Muchos potenciales votantes del PAN han seguido con perplejidad el proceso de elecciones primarias que el partido ha organizado para encontrar a su candidato presidencial. Y no es para menos. Aparentemente, el PAN ha malgastado al menos un par de valiosos meses en una lucha que, a todas luces, está definida desde hace tiempo. Ernesto Cordero y Santiago Creel —más el primero que el segundo— parecen estar dando una batalla estéril. Peor aún: a primera vista, la lucha interna puede resultar de verdad nociva para las aspiraciones del partido en general. ¿En qué cabeza cabe perder el tiempo tirándose pedradas cuando el auténtico enemigo está en otro lado y goza de una ventaja tan considerable? Algunos argumentan que Santiago Creel ha planeado su campaña por la candidatura del PAN durante todo el sexenio y no tiene por qué tirar la toalla sino hasta que el proceso termine. Otros dicen que el presidente Calderón desconfía de Josefina Vázquez Mota y, en cambio, se siente cómodo con Ernesto Cordero como delfín del círculo más cercano del calderonismo, el mismo sitio que alguna vez ocupó Juan Camilo Mouriño. El misterio panista incluso ha dado pie a teorías descocadas. La más extraña que he escuchado es aquella que supone que el presidente Calderón guarda un resentimiento tan grande contra Enrique Peña Nieto que prefiere ver triunfar a López Obrador; ergo, el apoyo calderonista a Cordero, un candidato tan débil que, al final, generaría un fenómeno de voto útil a favor del aspirante de la izquierda. ¿Increíble? Quizá…
En cualquier caso, todas estas lecturas suponen que el panismo de principios de 2012 sufre de una propensión al suicidio electoral. Yo mismo pensé, durante un buen tiempo, que lo del PAN se había convertido en una comedia de equivocaciones. Ahora, sin embargo, tengo una impresión distinta. Creo que el PAN ha sido mucho más astuto de lo que imaginamos.
Me explico. La hipótesis de la absurda división panista tiene como argumento central la pugna entre los tres precandidatos de Acción Nacional. “Se están destrozando. Peña debe estar feliz”, me dijo un colega cuando parecía que Ernesto Cordero de verdad se lanzaría contra Josefina Vázquez Mota. Pero eso finalmente no ocurrió, o sucedió muy brevemente. En realidad, la elección panista se ha vuelto un concurso de caballeros (y dama) en el que las fricciones resultan risibles. Basta comparar la contienda del PAN con lo que ocurre en otras primarias de verdad rijosas. Me remito al ejemplo más cercano. En la lucha por la candidatura republicana en Estados Unidos, los aspirantes han gastado millones de dólares —y de palabras— para retar, desprestigiar y descalificar a sus rivales. Los choques entre Mitt Romney y Newt Gingrich han sido memorables; las cosas que se han dicho, de verdad asombrosas. El contraste con el PAN es risible. Seamos francos: en Acción Nacional no se tocan ni con el pétalo de una rosa.
Y creo entender por qué. El PAN no es un partido suicida. Quizá no ha sabido ejercer el poder de la mejor manera, pero el poder le sigue interesando. El presidente Calderón podrá tener muchos defectos, pero la torpeza en la estrategia electoral no es uno de ellos. Sospecho, entonces, que los aspirantes panistas se reunieron, hace un buen tiempo, con la dirigencia del partido y decidieron alargar las elecciones internas para aprovechar el marco legal electoral. Al hacerlo, han ganado exposición mediática, para la candidata y para el partido. Para febrero, el PAN habrá estado, de una u otra manera, en boca de todos. Sin haber roto las reglas, sin haber sido realmente cuestionado. Y así enfrentará una campaña presidencial que será furiosa pero también fugaz. Por lo pronto, en las encuestas de enero, el segundo lugar le pertenece, por un margen respetable, a Josefina Vázquez Mota. Nada mal para una candidata que aún no es candidata.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.