Hay pocos símbolos más potentes de la cursilería retro norteamericana que las películas en tercera dimensión. Ahí, en algún cine al aire libre de Alabama, una chica de vestido colorido y holgado, su pelo atado en un cola de caballo, ve la película desde el coche de un joven de pelo engominado y chamarra del equipo de futbol de la escuela. En otro coche, un grupo de adolescentes observan la pantalla a través de sus lentes bicolor. Los cincuenta y la tercera dimensión son dos elementos que van tan de la mano que hasta Robert Zemeckis, en esa oda a 1955 que es Back to the Future, puso a un personaje que no se quitaba los lentes de tercera dimensión en ningún momento. Hay algo ineludiblemente kitsch en la idea de una cinta en 3D: una moda anticuada que tuvo su auge hace casi medio siglo y así como vino se fue.
Sin embargo, este año ha marcado el renacimiento de la tercera dimensión. Todo comenzó con Coraline y Up, ambas proyectadas tanto de manera convencional como en 3D. La moda despegó este invierno con la llegada de Avatar y su velocísima escalada hacia la cima de la taquilla mundial y norteamericana. El resultado es que, hoy en día, los cines están plagados de estrenos en tercera dimensión. Y son estas películas que se adhieren a la nueva moda las que están recaudando cantidades inusitadas de dólares: Alice in Wonderland, How to Train Your Dragon y Clash of the Titans, entre otras.
El regreso de los lentes de 3D nos obliga a preguntarnos si ahora, a más de cincuenta años del auge de la tercera dimensión, esta moda habrá llegado por fin para quedarse. La respuesta no es fácil. Hay mucho en juego, tanto en el aspecto económico como en el artístico.
Aquellos que abogan por el uso de la tercera dimensión dicen que la nueva tecnología permite que el 3D elimine varias fallas que solía tener, creando una experiencia que tiene poco, o nada, que ver con lo que veían los chicos de los cincuenta. Antes, en la época de los lentes bicolor, la imagen en pantalla daba náuseas y dolor de cabeza, y una vez que dejó de ser algo nuevo, la gente simplemente dejó de acudir a las salas. Ahora, dicen los que están a favor del nuevo 3D, todos estos problemas han desaparecido.
Para entender las supuestas diferencias, primero hay que ver cómo funciona la tercera dimensión.
Los primeros lentes –los bicolor- crean un efecto de tercera dimensión a través de un proceso relativamente simple: mandan dos imágenes estereoscópicas al cerebro de manera simultánea, dando la ilusión de una profundidad de campo mayor. En la vida real, los seres humanos vemos en tres dimensiones porque ambos ojos captan datos ligeramente distintos. El cerebro procesa estos datos –estas dos imágenes- y, de ahí, crea la sensación de movernos en 3D. En la década de los cincuenta, los proyectores disparaban dos imágenes diferentes contra la pantalla: una con tintes rojos y otra con tintes verdes. Después, los lentes bicolor filtraban esa doble imagen, partiéndola en dos, dándole una al ojo derecho y otra al izquierdo, creando el efecto de tercera dimensión.
Pero este primer proceso distaba mucho de ser perfecto. Primero que nada, como bien dice Roger Ebert (el mayor crítico de la tercera dimensión), usar los lentes diluye los colores presentes en el celuloide original. Por lo tanto, la imagen en pantalla en una película de 3D es más opaca y menos rica que la de su contraparte bidimensional. Pero, más importante, el uso de filtros rojos y verdes en 3D utiliza una polarización de luz lineal para filtrar las imágenes a cada uno de nuestros ojos. En esencia: los lentes bicolor sólo filtran las ondas de luz que golpean los ojos mediante un plano de dos dimensiones. Lo que significa que el efecto de 3D sólo puede ser logrado cuando el espectador apunta su mirada (y su cabeza) directamente a la pantalla, de forma perpendicular, sin moverse ni un ápice de su asiento.
No obstante, hoy en día se usa un proceso distinto, llamado RealD. Los lentes RealD no usan filtros de ningún color, así que los viejos defectos de la tercera dimensión se han visto reducidos a un mínimo. Y, aún más importante, estos nuevos lentes utilizan un sistema de polarización de luz circular, permitiéndole a la audiencia moverse a dónde quiera dentro de su asiento sin perder el efecto del 3D. Es mejor, da menos náusea y es mucho menos molesto.
Sin embargo, aunque es ineludible que ha habido grandes cambios dentro de la tecnología del 3D, es difícil saber si estas mejoras bastarán para hacer que la tercera dimensión no sea una moda pasajera como lo fue en los cincuenta.
Ciertos patrones de conducta de los espectadores contemporáneos apuntarían a que, en efecto, la tercera dimensión llegó para quedarse. El demográfico joven parece particularmente entusiasta con respecto a esta nueva tecnología. Lo que más parece gustarles es que el 3D convierte la experiencia cinematográfica en algo similar a una montaña rusa: un ride. Esto ciertamente aplica a cintas espectaculares como Monsters Vs. Aliens o My Bloody Valentine, en donde la impresión de que la pantalla le está arrojando objetos a la audiencia parece enriquecer el juego visual. Sin embargo, es difícil saber si los jóvenes podrán contagiarle este entusiasmo a los espectadores adultos, o si esta novedad seguirá siendo atractiva para el demográfico juvenil.
Lo que queda absolutamente claro es que Hollywood está apostándole a esta nueva tecnología. Y tiene buenos motivos para hacerlo.
Primero que nada, el 3D incrementa la recaudación en taquilla. Los boletos cuestan, en promedio, 33% más que un boleto para una cinta bidimensional. Por lo tanto, las cintas en tercera dimensión se pueden dar el lujo de meter menos personas a la sala y aún así ganar dinero. Este incremento en el precio ayudó a que Alice in Wonderland se convirtiera en un éxito taquillero, y que Avatar se convirtiera en la película más recaudadora de todos los tiempos.
Hay otro motivo igualmente potente para apoyar esta nueva tecnología. Al impulsar el 3D, Hollywood está intentando adelantársele a las capacidades técnicas de la televisión moderna. En este momento, el sistema de renta por internet (como Netflix) ha acaparado el mercado en Estados Unidos, y a los analistas financieros de Hollywood les preocupa que el éxito de este sistema reduzca el dinero recaudado en taquilla. Sin embargo, el RealD es algo que las televisiones modernas simplemente no pueden tener. Si alguien quiere ver una película en tercera dimensión tiene que pagar el boleto del cine.
No obstante, la televisión en 3D viene en camino. Tanto Samsung como Sony han comenzado a publicitar sus primeras televisiones en alta definición con capacidad para sostener el 3D. Sin embargo, el precio de estas es aún demasiado alto para que cualquiera pueda comprarlas.
Así que, a pesar de que en este momento el espectador se ve obligado a ir al cine para disfrutar de la tercera dimensión, llegará el momento en el que los precios de la televisión en 3D bajen lo suficiente como para poder ser adquiridas por el mismo precio que una pantalla de plasma. La pregunta pertinente es: ¿nos seguirá interesando el 3D en diez, cinco o un año?
Al final, la cuestión se reduce a un problema artístico. ¿Podrán los directores y los estudios norteamericanos incorporar el elemento de la tercera dimensión de manera orgánica en sus películas?, ¿Podrían convertirlo en algo esencial para la experiencia cinematográfica? Después de todo, la tercera dimensión era usada en los cincuenta en películas categoría B, llenas de movimiento y ruido: historias de aviación o cintas de terror con monstruos gigantescos. El 3D no era una herramienta artística: no se usaba para añadir profundidad o realismo a la narrativa. Y esto sigue siendo la norma en el 2010. Cintas como The Final Destination o Monsters Vs. Aiens usan esta tecnología para provocar brincos desde las butacas, y nada más.
Sin embargo, películas como Coraline o Avatar usan la tercera dimensión de manera más sutil y mesurada: una herramienta para insertar al espectador dentro del mundo fantástico en el que sus historias se llevan a cabo. No obstante, la mayoría de los resultados del 3D distan mucho de ser asombrosos. Se requerirá de mucho esfuerzo para usar esta tecnología de manera artística, y, desgraciadamente, los esfuerzos en cuestiones de arte no son el fuerte de Hollywood. Pero esto tiene que ocurrir para que la tercera dimensión prevalezca y no se esfume como una moda pasajera. De otra manera, el 3D seguirá siendo popular y exitoso por un par de años más, hasta que la audiencia se aburra y, una vez más, convierta a esta tecnología en algo obsoleto: una estampa del 2010, tan kitsch y retro como aquella que tenemos de la década de los cincuenta.
-Tom Campana