Xi Jinping, vicepresidente chino y futuro mandamás del gigante de Asia, visitó Estados Unidos la semana pasada. En Washington repartió lugares comunes: habló de estrechar lazos comerciales y trabajar en conjunto hacia el nuevo siglo. Después visitó California, donde participó en foros y hasta se dio el gusto de ver a los Lakers. A mediados de semana, en el momento más singular pero también más revelador del viaje, Xi volvió al pequeño pueblo de Muscatine, en Iowa, donde pasó algunos días en 1985 mientras recorría el corazón de EU en un viaje de investigación sobre agricultura. Xi se reencontró con la familia que le ofreció techo en los años 80. Tomó té con 15 personas que conoció en aquel primer viaje a EU, cuando el futuro líder chino tenía 32 años. Asombrados, sus anfitriones contaron después que Xi se acordaba de absolutamente todo: “un caballero” con una “memoria de clarividente”, tan “humilde” ahora como hace casi tres décadas. Al final, el viaje de Xi Jinping no pudo haber sido más exitoso. ¡Y cómo no! Después de todo, Xi sabe que representa a un país ya muy cerca de la cima mundial.
La confianza de Xi Jinping arraiga, en parte, en el liderazgo chino como principal economía exportadora del planeta. El capitalismo autoritario y voraz que se practica en China haría palidecer a Marx. Pero el éxito chino no solo depende de su capacidad económica. La apuesta china tiene otras vertientes más sutiles pero igualmente importantes. Encontré el ejemplo más claro durante una charla en la Universidad del Sur de California, apenas unos días antes de la visita de Xi. Diez minutos antes de empezar la plática con jóvenes mexicanos, un estudiante de leyes se me acercó. Había ido a clases en la Ibero y ahora buscaba una maestría en derecho en USC. Le pregunté cuántos compatriotas tenía en el programa de posgrado. Supuse que serían varios. Después de todo, por cercanía y disposición, USC parece una universidad natural para estudiantes mexicanos. “Solo tres”, me dijo. Le pregunté si acaso había pocos extranjeros en general. Sonrió. “No”, me dijo: “hay muchos… chinos”.
El joven mexicano me contó cómo los chinos tienen habilidades académicas extraordinarias. “Ellos no son mi competencia”, me dijo. Aparentemente, los chinos registran promedios cercanos a la perfección, al famoso “diez cerrado”. Tratar de competir con los chinos resulta simplemente imposible. Después hablamos de los hábitos sociales de los compañeros chinos. Retraídos y desconfiados, sí. Pero también viviendo en absoluta comodidad gracias a las generosas becas de su gobierno. “Se dan una muy buena vida. Si vas a su Facebook los ves en Las Vegas, Lake Tahoe”, se quejó mi nuevo amigo. “Es que están becados por completo”, me dijo a manera de explicación. Para él, en cambio, obtener una beca había sido casi imposible. “Si no estudias ingeniería o algo técnico, es muy difícil en México”, me dijo.
La experiencia del joven estudiante mexicano revela otro de los motivos por los que Xi Jinping se desenvuelve con tal confianza. A pesar de los problemas que aún acarrea China en cuanto a la educación de su población, el gobierno chino ha apostado desde al menos 40 años por la construcción de una notable clase de estudiantes de élite que, como hiciera Xi en los años 80, viaja al extranjero para destacarse académicamente y, en muchísimos casos, volver a su país con una educación de primer mundo bajo el brazo. Se calcula que, en los últimos 35 años, más de 700 mil chinos han salido de su país a estudiar en más de 108 países alrededor del mundo. En 2010, 130 mil chinos estudiaban en universidades estadunidenses. ¿Y qué hay de México? Bueno, pues en el mismo año había apenas 10 por ciento: 12 mil estudiantes. ¿Becados en EU? El número no debe llegar a los mil. Y luego nos preguntamos cuándo y cómo se nos fue el tren.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.