Hay una canción de conga que por la mitad de los años cuarenta sonaba frecuentemente en todas las victrolas de los barrios populares de una ciudad de México entonces acaso más agobiada que ahora por los cortes de energía eléctrica, es decir los “apagones”. Esa pieza titulada precisa y estruendosamente “El apagón” se me ha quedado en la memoria y me parece digna, por su buena ilación narrativa, por su sintético y denso erotismo, y hasta por su anécdota audaz: el esbozo de un incesto ¿involuntario?, de estar en alguna antología que, como el revolucionario Ómnibus de poesía mexicana, no haga remilgos respecto de “felicidades de expresión que liberan porque son libres” (según Zaid allí proponía).
Aquí va el bailable poema y espero que algún lector lo “documente”.
EL APAGÓN
Iba sola por la calle
cuando vino de pronto un apagón.
Vale más que yo me calle
la aventura que allí me sucedió.
Me tomaron por el talle,
me llevaron a la hondura de un zaguán
y en aquella oscura calle…
Ay… ¿qué me sucedió?
¡Con el apagón
que cosas suceden,
qué cosas suceden
con el apagón!
Me quedé muy quietecita
en aquella terrible oscuridad
y una mano, ¡ay!, ligerita
me palpó con confianza y libertad.
Si el peligro estaba arriba,
acá abajo la cosa iba peor:
fue tan fuerte la ofensiva
que, ay… ¿qué me sucedió?
¡Con el apagón
qué cosas suceden,
qué cosas suceden
con el apagón!
Y sin ver al enemigo
en aquella terrible oscuridad,
me quitaron el abrigo
el sombrero y… ¡qué barbaridad!
Yo pensaba en el castigo
que a aquel fresco enseguida le iba a dar,
cuando encendieron las luces
y…
¡ay, era mi papá!
¡Con el apagón
que cosas suceden,
qué cosas suceden
con el apagón!
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.