Fotograma de Entrevista con el vampiro, de Neil Jordan.

Vida y mito del vampiro/ y 10

Entrevista con el vampiro, realizada en 1994 por el hasta entonces mediocre Neil Jordan, se basa en la primera de las Vampire Chronicles de la novelista Anne Rice.
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El tan reciclable vampiro, brotado como un venenoso hongo del subconsciente colectivo, de la superstición aldeana y la literatura “gótica”, estaba destinado a perpetuarse, naciendo, muriendo y renaciendo 24 veces por segundo, que es la velocidad a la que deben pasar los fotogramas para mover figuras e historias en las pantallas de cine. Y como el movimiento conlleva el permanente cambio, el mítico caballero de las tinieblas, desplazándose de la inicial película de Murnau a las de Browning, de Dreyer, de Fisher, de Méndez, de Bava, de Polanski, de Herzog, etc., vino otras tantas veces a transformarse tal como en sí mismo, pero a la vez en otros, lo perpetúa el cine. Como hemos visto en esta serie (que por fin finaliza, tocada a su vez por la luz del alba) apareció hace más de un siglo en un cortometraje de Meliès: Le manoir du diable (1896), y pasó de ser dos veces Nosferatu a ser incontables veces Drácula, para, luego de diversas mutaciones en incontables pequeñas o grandes películas de muy varias calidades, convertirse en un medallón de relojería (Cronos, de Del Toro) y en un héroe del amour fou (Bram Stocker’s Dracula, de Coppola). Y sin duda cinéfilos y filmófagos reencontrarán en las pantallas al príncipe de los “muertos vivos”, pero por ahora terminaremos (plural muy singular) este recorrido por el cine vampírico con dos películas que han tratado el asunto renovándolo en distintos modos.

Entrevista con el vampiro, realizada en 1994 por el hasta entonces mediocre Neil Jordan, se basa en la primera de las Vampire Chronicles de la novelista Anne Rice. Es una película suntuosa, que rivaliza con la de Coppola en vistosidad, en calidad del reparto y en el tono poético, y, sobre todo, es más innovadora y audaz que ésta, no sólo porque demuestra que los vampiros son entrevistables, o porque presenta (teatro homenajedo por el cine) una compañía teatral de vampiros dirigida por Armand-Antonio Banderas, sino porque revela muy francamente la índole homosexual de los personajes principales actuados brillantemente por Tom Cruise y Brad Pitt, sino, además, porque rompe con el tópico de la cabal inocencia de los niños incluyendo una niña vampira (seductoramente actuada por Kirsten Dunst), quien, como vampirizada víctima e hija adoptiva de ambos, los acompaña en su epopeya traspasadora de geografías y de épocas (de Nueva Orleans a San Francisco, EUA, pasando por el Viejo Continente, y yendo del siglo XVIII al siglo XX… con opción al XXI, sin duda).

Last but not least, la película dramatiza un grave asunto de orden moral y maniqueo: Lestat-Cruise es el Vampiro Malo y Louis-Pitt el Vampiro Bueno, que sufre el arrepentimiento y la reincidencia en el pecado tal vez susurrándose el verso de Baudelaire:Je suis de mon coeur le vampire.

Acaso el filme de Jordan sea una cima del cine vampírico, pero allí no muere el personaje temático, y sin duda veremos otras muchas secuelas, variantes y mutaciones del mismo, pero finalmente (por ahora) hay que anotar un muy culto capricho fílmico entre tenebroso y humorístico: The shadow of the Vampire (La sombra del vampiro), de 2002, que fue producido por el actor Nicolas Cage, entre otros, y dirigido por un tal Elias Merhige sobre un guión de Steven Katz.

La película, muy referencial y reverencial, pues ofrece cine dentro del cine, trata de la filmación del Nosferatu de 1922 por el gran Friedrich Murnau (interpretado sin parecido físico por el excelente John Malkovich), quien, con la loca obsesión de lograr un vampiro lo más realista posible en el marco del cine fantástico, contrata a un vampiro real, pues eso hubiera sido el genial y casi desconocido actor Max Reck (magníficamente “encarnado” por William Dafoe), el cual ataca y chupa la sangre y mata a casi todo el equipo de filmación, menos a Murnau-Malkovich mismo; y éste, tomando la cámara abandonada por el camarógrafo, continúa dando vuelta a la manivela y captando la acción hasta the End de ambas películas, es decir la película “de Murnau” y la irónica película de Merhige.

Un fantasma del cine es un fantasma real, puesto que ha sido fotografiado, dijo Jean Cocteau, y podría decirse lo mismo de un vampiro del cine. Así, un arte del siglo XX ha seguido reviviendo a un ser mitológico de ficción que (como el realmente existente “murciélago-vampiro” de los trópicos) nos frecuenta desde muchos siglos antes, pues se han detectado vampiros o upires o vukrolakas o íncubos o súcubos desde las literaturas de la más honda Antigüedad hasta muy recientemente. Petronio ya registraba uno, y además un hombre lobo, en el Satiricón, y Lovecraft y sus seguidores y muchas películas de mayor o menor nivel de calidad han propuesto vampiros de science fiction. Lo curioso es que el reincidente, inmortal y aterrador personaje, si está en relatos de Goethe, de Polidori, de Hoffmann, de Maupassant, de muchos otros autores, es en cambio inencontrable en los relatos del gran maestro del género del horror: Edgar Allan Poe. Pero quizá esa ausencia tan extraña, tan incomprensible, tan poco poeniana, se deba a que Poe, no queriendo entregarse a la curiosidad morbosa de los lectores, trastocó su vampiro interior en algunas variantes de muertos vivos, y en el cuento “El retrato oval”, un pintor, al retratar a su amada, la mata robándole la “energía vital”, como también hacen los vampiros no demasiado aficionados a beber sangre.

Finalmente aclaro, si no lo he hecho ya, que la palabra nosferatu significa, en serbio o en croata o en germánico, “el que no ha muerto”.

De lo cual el cine ha dado reiterada constancia.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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