Estuve en Tijuana, visitando el albergue de la Madre Assunta, encargado de recibir a decenas y decenas de madres deportadas de Estados Unidos. No exagero si digo que nunca había visto un drama similar.
Las madres que viven en el albergue por un máximo de 15 días han perdido a sus hijos por razones ridículas, burocráticas, inhumanas. De todos los casos que escuché, ninguno se compara al de Mayra, una joven mujer de Guerrero que vivía en Utah con sus dos hijas pequeñas, una de ellas enferma de un mal renal.
Hace un par de años, Mayra accedió a la petición de su hija enferma de ir por una limonada. Era de noche. Asustada de manejar en la oscuridad, Mayra encendió las luces largas. Se dio cuenta de su error y al intentar disminuir la intensidad de los faros, terminó por apagarlos por completo durante cinco segundos. La mala fortuna quiso que un policía volteara a ver al auto justo en ese momento. Mayra fue detenida. El policía no tardó en darse cuenta de que estaba frente a una mujer sin documentos. Sin pensarlo dos veces, el hombre tomó a Mayra y la separó de sus dos hijas. De aquello hace 24 meses. Desesperada y sin guía legal alguna, Mayra intentó volver de manera ilegal a Estados Unidos. Dos veces trató y dos veces la detuvieron. En ese lapso, su hija recibió un trasplante de riñón. Las autoridades no le permitieron estar ahí para la cirugía.
Hoy Mayra intenta, quizá infructuosamente, volver a ver a sus pequeñas, que viven en un hogar temporal. Las autoridades en Estados Unidos le exigen que tenga un trabajo y un hogar y otros requisitos menos sensatos. Mayra lo ha intentado todo pero, no ha conseguido lo que le piden. El día que la conocí, estaba planeando ingresar de nuevo, de manera ilegal, a Estados Unidos. No la culpo. Su desesperación debe ser profundísima.
El drama de Mayra se repite en miles de mujeres mexicanas y centroamericanas deportadas de Estados Unidos. La política de detención y expulsión del gobierno estadunidense ha roto familias de una manera atroz. En los siguientes años, más allá de la reelección de Obama, el gobierno mexicano tiene que encontrar la manera de presionar al estadunidense para acabar con la política de deportación sistemática e indiscriminada que da pie a historias como la de Mayra.
Las lágrimas de esa madre mexicana no deberían pertenecer al siglo XXI, donde la humanidad y una idea básica de la civilización deberían imperar a ambos lados de la frontera.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.