El año pasado durante una entrevista para The AV Club, Will Oldham, mejor conocido en el mundo musical como Bonnie “Prince” Billy, expresó su desdén hacia los soundtracks recopilatorios: esas ocasiones en las que el director de una película decide apoyarse en canciones preexistentes en lugar de componer música original. Oldham decía no entender el criterio con el que se escogía una canción para después ahogar su letra con el diálogo del filme. Criticó principalmente a Wes Anderson, a cuyo enfoque para escoger música tachó de “canceroso”; un ejercicio gratuito de su iPod en shuffle.
Sin embargo, un buen soundtrack nunca se siente aleatorio. Se siente como un mixtape cuidado y dedicado, construido en aquellos días en los que su confección resultaba mucho más laboriosa que solo jalar canciones a una playlist en la computadora.
Aquí una lista de esas excepciones, instancias que crearon el matrimonio perfecto entre música e imagen y que hoy resulta difícil imaginar por separado.
The Graduate: El más grande éxito de Simon & Garfunkel fue escrito especialmente para la cinta de Mike Nichols. Sin embargo, no es “Mrs. Robinson” sino “The Sounds of Silence”, tomada del disco homónimo del grupo, la que permea esta cinta con un inigualable aire de nostalgia. Nichols ligó toda la angustia adolescente del pop con una de las historias icónicas sobre esta edad.
Trainspotting: ¿Existe escena inicial más pulsante y energética que Renton huyendo de las autoridades al ritmo “Lust for Life” de Iggy Pop? Quizás no. Danny Boyle construye una obra pop perfecta, y le inyecta vida con canciones que reflejan a la perfección el sentir de sus personajes. Hoy resulta imposible escuchar “Born Slippy” de Underworld sin remitirnos al Edimburgo de los noventa.
Harold and Maude: Más que ninguna otra cinta en esta lista, Harold and Maude, de Hal Ashby, se desenvuelve al ritmo de un álbum. Lo hace de la mano de Cat Stevens quien compuso dos canciones originales para la cinta y llenó el resto tanto de éxitos como de otras menos conocidas. Cada escena de esta historia de amor entre un adolescente suicida y una anciana llena de vida está enmarcada por una canción que no podría vivir en ningún otro lado.
Pulp Fiction: –I love you, Pumpkin.
–I love you Honey Bunny… Everybody be cool, this is a robbery! Any of you fuckin’ creeps move and I’ll execute every motherfucking last one of you.
Resulta difícil escuchar este dialogo y no adivinar los primeros acordes de “Miserlou” de Dick Dale and his Del-Tones. Y es que parte esencial de este disco fue la decisión de incluir líneas de diálogo de la cinta en los tracks, mostrando la habilidad de Quentin Tarantino para encontrar la canción perfecta para una escena desde el momento de escribir el guión.
Singles: Si un señor de 35 años quisiera explicarle a un adolescente de quince lo que fue el grunge, un buen lugar para empezar sería la banda sonora para la cinta de Cameron Crowe de 1992. El hilo narrativo de la historia, situada en Seattle, el epicentro del movimiento, se deja influir por la escena musical de los noventa. Pearl Jam, Soundgarden y Paul Westerberg de The Replacements nos dan una probada concreta del espíritu del momento.
Rushmore: La selección musical de Wes Anderson para su película más célebre es una mezcla singular de los momentos menos conocidos de muchos artistas iconoclastas de los sesenta. El resultado brinda a la cinta cierto aire atemporal. En el disco, canciones de The Who, The Kinks, Faces y John Lennon van entretejidas con el elegante score de Mark Mothersbaugh, líder de Devo.
2001: A Space Odyssey: El descontento de Stanley Kubrick con la música compuesta por Alex North para su “ópera” espacial dio como resultado uno de los soundtracks recopilatorios más inusuales, en donde están ausentes los éxitos pop. Esta banda sonora es una especie de “grandes éxitos” de música clásica, que además colocó “Also sprach Zarathustra” de Richard Strauss en el inconsciente colectivo e inspiró miles de parodias.
O Brother, Where Art Thou?: Trasladar La odisea de Homero al sur de los Estados Unidos durante los años treinta suena como una tarea fácil para los hermanos Coen. Sin embargo, hacer un exitoso musical al mismo tiempo era una tarea más complicada, que lograron gracias al productor T-Bone Burnett. Su impecable gusto dio una recopilación de bluegrass, country, folk y gospel que suena orgánica, antigua y nueva al mismo tiempo.
Lost in Translation: La música original de Kevin Shields, de My Bloody Valentine, encaja perfectamente con la selección musical de Sofia Coppola, y se consuma con el uso al cierre de “Just Like Honey” de The Jesus and Mary Chain —que nunca antes se escuchó tan dulce. A todo esto se suman Air, Sébastien Tellier y el grupo del futuro marido de Coppola, Phoenix, quienes en el 2003 solo podrían ser descritos como un descubrimiento.
Goodfellas: Martin Scorsese y los Rolling Stones mantienen una linda amistad creativa, en la que claramente existe respeto por el trabajo mutuo. “Gimme Shelter” es una particular obsesión de Scorsese, por primera vez utilizada aquí, y acompañada por clásicos como “Sunshine of Your Love” de Cream o “Layla” de Derek and the Dominos –el sonido perfecto para el retrato del gangster por excelencia.
– Rodrigo Rothschild