Si usted busca en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) el adjetivo shakesperiano, no lo encontrará (tampoco celaniano ni cortazariano ni nerudiano ni pessoano ni rimbaudiano); sí, en cambio, cervantino, dantesco, goethiano −y, por supuesto, kafkiano.
Dicho sea de paso, si uno pone paciano en la versión en línea del DRAE, lo remitirá a paisano, ninguneando de manera cerril a nuestro querido Nobel de literatura, cuya prosa es tan inherente y cuyo influjo se ha extendido, por dos o tres generaciones, no nomás entre paisanos, sino también entre forasteros, tránsfugas y desertores.
Contra toda expectativa, dicho léxico real incluye, desde el año 2001, el adjetivo borgiano, y hasta lo enmienda con miras a su próxima edición, con estas dos acepciones: 1. Perteneciente o relativo a Jorge Luis Borges o a su obra y 2. Con rasgos característicos de la obra de este escritor argentino.
Ahora bien, un chapuzón en Google basta para averiguar que en la Argentina existe una Asociación Borgesiana de Buenos Aires. Hay también una Enciclopedia borgesiana en línea y un libro, sí, un libro, ¿por qué no?, con prólogo del propio Borges, llamado Colecticia borgesiana. A propósito de este dato, Luis Alberto Melograno Lecuna, educador, escritor y artista plástico natural de Mar del Plata, moderador de un Foro Borgesiano, relata:
En una charla con Borges, le comenté que un grupo de noveles escritores, entre los que me encontraba, hablábamos desde hacía tiempo de “borgesiano”, en vez de “borgeano” o “borgiano” (que puede referirse respectiva y más pertinentemente a Borge y a Borgia […]).Con aparente beneplácito (no sé si por benevolencia o porque realmente estaba convencido), a Georgie le pareció “apropiado” el apelativo, acotando que habíamos “madrugado a los franceses”, porque ellos estaban hablando también de lo “borgesiano”…
A posteriori, él nos prologó la Colecticia borgesiana, tal el nombre del libro que escribimos para hacer la presentación en sociedad de la “Generación Atlántica”, en Mar del Plata, circa 1985.
Más tarde, don José Gilardoni (también integrante de la Asociación Borgesiana, y gran “rastreador” de documentación y textos de Borges y relacionados con Borges) editó un libro en el que recopilaba la bibliografía de JLB, con el título de Borgesiana.
Por eso (y siguiendo la misma línea de pensamiento), lo de “Asociación Borgesiana”, y “Foro Borgesiano” o lista “borgesiana”.
Por su parte, en un artículo publicado en mayo de 2005 en el blog colectivo Ficciones, titulado “‘Borgiano’ y no ‘borgesiano’”, el lingüista peruano Miguel Rodríguez-Mondoñedo, quien no se anda con vaguedades (lamento tan larga cita pero viene al caso y me ahorrará litros de tinta; los asteriscos implican que las palabras que acompañan deben ser repudiadas sin miramiento), sentencia:
Una interesante pregunta es por qué el adjetivo derivado de Borges no es borgesiano sino borgiano.Los nombres propios tienen clasificadores nominales que se comportan como sufijos (excepto que no tienen un tradicional “significado”). Un caso muy conocido es (1):
(1) Carlos > Carl-os
En favor de ese análisis podemos observar que el sufijo diminutivo debe insertarse entre Carl- y -os, como en (2), especialmente teniendo en cuenta que los sufijos diminutivos siempre se insertan antes de otros clasificadores nominales más obvios, como la marca de género en (3).
(2) Carl-it-os
(3) casa > cas-a > cas-it-a
Lo mismo pasa con los adjetivos borgiano ~ borgiana (usados ampliamente por los críticos literarios). Aquí los hablantes están dividiendo Borges en Borg-es, y están usando los sufijos para generar los adjetivos correspondientes. De hecho, *borgesiano es agramatical. Es interesante que algunos críticos recomienden esta última forma, bajo el argumento de que borgiano podría ser comprendido no sólo como relacionado con Borges sino también con Borgia (lo cual es verdad). Sin embargo, el hecho de que esos críticos entiendan borgiano como relativo a Borgia significa precisamente que están dividiendo Borgia en Borg-ia (de otro modo el adjetivo sería *borgiaiano, que es tan agramatical como *borgesiano), lo que confirma que hay clasificadores nominales en esos nombres propios. Esa recomendación debe ser rechazada por prescriptiva, por lo tanto.
Debe notarse que esto ocurre sólo si el acento recae en la penúltima sílaba. Cuando el acento es agudo, toda la palabra se comporta como la base: Cortés > cortesiano, *cortiano (tal como se predice desde las teorías más aceptadas sobre los marcadores de género del español).
Aquí más ejemplos de palabras con los clasificadores nominales –es y –as:
(4)
a. Caracas: Carac-as > Caraqu-eño *Caracas-eño
b. Asturias: Asturi-as > Asturi-ano *Asturias-ano
c. Herodes: Herod-es > Herod-iano * Herodes-iano
d. Aquiles: Aquil-es > Aquil-iano * Aquiles-iano
No queda del todo claro por qué Rodríguez-Mondoñedo tacha tajantemente borgesiano de agramatical, siendo tan natural en francés, inglés, español argentino y hasta para el mismo Borges (acaso no para el otro): la gramática viva, la que brota del habla común, crece tanto en la forma de la yerbabuena como en la de la mala hierba.
¿Y si nos halláramos apenas al comienzo de una discusión bizantina que prosiguiera, con mayor o menor enardecimiento, cuando menos hasta la caída de Estambul? Hoy en Google me aparecieron 57,200 resultados para borgiano (casi nunca referido a Borge o a Borgia sino al buen Borges) y nada más 7,270 para borgesiano. Pero no debemos considerar contundente aún la frecuencia estadística (lo peor podría estar por venir) ni juzgar demasiado a la ligera la peculiar preferencia rioplatense.
Así las cosas, y sin mayor afán, registraré que me inclino por borgiano simplemente porque lo encuentro menos kafkiano que borgesiano. ¡Y que siga el guateque!
Posdata
No puedo dejar pasar la ocasión sin recordar −à la argentina− una hermosa máxima cervantesiana, pues se acaban de cumplir en abril justo 393 años de la muerte de don Miguel de Cervantes, cifra capicúa. Aparece en el cuarto párrafo del capítulo quinto del primer libro de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, la última novela del Bardo de Alcalá:
Llegué a las puertas de la gramática, que son aquellas por donde se entra a las demás ciencias.
− Emmanuel Noyola
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.