiento análogo experimentado por los indios: “advertí que entre los indios era muy viva la consciencia de sus diferencias con otros pueblos. Es una actitud que comparten los mexicanos. […] De ahí que no sea exagerado decir que el hecho de ser mexicano me ayudó a ver las diferencias de la India… desde mis diferencias de mexicano. No son las mismas, por supuesto, pero son un punto de vista; quiero decir, puedo comprender, hasta cierto punto, qué significa ser indio porque soy mexicano”. Más allá de los paralelos históricos, políticos y prosaicos desarrollados en el ensayo, la inédita proximidad entre ambos países reside en la aparente paradoja de una comunidad de la diferencia.
Conjunción en la disyunción, revelada por la mirada de un “hijo marginal de Occidente” sobre otro margen del mundo occidental. La gran enseñanza india de Octavio Paz radica en este ejercicio dinámico de reflexión –en el sentido óptico e intelectual del término– que dilucida a un tiempo los enigmas de la identidad y de la alteridad. A los setenta años, en una entrevista con el filósofo indio-catalán Raimon Panikkar, él mismo resume así su aprendizaje: “No sé qué obtuve de la India, es un proceso […] pero la gran confirmación fue la posibilidad de ser al mismo tiempo esto y lo otro.”
En esto ver aquello, ser esto y lo otro. De México a la India pasando por Europa: un triángulo cuyos vértices mantienen relaciones especulares que se articulan en el trabajo diplomático, las relaciones amistosas y la rica obra literaria de Paz, que no solo informa sobre la compleja realidad india sino que da lugar a una fecunda autorreflexión sobre la identidad mexicana, a la par que ilumina el pensamiento occidental. Es esta visión de la India de Octavio Paz que quise evocar y homenajear aquí. ~
Es doctorante en estudios hispánnicos y lusobrasileños en la Universidad de Chicago y especialista en la embajada de Paz en la India