Foto: Emiliano Becerril

Tiempo de compensación

Dentro y fuera de los pasillos de la FIL Guadalajara, entre la hora del desayuno y la siguiente presentación, autores, lectores y editores se dieron tiempo de seguir el mundial de Qatar.
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Estoy sentado en un hotel ubicado a pocos metros de la FIL. Desayuno un bufé con todas las de la ley, es decir, que va de la papaya al chilaquil. No dormí en este hotel, sino en uno contiguo donde lo único que existe para administrar el comienzo del día es la máquina expendedora del lobby. En ese hotel hay gente que entra y sale, pero en este, donde desayuno ahora, se puede comer, por lo cual todas las mesas están repletas con gente con el gafete que las acredita como participantes de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, personas que se ponen el gafete para desayunar huevos con jamón y beber café de calcetín. Yo estoy a punto de hacer exactamente eso.

Gol de Portugal. Todavía no me acomodo en la silla, todavía no tomo café, y ya metió gol Portugal. Llega el café. Es un poquitito mejor al que podría ofrecerme la máquina expendedora del hotel donde dormí, pero sigue estando en el rango de lo aguadísimo. Pero no importa, este café es una pócima necesaria, un agua de tierra transparente cuyo efecto y objetivo es uno: darnos valor para llegar a la cafetería del Área de profesionales de la Feria, donde hay exprés, y ahí, entonces, tomar un café un poco más de cercano a la verdad. ¡Gol de Corea! El partido promete.

El café del Área de profesionales no es el mejor, tampoco, pero se defiende un poco más. ¡Uh! ¡Portugal! Este bufé es como un campamentito militar romano donde se cargan fuerzas para ir al verdadero campo de batalla: la Expo Guadalajara, el recinto que aloja la feria, un Waterloo donde todo puede pasar. Portugal insiste, Ronaldo, ya saben. En este bufé –que no es el único, porque la FIL está rodeada de campamentitos– estamos los que llevamos muchos días y los que recién llegan.

Los que llevamos muchos días ya ni siquiera pretendemos ocultarlo: toda nuestra corporalidad comunica que acabamos de salir de una lavadora centrífuga. Por ejemplo, en una mesa de allá hay un escritor, no diremos quién es, que se ve desvencijado. Es evidente que lleva varios días en la FIL, su corporalidad lo delata, desayuna solito, mirando fijamente los frijoles. Su gafete parece rendirse sobre la mesa. En otra mesa hay un editor de Planeta con alguien más, a quien por cierto siempre he visto, siempre en la FIL, en pasillos y stands, pero nunca he saludado ni sé cómo se llama. Ellos se ven frescos, y está claro que llevan pocos días, o por lo menos lo disimulan bien.

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Dejo de observar el entorno y miro la televisión, Portugal y Corea siguen 1-1. Ronaldo vuela en la pantalla, cada vez que levanto la cara lo veo volar. En el bufé hay quizá tanto movimiento como en la pantalla. Laura Baeza (Niebla ardiente, en Alfaguara), a quien ayer escuché presentar Las herederas (también Alfaguara), de la simpática Aixa de la Cruz, me dice que tiene que moverse rápido: Aeroméxico le mandó un mensaje diciéndole que cancelaba su vuelo. Ojalá lo resuelva. Dicen que hay neblina en el aeropuerto. A la escritora de niebla ardiente la retrasa la niebla. Medio tiempo, Corea y Portugal se van a vestidores empatados a uno. En cuanto Laura se va, entre el movimiento de las charolas del bufé veo emerger al escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya (El asco, Random House, novelita corta y dura a la cabeza que siempre recomiendo) caminando con, adivinaron, unos huevos con jamón, o por lo menos eso imagino. Horacio presentó ayer El hombre amansado. No pude asistir a su presentación, pero me lo encontré un par de horas antes, cuando me escapé al Hilton (el hotel de la clase alta de la industria, situado frente a la Expo) para ver un trozo del Alemania-Costa Rica. Estábamos él, un tico vestido de traje rojo-costarricense, y yo. Celebramos como si no hubiera mañana el gol que Costa Rica le hizo a Alemania. Probablemente nuestros gafetes chocaron entre sí. Pero luego la ilusión duró poco, porque otra vez la ilusión se rompió cuando Costa Rica quedó fuera. Quizás ilusión es algo que, por antonomasia, dura poco. La ilusión es siempre efímera y fugaz. La ilusión se rompe o, si dura mucho, se transforma en otra cosa.

Regreso mi mente al bufé de hoy. Sus opciones no se comparan con las que ofrece la FIL, un bufé intergaláctico de historias, formas y encuentros. Comienza el segundo tiempo, aunque yo en realidad lo que quiero es ver el partido de Uruguay contra Ghana, que se juega simultáneamente. No lo están pasando en este hotel. Mi corazón está siempre con los charrúas, porque ¿qué corazón podría no estar con Uruguay en algo? El Uruguay-Ghana tiene, además, un calorcito dramático porque Uruguay eliminó a Ghana en el mundial de Sudáfrica. Ghana era el último equipo africano vivo en aquel mundial, y por lo tanto era el representante total de África, pero Uruguay es Uruguay. Aquel partido lo miré junto a un amigo uruguayo y una amiga ghanesa, que lloró horrores. Ahora pienso en ellos. El café de calcetín hace efecto y mis recuerdos se activan con más fidelidad.

Cambio en el Portugal-Corea, están sacando a Cristiano. En la mesa de enfrente, donde antes estaban tres personas (con gafete) ahora está Felipe Restrepo Pombo (Formas de evasión, Seix Barral), colombiano afincado en México, desayunando en calma. Me doy cuenta que los comensales han cambiado un poco. Me encuentro a la puertorriqueña Mayra Santos-Febres, va entrando al bufé, me cuenta que llegó ayer, que algo pasó en el aeropuerto, pero antes de que yo logre entender, Castellanos Moya se acerca. Hay saludos y olvidamos la anécdota del aeropuerto. Mayra se ve entera –ella siempre se ve entera–. Viene a la FIL a hablar de literatura afro en América y a presentar Lecciones de renuncia, un libro editado por la Universidad Veracruzana. Qué enorme diversidad y riqueza de pensamientos tiene la FIL y qué fantástico es poder estar en ella.

El partido avanza y el bufé se va vaciando poco a poco, casi como están a punto de vaciarse los stands de la FIL. La gente aquí termina de desayunar, va a trabajar, pero yo me quedo, faltan pocos minutos. Y el partido está bueno. ¡Portugal ataca! Me sirven más café, pido la cuenta para poder, eso sí, salir corriendo en cuanto acabe el partido, y miro en mi teléfono: Roskva Koritzinsky (Yo aún no he visto el mundo, Elefanta Editorial), autora noruega que emprendió un viaje de 36 horas para venir a Guadalajara, me cuenta por mensajito que una de sus actividades era dar una charla en una preparatoria pública, pero que no pudo llegar porque que el vuelo se retrasó diez horas en la Ciudad de México. ¡Gol de Corea! Levanto la cara. Minuto noventa. Alguien lo grita, se escucha el ruido de un tenedor que cae al suelo. Un coreano llora en la tele. Hacen close up a Cristiano Ronaldo, consternado en la banca.

El partido parece subir en intensidad, estamos prendidos al televisor. Me pregunto cuánto va Uruguay. Miro mi teléfono para revisar. Uruguay necesita un gol. Le respondo a Roskva Koritzinsky. Miro mensajes, y veo también que el vuelo del escritor senegalés Mohamed Mbougar Sarr, premio Goncourt 2021 por La más recóndita memoria de los hombres (Anagrama), está atrasado. El partido y los vuelos, todo está en tiempo de compensación… hasta que se acaba el tiempo.

Termina el partido, Corea vence 2-1. El partido de Uruguay sigue, qué nervio. Ayer mismo me compré un librito de Criatura, la editorial uruguaya. ¡No! El partido de Uruguay termina. Quedan afuera los charrúas, ¡caramba! ¡Uruguay! Corea pasa. La ilusión dura poco. El tiempo de compensación lo cambia todo. En 90 minutos, el mundial, la FIL y el bufé parecen haber triangulado, cambiado y aumentado la intensidad. Así son todos los días. Levanto mis cosas y me dispongo a ir a la expo. Al rato quizás me acerque al stand de Brasil, para mirar un rato el juego.

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es editor de Elefanta editorial.


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